EL CAMINO DE LA VIDA EN PLENITUD
Comentario al evangelio del domingo 2 de abril de
2017
5º de cuaresma
Juan 11,1-45.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Jesucristo viene a
calmar la sed de todo el pueblo, lo proclamamos el domingo antepasado con el pasaje
de la samaritana. Jesucristo es la luz para este mundo atrapado en tantas
tinieblas, lo proclamamos el domingo pasado con el pasaje de la transformación
del ciego de nacimiento. Ahora proclamamos que Jesucristo es la vida para este
mundo de muerte. Escuchamos la escena de los huesos secos que son llamados a la vida por la Palabra de Dios, pasaje tomado del libro de Ezequiel; y en el evangelio escuchamos
cómo Lázaro se levanta de entre los muertos por el llamado de Jesús para ser
signo manifiesto y palpable de que nuestro Dios es el Dios de la vida.
En semana santa vamos
a celebrar con tristeza y dolor que este mundo atentó contra la vida de
Jesucristo el Hijo de Dios: por envidia, por odio, por egoísmo, y lo continúa
haciendo en tantos seres humanos hoy día. Caín, el simbólico personaje del
relato de la creación, sigue levantando su mano contra su hermano. La reacción
de Dios ante estos instintos de muerte de los seres humanos, es ponerse a sí
mismo como víctima. Dios no quiere la muerte de sus hijos sino la vida, y está
dispuesto dar la vida para que todos vivan.
La muerte de Jesús
no será un dispositivo mágico mediante el cual Dios quiere salvar a este mundo
de sus pecados. No debemos leer así de manera simple la crucifixión de Cristo.
No se trata de dejarse matar para salvar. De lo que se trata es de empeñar la
vida propia en el proyecto de vida de Dios. No es la muerte sola lo que salva.
Si lo queremos entender así y así lo enseñamos, estamos mal entendiendo la obra
de Jesús. No es así, porque entonces lo que hacemos aparecer triunfante es el
proyecto de muerte de este mundo. Nuestra salvación es el proyecto de vida de
Dios, y la buena noticia es que su Hijo Jesucristo entrega su vida por este
proyecto. Dios convoca a todo este mundo a entrar en este camino de vida.
Nuestra vida cristiana consiste en eso en entregar enteramente nuestra propia
vida al servicio del proyecto de Dios, su reino de justicia, de paz, de amor.
Veamos el diálogo
tan interesante como revelador que sostienen Jesús y Martha ante la muerte del
ser querido de ambos que es Lázaro. Martha recibe a Jesús en Betania con una
queja que suena al mismo tiempo a reclamo: "si
hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto”. A lo cual Jesucristo
le responde: "tu hermano resucitará”.
Es cierto, le contesta Martha, "ya sé que
resucitará en la resurrección del último día”. Se antoja preguntar si los
católicos todavía creemos que vamos a resucitar el último día, porque nos
estamos volviendo cada vez más materialistas. Este mundo nos está envolviendo
en su materialismo; y muchos ya sólo creen que la vida se reduce a este mundo.
Pero la fe de Jesucristo proclama que Dios nos llama a la vida eterna.
Es aquí donde
Jesucristo nos precisa, a Martha y a nosotros: "Yo soy la resurrección”. Notemos que el verbo que utiliza Jesús
está en tiempo presente, no en futuro, como lo había expresado Martha.
Jesucristo no sólo será la resurrección y la vida en el último día, sino que ya
lo es. ¿Crees esto? La pregunta va dirigida también a nosotros. Y nosotros
podemos responder inmediatamente que sí. Pero no lo digamos con palabras sino
con toda nuestra manera de vivir, así como lo vivió Jesús intensamente en su
vida corporal. Por eso entregó totalmente su vida en una cruz, por la vida del
mundo, porque la vida consiste en dar la vida. Si te apropias de tu vida, la
pierdes y este mundo se pierde a sí mismo en esa dinámica de apropiarse de su
propia vida… y de las cosas y de las personas en provecho propio y en perjuicio
de los demás. Es lo que vemos
cotidianamente. Nos aferramos cada quien a su vida y a todo lo que podamos, y
lo que hacemos es crear perdición.
Vivir la vida de
Jesucristo y desde Jesucristo es la vida para este mundo, es el camino de la
vida. Tanto nuestro señor Jesucristo, como san Pablo le dirían a Martha y a
nosotros, que no nos esperemos para el último día, sino que nos atrevamos a
vivir desde el Espíritu, que no nos reduzcamos a la carnalidad. Esto es la vida
en plenitud para toda la humanidad.
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