Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




SEAMOS DISCÍPULOS DE JESÚS

Domingo de la ascensión del Señor. 28 mayo 2017

 

Carlos Pérez B., pbro.

 

Estamos celebrando la plenitud de la vida terrena de Jesucristo, su eternidad junto al Padre, su comunión sempiterna, su presencia permanente entre nosotros. Lo de Jesús es un misterio que no podemos expresar con nuestras categorías humanas: san Lucas, tanto en su evangelio como en el libro de los Hechos, habla de un subir a los cielos, y así le llamamos a esta celebración: la ascensión del Señor. San Mateo, por su parte, y el primer final de san Marcos, así como san Juan, no hablan de subida. El pasaje de san Mateo que hemos proclamado hoy habla más bien de un nuevo tipo de presencia de Jesús entre los suyos. Total, que la liturgia sigue cronológicamente la versión de san Lucas: al 40º día de su pascua de resurrección, Jesucristo subió a los cielos. Lo hemos escuchado en la primera lectura. En san Pablo escuchamos más bien de la exaltación o plenitud de la vida de Cristo, sentándose a la diestra del Padre en los cielos. El 40º día cae en jueves, pero en México se pasa el domingo para facilitar una mayor participación.

Jesús culminó su obra con su muerte y resurrección. No estaba dentro del proyecto de salvación del Padre que el Hijo, una vez resucitado, se quedara en este mundo para seguir personalmente con su ministerio de enseñanza y de milagros. El plan, como lo vemos, era dejar esta Obra de la salvación del mundo en manos de sus discípulos, no sin la fuerza del Resucitado, no sin la fortaleza del Espíritu. Pero nuestro papel en esta Obra no es la pasividad. No nos vamos a quedar en las gradas sino que hemos de pasar al ruedo. Lo que hizo Jesús ahora lo tenemos que hacer nosotros; y no de cualquier manera, no como a nosotros se nos ocurre, sino a la manera de Jesús, en el camino y seguimiento de Jesús.

Cómo es necesario que nuestra Iglesia vuelva permanentemente sobre las palabras con las que Jesús nos confía esta misión. Hay que primeramente retomar textualmente sus palabras antes de pasar a la creatividad del Espíritu, porque la Obra salvadora sigue siendo cosa de Dios y no una tarea meramente de nosotros.

¿Cuál es esta misión? ‘Ser testigos’, según san Lucas, ‘hacer discípulos’, según san Mateo. Jesucristo nos manda hacer discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Jesucristo nos ha mandado.

En la Iglesia tenemos la seria preocupación de cómo hacer para que cada uno de nuestros miles y miles de católicos se vayan haciendo verdaderamente discípulos de Jesús. De esta preocupación no participan, desde luego, infinidad de católicos, porque les conviene más un catolicismo light.

Jesucristo no vino a hacer actos de magia para entretener a la gente, ni tampoco actos de religiosidad vacía para calmar superficialmente las angustias de las personas. No. Desde un principio él empezó a llamar a las personas en su seguimiento, es decir, convocarlos a la colaboración con él en el establecimiento del reino de Dios en beneficio de todos los seres humanos, la obra de la paz de Dios, de la justicia de Dios, del amor de Dios.

Pero, ¿qué hemos estado haciendo? Estamos bautizando y bautizando, y dando la primera comunión, y casando, y sepultando gentes, pero sin evangelizar a fondo a las personas. Y nuestra gente reniega porque les pedimos pláticas, y algunos hasta se dan el lujo de clonar tarjetas de pláticas, como si la Iglesia fuera una obra del mundo. Prefieren pagar 300 o 500 pesos que perder el tiempo en las pláticas. Queremos que sea al revés, que las gentes nos exijan un verdadero discipulado, que las gentes nos digan: no queremos un bautismo facilón, queremos ser discípulos de Jesús, estar aprendiendo de él, porque él es nuestro Maestro.

¿Qué es un verdadero discípulo? Un discípulo es alguien que aprende de otro, y ése otro es nuestro Maestro, Jesús. No es un maestro temporal o pasajero, él es permanentemente nuestro Maestro, tanto de los laicos como de la jerarquía de nuestra Iglesia. La Iglesia toda en su conjunto ha de ser discípula de Jesús, no de sí misma. Todos hemos de vivir como discípulos, es decir, estar permanentemente aprendiendo de Jesús. Al mundo no solamente le hablamos de la buena noticia de Jesús, queremos que se hagan discípulos de él. No somos proselitistas, no queremos aumentar la nómina de nuestra Iglesia. Eso no es lo que nos interesa, lo que queremos es compartir a Jesús, el Maestro, su gracia, su salvación, su alegría, su paz, su amor. Háganse discípulos de él.

 

 

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