HASTA
UN VASO DE AGUA FRESCA
Domingo
13º ordinario. 2 julio 2017
Mateo
10,37-42.
Carlos
Pérez B., pbro.
Continuamos
repasando este capítulo 10 de san Mateo. Este capítulo no contiene meramente las
instrucciones del que envía como si se tratara de una lista para un ‘mandado’.
En el caso de Jesús, se trata de toda una enseñanza de vida: sus discípulos son
enviados y este es el estilo, la mística, la espiritualidad que han de vivir. En
cada instrucción, en cada advertencia, en cada palabra de aliento y llamado a
la confianza, Jesús asume su papel de Maestro de los discípulos.
No
olvidemos que Jesús los ha enviado motivado por la compasión que siente para con
las multitudes. La compasión es lo que lo mueve; por su compasión fundará su
Iglesia, una comunidad convocada para ser enviada para sanar a los enfermos,
para extirpar el mal que anida en el corazón y en el alma de los seres humanos.
Recordemos que no nos ha enviado Jesús para dominar al mundo, sino para
servirlo. Si ahora vivimos una manera de ser Iglesia tan contraria a la
voluntad del Maestro, no es por él, sino por nuestras debilidades humanas.
El
domingo pasado escuchamos que nos decía Jesús: "no teman”. Se refería a que el recibimiento que podemos encontrar
en el destino de nuestro envío, es decir, en el mundo, puede no ser tan bueno. Es
posible que los discípulos se encuentren en el cumplimiento de su misión con la
persecución, la traición, incluso con la muerte. ¿Estamos preparados? ¿Nos
estamos preparando?
En
referencia a esa reacción contraria que pueda provocar la buena noticia de la
que somos portadores, nos dice: "No piensen que he venido a traer paz a la tierra.
No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con
su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada
cual serán los que conviven con él”.
Es hablando a
propósito de los seres queridos que ahora Jesús nos expone las cosas bien
claras: el que ama más a sus seres queridos que a él, no es digno de él; el que
no toma su cruz y lo sigue, no es digno de Jesús. El que ponga su propia vida
por encima de la obra de Jesús, la va a perder. Cuántos católicos y no
creyentes encontramos que se afanan tanto por sí mismos. El centrar la atención
en sí mismos es lo que está perdiendo a este mundo. Salgamos de nosotros
mismos, convoquemos a toda la humanidad a salir de sí misma para ir al
encuentro de los demás. Esto es la salvación de Jesús.
Sólo Jesús es
nuestro criterio de vida, la razón de nuestra existencia, el sentido de lo que
somos. No hay ser humano que nos pueda distraer de esta decisión fundamental de
nuestra vida por Jesucristo, ni la persona que más amamos en este mundo, ni
siquiera el amor a nosotros mismos.
Ser cristiano es una
toma de decisión firme y radical por Cristo. ¿Cuándo vamos a dejar de seguirle
la corriente a ese catolicismo sin forma, sin fuerza, sin fundamento que nos
hemos hecho los católicos muy a nuestra conveniencia? Esta pregunta la lanzamos
principalmente a nuestros sacerdotes, a nuestros apóstoles laicos. ¿De veras
estamos haciendo las cosas como Jesús las quiere? Porque tenemos la sensación,
casi seguridad, de que estamos muy conformes con este catolicismo de eventos,
eventos sociales con ropaje de religiosos. Pero esos eventos no salvan a
nuestro mundo, no lo sanan, no le extirpan sus males, lo dejan igual.
Jesús
nos envía pero no sin recompensa. La recompensa no será monetaria, como los
pagos que recibimos en este mundo por algún trabajo realizado. La paga de Jesús
es la vida eterna, no sólo la vida después de esta vida que se acaba, sino la
vida que nos infunde Jesús a todos sus servidores y a aquellos que atienden a
sus servidores. Hasta un vaso de agua fresca no se quedará sin recompensa.
Contemplemos
a Jesús. Cómo sirvió tan gratuitamente la salvación para esta humanidad. No lo
hizo por recibir nada a cambio, al contrario, la paga que recibió de este mundo
fue la pasión y la cruz.
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