LA JUSTICIA O MORAL DE JESUCRISTO
Comentario al evangelio del domingo 12 de febrero
de 2017
6º ordinario
Mateo 5,17-37.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Podríamos repasar
los diez mandamientos de la ley de Dios; antes nos los enseñaban en el
catecismo. ¿Los recuerdan ustedes? Este repaso, aunque no completo, nos lo hace
Jesús en el evangelio. Jesucristo hace una nueva lectura, más profunda, de esos
mandamientos. Nos pide un cumplimiento más radical de los mismos, no más
estricto que como los interpretaban y los aplicaban los escribas y fariseos,
sino evangélico. Por ejemplo, la ley
de Moisés nos dice: "No matarás”
(Éxodo 20,13). Si ésta fuera la moral evangélica, podríamos confesarnos así:
‘no mato, no robo, no cometo adulterio’. Éste sería un cumplimiento meramente
formal de la ley de Dios. El llamado de Jesús es a ir al corazón de las cosas,
al corazón de cada quien. No solamente no mates a tu prójimo, no solamente no
cometas formalmente adulterio, no te divorcies, no jures en falso. La vida cristiana no
es una vida de comportamientos que se quedan en el exterior. Nuestra moral es
una moral de actitudes que se traducen en actos integrales. En el mandamiento
de no matar va incluido el no insultar, el no agredir al hermano, ni
verbalmente, ni sicológicamente, ni moralmente; aunque sí nos deja Jesús la
dinámica de la corrección fraterna, de la que nos hablará en el capítulo 18. Más aún, la moral de
Jesús es una moral positiva, constructiva, edificante, sanadora y salvadora,
que no se queda en las prohibiciones. Por eso, más adelante también nos dirá
Jesús en este evangelio: "Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este
es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los
Profetas”. (Mateo 22,37-40). No pasemos por alto que esta enseñanza de Jesús
en el monte, no comienza con mandamientos sino con bienaventuranzas: FELICES
los que viven de tal manera. La felicidad es la marca que Jesús impone a sus
discípulos. En aquellos tiempos, lugares y creencias, se
tenía la mentalidad de que la mujer era propiedad del hombre, por eso dice la
ley de Moisés: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás
la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni
nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20,17). Por eso Jesucristo se declara
decididamente a favor de la mujer, ni la codicies ni la repudies. La mujer no
es una cosa que puedas poseer. Respétala como una persona. Jesucristo habla
propiamente de repudio, no de divorcio. El divorcio no existía en aquel tiempo,
porque en el divorcio tanto el hombre como la mujer tienen el derecho de
separarse. Pero el repudio era derecho exclusivo del hombre. Nada más él podía
echar a su mujer a la calle. Y Jesús está en contra de tamaña injusticia. En aquella
antigüedad la mujer no podía trabajar, como vemos a las mujeres modernas que se
valen por sí mismas. Echar a una mujer a la calle era dejarla en el completo
desamparo. La única salida que tenían, era que se juntaran con otro hombre que
las pudiera amparar. La comunidad de san
Mateo contempla una excepción a la regla más categórica como la leemos en san
Marcos: lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Mateo recogió la palabra
"porneia”, que el leccionario traduce como ‘unión ilegítima’. En la práctica,
la Iglesia reconoce que muchas veces se celebran matrimonios inválidos, y por
eso admite la separación que posibilita una nueva y verdadera relación
matrimonial. ¿Cuáles son los motivos suficientes para aceptar la nulidad?, es
ahí donde se da el debate en nuestra Iglesia. Moisés le mandaba al pueblo que no hiciera
juramentos en falso. Pero ahora Jesús, de manera radical, nos manda que seamos
hombres y mujeres de un sí o de un no. Qué bonito es encontrarse con personas
así, que cuando dicen sí es porque se comprometen al sí, y cuando dicen no, se
mantienen en eso. Así debemos ser los cristianos, nada de incumplidos, nada de
que somos infieles a nuestros compromisos. Y cuando fallemos, debemos tener la
suficiente humildad de recocer que nos equivocamos y estamos dispuestos a pagar
por nuestros incumplimientos.
El próximo domingo escucharemos la sorprendente
enseñanza de Jesús sobre el amor.
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