JUEVES
SANTO, 13 abril 2017
Nuestras
misas, ¿rememoran la Última Cena de Jesús?
Carlos
Pérez B., pbro.
Estamos haciendo
memoria, celebrativamente, de la última cena de Jesús con sus discípulos y
apóstoles (discípulos misioneros como nos llaman ahora nuestros obispos en
Aparecida). Ésta fue la primera Misa que se celebró en el mundo (y en realidad
es la única, la que celebró Jesucristo en la cruz y anticipadamente en esa
cena). Ahí parte nuestra celebración dominical. Es la manera como nosotros nos
sentamos a su mesa, como recibimos su Cuerpo y su Sangre. Ha cambiado mucho,
desde aquel entonces, la manera de celebrar la Misa o Última Cena de Jesús. Muchos
quisiéramos que se volviera a parecer, en su forma externa, a la cena de Jesús,
según cualquiera de los cuatro evangelios, con creatividad pero también con
fidelidad a la voluntad de Jesús. Un día llegará en que nos sentemos o
reclinemos como verdaderos discípulos de Jesús.
Actualmente
tenemos estas deficiencias (anoto sólo algunas en las que podemos cambiar):
Cada domingo
asiste, en nuestra diócesis, un promedio de 10% de los católicos. En aquel
tiempo, el día que Jesús resucitó y se encontró con los apóstoles, sólo faltaba
Tomás.
Tenemos un
conocimiento muy pobre de la Sagrada Escritura, por lo que las lecturas las escuchamos
de manera ajena o lejana, no caen en terreno cultivado.
En el momento de
la consagración apenas nos estamos catequizando, para vivir intensamente ese momento, tanto
niños como adultos.
Comulga, en
nuestro medio, aproximadamente la mitad de los que están en Misa. Lo podemos
ver de dos maneras: que nos falta mucho para que todos participemos tomando
sacramentalmente a Jesús, o también con mirada optimista, que hemos estado
creciendo, porque hace unas dos o tres décadas el porcentaje era mucho menor, o
antes del concilio no se daba la comunión en todas las misas, y por eso los
católicos no teníamos la costumbre de hacerlo.
La Misa en
ocasiones es el único referente de nuestra religiosidad: por eso hablamos de
los que asisten todos los domingos y los que asisten de vez en cuando. Nuestra
vida cristiana no puede reducirse a la Misa dominical. La caridad, el amor, el
servicio, por enseñanza de Jesús, es el criterio de verdad de nuestra religión.
Así lo vivió nuestro Señor para con los enfermos, los pobres, con todas las
gentes; lo hemos escuchado hace un momento en el evangelio según san Juan: el
lavatorio de los pies no fue algo secundario o accesorio en esta cena sino la
expresión de lo que fue toda su vida. En esto hay mucho camino que recorrer,
para llegar a ser una Iglesia (en cada uno de sus miembros) ‘samaritana’,
servidora, una iglesia compasiva.
¿Somos una
comunidad fraterna según el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús nuestro Maestro? Al
menos sí nos llevamos bien, nos saludamos, nos respetamos. Dicen algunos, de
los que no vienen, que no vienen porque somos muy criticones, pero yo les digo
que no es cierto. Esas críticas o recortes no son importantes. Los falsos que
se levantan en la calle, en el trabajo, en otros ambientes, esos sí hacen daño.
Nos falta irnos
integrando en pequeñas comunidades de vida cristiana para vivir el amor
fraterno de manera efectiva. También en esto nos falta mucho camino por
recorrer.