SEÑOR, DAME DE ESA AGUA
Comentario al evangelio del domingo 19 de marzo de
2017
3º de cuaresma
Juan 4,5-42.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Con
tres capítulos del evangelio según san Juan, la Iglesia quiere seguirnos
encaminando hacia la pascua de Jesús. Hoy nos toca leer buena parte del
capítulo 4: el encuentro de Jesús con una mujer de Samaría, el encuentro con el
pueblo samaritano. El pasaje es largo y son muchos los detalles muy ricos en
vida de gracia, en vida de Dios, es decir, la invitación o convocatoria de
Jesús a una nueva vida. ¿Dónde detenerse? ¿En el don de Dios? ¿En el culto y los
adoradores que quiere el Padre? ¿En el alimento de Jesús que es llevar a cabo
la obra del Padre? ¿En la acogida el pueblo samaritano?
San
Juan, con todo propósito nos presenta a Jesús caminando por un camino no
acostumbrado por los judíos. Por lo general, para viajar de Judea a Galilea,
tomaban la rivera del río Jordán; atravesaban Samaría sólo por un lado, no se
adentraban en su terreno, que es donde se encontraba este pequeño pueblito llamado
Sicar, a la vista del monte donde ellos daban culto a Dios. Pero Jesús no viaja
por viajar, siempre anda buscando a las personas para hacerles llegar su buena
noticia de un mundo nuevo como Dios lo quiere, la buena noticia que él encarna
en su persona.
Mientras
los discípulos se van a buscar comida, él se queda sentado junto a un pozo, el
pozo que Jacob les había heredado a sus hijos, unos mil setecientos años antes
de Jesús, un pozo que no se cansaba de brindar agua a estas gentes del desierto
a pesar de los tantos años.
Éste
pasaje es un relato fantástico, así me parece a mí, una verdadera buena
noticia. Contemplamos al Hijo de Dios conversando con una mujer, no como un
sumo pontífice, aunque sabemos que lo es, sino como un judío ordinario. Esta
mujer no profesa el mismo credo de los judíos, mucho menos el credo de Jesús.
Pero eso no impide que Jesús se detenga tranquilamente con ella. Jesús está
solo, a la hora del calor más fuerte. Esto le da la oportunidad de tener un
diálogo personal y profundo con esta mujer que llega para sacar agua, como
seguramente lo tenía que hacer todos los días. No eran los tiempos modernos del
agua entubada. Jesucristo sorprende a la mujer con su petición: "dame de beber”. Hay que decir que los
judíos y los samaritanos son dos pueblos rivales que se repelen. Un judío no le
pide agua a un samaritano, y menos a una mujer, aunque se esté muriendo de sed.
Un judío no es capaz de utilizar una vasija de ese pueblo al que consideraban
impuro. Era como querer comer en la vasija de un perro, así literalmente.
Pero
Jesús no es presa de prejuicios raciales, religiosos, culturales. La mujer sí
lo es, por eso se resiste a brindarle agua a un sediento. En cambio, Jesús es
un hombre libre, con esa libertad que da la espiritualidad del Espíritu, que es
precisamente de su abundancia lo que le quiere dar de beber a todo este pueblo.
"Si conocieras el don de Dios”, le dice Jesús. ¿Qué significan estas palabras? Que Dios es un don,
que Dios es gracia, gratuidad. Los seres humanos no tenemos conciencia de la
gratuidad de Dios. Vivimos en este mundo, bebemos de él, comemos de él, y hasta
lo contaminamos y lo destruimos como si fuera de nuestra propiedad. No lo es.
Todo es una obra de Dios. Aún los no creyentes deben reconocer con humildad que
la naturaleza es un don que han recibido gratuitamente, y que tiene miles de
millones de años, y seguirá teniendo muchos más. Este planeta tan maravilloso
ha sufrido varias extinciones masivas de la vida y se ha recuperado. Lo mismo
hará si nosotros lo destruimos, pero lo hará sin nosotros.
Los
creyentes con mayor razón debemos reconocer con humildad y agradecimiento que
todo es gracia de Dios, que todo es un don de Dios, que Dios mismo es un don o
regalo para nosotros. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Y cada día, gracias
a los telescopios modernos, nos damos cuenta que la creación es mucho más
inmensa y maravillosa de lo que antiguamente se pensaba.
Jesucristo
quiere que tomemos conciencia de la gracia de Dios, que tomemos conciencia de
la necesidad que tenemos de él, de su gratuidad salvadora. Si tomáramos
conciencia del don de Dios, seríamos cada uno de nosotros, cada uno de los
seres humanos, radicalmente distintos. Seríamos menos soberbios, seríamos más
positivos, agradecidos, humildes, abiertos a esa gracia o gratuidad de Dios.
Seríamos más respetuosos de la naturaleza y de los seres humanos. Seríamos más
religiosos, más cristianos.
Gracia
es todo nuestro mundo tan maravillosamente lleno de vida, gracia es todo el
universo tan desconocido por nosotros, gracia es todo lo que somos en nuestra
persona, gracia es el Hijo de Dios, gracia es su Santo Espíritu, gracia es el
mismo Padre que nos ha concedido ser sus hijos. Gracia es la pascua de Jesús a
la que nos encaminamos. Gracia es todo ser humano. Cultivemos nuestro
agradecimiento en la escucha de la Palabra, en la oración, en los sacramentos,
en la caridad que nos viene de Dios. Digamos como la samaritana: "Señor, dame de esa agua para que no tenga
más sed”.
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