ÉSTE ES EL PROFETA JESÚS, DE NAZARET DE GALILEA
Comentario a la liturgia del domingo 9 de abril de
2017
Domingo de ramos
Mateo 26,14 – 27,66.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
El
domingo de ramos se tiene una liturgia extensa, al menos la misa de mediodía. Es
posible que este día la homilía sea muy breve o sólo se haga un buen momento de
silencio.
Primero
se reúne la comunidad con sus ramos en mano en un punto distinto al templo. Ahí
se proclama el evangelio de la entrada de Jesús a Jerusalén. El evangelio es Mateo
21,1-11. No es la gente de Jerusalén la que sale a recibirlo festivamente,
porque ahí, según los evangelistas sinópticos, no era conocido. Más bien se
preguntaban: ¿quién es éste? Son sus
discípulos y la gente de Galilea los que lo acompañaban: los pobres, los que no
tenían poder, los testigos y beneficiarios de sus enseñanzas y sus milagros, esos
son los que ilusionados entraron con él a la ciudad santa. Hasta lo presumían
con alegría: "Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de
Galilea”. Sus
acompañantes no sabían lo que le esperaba a Jesús en
Jerusalén; él sí lo sabía.
Ya
en la misa se proclama la pasión y muerte de Jesús en dos capítulos del
evangelio según san Mateo: la gran desilusión para muchos que tenían todas sus
esperanzas depositadas en él. Este profeta, a diferencia de sus líderes
religiosos, les había hecho saber y sentir que Dios estaba con su pueblo, que
los amaba, que quería que su suerte cambiara radicalmente. Poco a poco esta
gente tendría que ir asimilando la humillación y la muerte de su profeta al aceptar
su resurrección como la última palabra de Dios.
Quisiéramos
que nuestros católicos supieran identificar los rasgos propios de san Mateo en
el relato de la pasión. Esto hablaría de madurez cristiana en el conocimiento
de los santos evangelios.
En
la última cena, la primera Misa (y la única) que se celebró en este mundo, a la
cual nos unimos constantemente las comunidades cristianas en torno a su mesa,
Jesucristo se dejó conducir libremente por el momento presente. Incluso los
evangelistas o comunidades evangélicas, expresan con diversidad esa
celebración. En esa Misa, llamémosle así para identificar nuestras
celebraciones con ella, Jesús anunció la traición de Judas, las negaciones de
Pedro, el abandono de sus discípulos. No se ve que Jesucristo tuviera a sus
discípulos rezando muy mustios y calladitos, como ahora debe estar todo mundo
en la santa misa. El ambiente es completamente distinto. El Misal romano ha
seguido muy de cerca el relato de san Mateo para la consagración, quien a su
vez sigue muy de cerca de san Marcos. Pero están los otros. Hay que tomar en
cuenta también a san Lucas y a San Juan, sobre todo este último tan distinto.
Hay que decir que nos falta mucho para ser verdaderamente discípulos de los
santos evangelios, incluso como Iglesia en conjunto, con audacia, sin
prejuicios ideológicos o culturales propios de una determinada época.
En
la oración del huerto de los olivos nos impresiona la obediencia radical de
Jesús a la voluntad del Padre. En cierta medida nosotros hemos desvirtuado esa
obediencia en beneficio de nuestra autoridad, y decimos, ‘vean cómo fue Jesucristo
obediente hasta la muerte, así lo tienen que ser conmigo’. Pero Jesús no se sometió
a la ley de Moisés, no respetó el sábado como ellos lo exigían, ni las leyes de
la pureza, etc. Jesucristo fue obediente al Padre hasta el extremo. La voluntad
del Padre no era la muerte de su Hijo. Tenemos que erradicar de nuestro
discurso esa imagen que en nada favorece a la del Padre. El Padre Dios no
necesita la sangre de un Hijo para aplacar su ira, como los ídolos paganos. La
voluntad del Padre es la vida, la salvación de esta humanidad, establecer su reinado de
amor, de justicia y de paz, la culminación de su maravillosa creación. Por esta
voluntad es por la que el Hijo entregó su vida toda, desde su encarnación, en
cada milagro, en cada enseñanza, en cada encuentro con las personas, en la
cruz. La lectura que hace el propio Jesucristo de su sacrificio es ésta: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; ésa es la orden que he recibido de mi Padre" (Juan 10,17-18). Así nosotros: por obediencia al Padre debemos entregar todo nuestro
tiempo, nuestras cualidades, nuestras personas a la causa del Padre. Así nos
uniremos a la obra de Jesús cuyo culmen es su pascua, la cual celebramos en
semana santa.
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