PARA
QUÉ SE NOS DA EL ESPÍRITU SANTO
Domingo
de Pentecostés. 4 junio 2017
Hechos
2,1-11, 1 Corintios 12 y Juan 20,19-23.
Carlos
Pérez B., pbro.
El libro de
los Hechos de los apóstoles y el evangelio según san Juan aparentemente no
concuerdan en la cronología de los acontecimientos pascuales. Según el libro de
los Hechos, el Espíritu Santo vino sobre aquella primera comunidad de
discípulos en el cincuentavo día de la pascua. Pero según san Juan, Jesús sopló
sobre ellos al Espíritu el mismo día de la resurrección. ¿Entonces? Lo que pasa es que san
Lucas en el libro de los Hechos lo que hace es manejar los números simbólicos
de plenitud tan propios de la sagrada Escritura: los 40 días para la ascensión
de Jesús, las siete semanas (con el cierre del 50º día) para la venida del
Espíritu Santo. Sus cuentas no son aritméticas. Repito: son símbolos de plenitud.
Habría que
decir que el Espíritu Santo siempre ha estado activo desde la creación del
mundo. Y continúa recreando maravillosamente esta creación dinámica. Las
ciencias y los nuevas tecnologías nos asoman a las lejanías del universo y los
creyentes lo que hacemos es sorprendernos aún más del poder recreador del
Espíritu.
El Espíritu
Santo actuó de manera muy especial en la encarnación del Hijo de Dios, en su
ministerio en Galilea, lo condujo al desierto, reveló la plenitud de su acción
y su presencia en Jesucristo en el río Jordán. Sabemos que el Espíritu fue conduciendo
a Jesús hasta la cruz y resurrección. Lo que sucede después de la resurrección,
es una acción especial de los nuevos tiempos. Si antes el pueblo de Dios no
tenía conciencia de la acción del Espíritu, ahora los creyentes, por enseñanza
personal de Jesús, sabemos que él es el que hace todas las cosas, que a
nosotros y a todo nuestro mundo lo que nos toca es abrirnos a sus impulsos y
dejarnos empujar por él. Lo que nosotros no podemos hacer, como salvar a este
pobre mundo, el Espíritu Santo sí.
El Espíritu Santo
no es un objeto que podamos manejar a capricho. El Espíritu no un dispositivo para
lucimientos personales. No es para que los obispos y sacerdotes se crean más
que los demás. El que tiene un don del Espíritu es para se ponga a servir. El
Espíritu es para la misión y para la comunión. El Espíritu es para que salgas,
para que te encarnes como Jesús, para que te hagas galileo, para que
evangelices a los pobres, para que afrontes los conflictos como Jesús, para que
entregues enteramente la vida por la obra del Padre, para que llegues a la
cruz, para que vivas en plenitud, para que des vida como Jesús, para que sigas
enteramente sus pasos. Si nuestra Iglesia no se vuelve pobre, misionera, entregada,
es que no tiene el Espíritu de Dios, tendrá el espíritu del mundo pero no el de
Dios.
¿Cómo darle o
abrir a la gente a la acción del Espíritu? ¿Sólo bautizándoles? Es lo que hacemos
y no se ven resultados. En el evangelio vemos que la experiencia del encuentro
personal con el Resucitado nos abre al Espíritu, y es el Espíritu el que nos
conduce al encuentro personal con Jesucristo.
El Espíritu
no hace una obra distinta a la de Jesús, al contrario, nos recuerda las palabras de Jesucristo y nos fortalece en su seguimiento. El
Espíritu no deja a Jesús en el antiguo testamento. El Espíritu viene a
confirmar y a sacar adelante la obra de Jesús: "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad
completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les
anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y se
lo anunciará a ustedes”
(Juan 16,13-14).
|