MIRADA
DE PASTOR
Domingo
11º ordinario. 18 junio 2017
Mateo 9,36 – 10,8.
Carlos
Pérez B., pbro.
Estamos de
nueva cuenta en el tiempo ordinario, domingo 11º. Retomamos la lectura dominical
continuada del evangelio según san Mateo.
Hoy la Iglesia
no sólo nos ofrece el pasaje del llamado que Jesús hace a los doce y la misión
que les encomienda. Pudiera parecernos un pasaje institucional al que
le podríamos dar una lectura muy institucional: Jesús estableció de esta manera a la jerarquía de su santa Iglesia, aquí proveyó de todo poder a sus futuros ministros.
Pero qué
atinado es que la Iglesia nos ofrezca el antecedente de este llamado: la mirada
de Jesús, los sentimientos de Jesús, las medidas eficaces de Jesús. Jesucristo se
encuentra con aquellas multitudes y las ve con el corazón, con ese corazón de
pastor. El evangelista así lo plasma maravillosamente. Él ve a las gentes
extenuadas y desamparadas (traducción del leccionario litúrgico), vejados y
abatidos (traducción de la Biblia de Jerusalén); y según nuestra propia
traducción y percepción: maltratados y oprimidos por este sistema económico y
social tan inhumano que nos hemos venido construyendo los humanos o los
corazones inhumanos egoístas que sólo piensan en sus ganancias. Jesucristo nos
contagia con esa mirada a quienes andamos en esto de la pastoral (palabra que
se deriva de ‘pastor’): familias desintegradas, niños desamparados, en
situación de calle, jóvenes sin escuela y sin trabajo, mujeres hostigadas,
trabajando en las maquilas por un exiguo salario, algunas madres solteras hasta
con hijos con discapacidad; en general todos tan cargados de tantos problemas,
angustias y necesidades, víctimas potenciales del ambiente de violencia; pero
también, adictos a las drogas, al alcohol, atrapados por la delincuencia
callejera o por el crimen organizado; migrantes en total desprotección, con niños
y mujeres; y en el otro nivel: la corrupción, el afán de dinero, la trampa, el
engaño, el despotismo… tan desintegrados los de abajo como los de arriba.
Qué hacer ante
esta situación que nos parte el corazón, se pregunta Jesús. Jesucristo no es un
político, ni empresario, ni científico social. Él es un buen pastor. Por eso llama
a sus doce discípulos. En este pasaje no se utiliza la palabra ‘instituyó’,
como la leemos en Marcos 3,14. No veamos que Jesús instituye una jerarquía
eclesiástica al modo como la conocemos en estos tiempos medievales y modernos. No
les concede autoridad para gobernar a los creyentes sin autoridad, para imponer
cargas sobre sus espaldas. No. Él convoca a pastores para una labor pastoral, para
"expulsar espíritus impuros y curar toda
clase de enfermedades y dolencias”; además, para purificar leprosos,
resucitar muertos y llevar la paz a los hogares. Todo esto de manera gratuita,
porque lo de Jesús no es una empresa mercantil sino una obra de gracia.
Para entender
y vivir la Iglesia de hoy, tendríamos que remitirnos a este llamado que está en
el origen de lo que somos o debemos ser: el llamado de Jesús. Somos pastores
y hacemos pastoral (no sólo la jerarquía eclesiástica, sino todos los discípulos de Jesús) para
conducir a esta humanidad a los buenos pastos y las aguas tranquilas (salmo 23),
para reintegrar a las familias y a las personas, para sacar la maldad tan
enraizada en el corazón de los humanos, para que se vuelvan a Dios, porque Dios
no es una idea ni un negocio de los religiosos, Dios tiene mucho que dar a esta
pobre humanidad; Dios es capaz de saciar plenamente nuestras más profundas
necesidades de seres espirituales, que ni la ciencia ni la tecnología, ni programa social alguno pueden
hacer. - - - - - - - - - -
Un
problema que viven muchos seres humanos es la incapacidad para sentir compasión
por los demás. Viven encerrados en su ego, se la pasan volcados hacia sí
mismos, algunos, incluso sacerdotes, sólo tienen capacidad para mirarse en un
espejo: se consienten, se procuran a sí mismos, se proveen a sí mismos para sus
necesidades, sólo existe su yo, sólo los mueve el amor a sí mismos.
¿Es
genético, es problema de educación de la infancia? Muchos adultos reflejan este
vicio heredado. De pequeños los enseñaron, padres sobre protectores, a verse
siempre a sí mismos.
Nosotros
creemos que todos los seres humanos traemos el gen y la vocación de la compasión. Hace falta
despertarlos. Todos podemos sentir en cuerpo ajeno. Por eso necesitamos
alimentarnos de Jesús, necesitamos que el Espíritu Santo forme en nosotros a Jesucristo,
el compasivo por excelencia, el que es capaz de sacrificarse a sí mismo
enteramente por los demás.
|