EL SEMBRADOR Y LA SEMILLA
Domingo
15º ordinario. 16 julio 2017
Isaías 55,10-11; Salmo
65; Romanos 8,18-23; Mateo 13,1-23.
Carlos
Pérez B., pbro.
Después de
proclamar el domingo pasado el final del capítulo 11 de este evangelio según
san Mateo, nos hemos saltado todo el capítulo 12. Estúdienlo ustedes en casa.
En el capítulo 13 san Mateo reúne 7-8 parábolas de Jesús. La octava es la
conclusión de todas y la tomamos también como otra parábola. Estas son: el
sembrador, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro,
la perla, la red y el dueño de una casa. Las vamos a proclamar todas en tres
domingos.
La Iglesia nos
prepara para acoger la parábola del sembrador, con un pasaje estupendo del
profeta Isaías: la palabra de Dios es como la lluvia que baja del cielo para
hacer germinar la tierra. Dios no quiere que su palabra quede estéril sino que
produzca frutos. Lo mismo nos prepara con el salmo 65, en el que reconocemos
que Dios es un formidable sembrador, porque a esta tierra, por milenios y
millones de años (ahora lo sabemos un poco), que él mismo creó, la llena de
frutos tan diversos en vida: plantas, animales y personas. No podemos menos que
exclamar con un corazón sorprendido y agradecido: bendito seas, Señor.
También san
Pablo habla de la creación entera que está esperando ansiosamente el momento de
la plena liberación. En esa esperanza vivimos nosotros los creyentes, una
esperanza llena de ilusión, porque Dios hará todas las cosas nuevas. La alegría
de esta esperanza nos hace minimizar los sufrimientos de la vida presente.
Con este fondo
pues, acogemos esta primera parábola de Jesús, junto con su denuncia y su
explicación. Jesucristo ha vivido su vida en el campo, en Nazaret y sus
alrededores, en el desierto, a la orilla del lago. Galilea tiene colinas más
verdes y fértiles que Judea. En el sur la tierra es más árida y el clima más
reseco. En Galilea hay sembradores, hay cosechas, hay viñas, también hay
pescadores y jornaleros. Todo eso es el material para la buena noticia que
Jesús anuncia en parábolas. Es una desgracia que debemos lamentar, que los
habitantes de las ciudades ya no estemos en contacto directo con la naturaleza.
A nosotros, que Jesús nos hable de autos, de celulares, de tabletas, de antros
de diversión, de contaminación.
No obstante,
tenemos los cerros cerca, los alcanzamos a mirar desde nuestras casas, ahora
que ha empezado a llover, nos damos cuenta cómo baja la lluvia y hace reverdecer
lo que antes estaba bien seco. Es la semilla y las raíces que se renuevan año
con año. Así quiere Dios que sea su Palabra, la Palabra que él pronuncia por
los labios y por toda la corporalidad de Jesús, el Evangelio que todos debemos
conocer, acoger en el corazón, en la obediencia, en la fascinación.
Siempre se
antoja repetirnos esta pregunta: ¿qué frutos da en ti, en tu comunidad, en la
Iglesia, en la sociedad esta semilla, este Evangelio que es Jesús? Hay muchos
católicos que son como el camino, duros de entendimiento y de corazón. No les
entran razones, consejos, llamadas de Dios. En aquel tiempo no había calles
encementadas o pavimentadas. Yo creo que tampoco había personas tan encapsuladas
como las hay hoy.
Pero da lo
mismo con el terreno pedregoso o lleno de maleza, porque en ninguno de ellos la
Palabra da fruto. Entre las piedras la semilla brota pronto, pero no echa
raíces. Así son muchos católicos, ya sea laicos o clérigos. No tienen
convicciones profundas, se dejan llevar para un lado y para otro. Llega una
moda y se van para allá, llega otra, y se regresan. Echemos raíces en
Jesucristo, en su evangelio. La semilla que cayó entre espinos no da fruto
porque hay muchas cosas en el mundo que la ahogan: así juegan los pendientes y
las preocupaciones de nuestra vida, como también el amor al dinero y nuestro
materialismo. Para todas estas personas encerradas en sí mismas Jesús les
aplica lo que dice Isaías en el capítulo 6 y que él repite en este pasaje para
explicar por qué habla en parábolas: no quieren ver, no quieren oír, no quieren
entender… a fin de cuentas no se quieren convertir ni quieren que Dios los
salve.
Para todos
nuestros católicos está este llamado: seamos buena tierra. Abran su corazón a
la Palabra, lean todos los días una página de los santos evangelios, déjense
tocar por Jesús, sean fructíferos para este mundo según los criterios de Dios.
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