LAS
SEMEJANZAS DEL REINO
Domingo
16º ordinario. 23 julio 2017
Mateo 13,24-43.
Carlos
Pérez B., pbro.
Les
recuerdo que en tres domingos estamos repasando las 7-8 parábolas de Jesús que la
comunidad evangélica de san Mateo reunió en este capítulo 13. El domingo pasado
escuchamos la parábola del sembrador junto con la propia explicación que nos
regaló Jesús. Ahora proclamamos otras tres: el trigo y la cizaña, la semilla de
mostaza y la levadura. Las tres comienzan con esta frase: "el reino de los cielos es semejante”. Por medio de parábolas,
Jesucristo nos explica un misterio muy grande, el proyecto de Dios para esta
humanidad, ese reino del amor de Dios, de su justicia, de su paz, el reinado de
la fraternidad de los hijos de Dios. ¿Es un misterio? Claro que sí, misterio en
el sentido de una verdad inmensa que no alcanzamos a comprender. Los proyectos
humanos los podemos entender más fácil, porque son superficiales, pasajeros,
artificiales, de cortos alcances. En cambio, los proyectos de Dios son
profundos, integrales, realmente proyectos de salvación. No entendemos el
proyecto de Dios con nuestro pobre corazón y con nuestra pobre mente, pero sí
podemos dejarnos conducir hacia las profundidades de ese misterio si nos
dejamos tomar de la mano de Jesús, de su santo Espíritu, y desde luego, si nos
hacemos pequeños, porque los misterios de Dios están ocultos a los sabios y
entendidos, como nos lo dijo Jesús en 11,25, y sólo son revelados a los
pequeños, a los sencillos.
La
mayoría de las parábolas no nos las explica Jesús, como que supone él que
nosotros las entendemos perfectamente. Al menos hay dos que sí nos explica, y
nosotros debemos atender en primer lugar a su explicación antes de pasar a las
aplicaciones que nosotros podemos hacer de cada una de ellas a nuestro tiempo y
lugar.
Así es que esto es lo que dice Jesús: "el sembrador de la buena
semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los
ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que
la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los
segadores son los ángeles”.
¿No nos parece adecuada esta lectura
que hace Jesucristo de nuestro mundo, de nuestra triste realidad? En nuestro
mundo conviven el bien y el mal, los buenos y los malos. Ahora se usa decir que
‘los buenos somos más’. ¿Será cierto? Hay un toque de maldad en cada uno de los
seres humanos. La Biblia explica esto de diversas maneras. El Génesis (cap. 3)
lo dice con figuras: la serpiente les puso una tentación a Adán y a Eva
haciéndolos comer del fruto prohibido. Y después llegó Caín y asesinó a su
hermano. Por su parte, san Pablo, con angustia, confiesa que el pecado es una
fuerza interior en él: "no hago el bien que quiero, sino que obro el mal
que no quiero” (Romanos 7,19). También el pecado es un misterio en nuestro mundo. Con
esta parábola, Jesucristo nos está llamando a no echar a perder los planes de
Dios, a no arrancar la maleza antes de tiempo, porque Dios tiene paciencia de
nuestro mundo, él tiene sus tiempos (y seguramente nos tendríamos que escardar
a nosotros mismos). En otros lugares del evangelio Jesús nos llama a la
corrección fraterna, a la denuncia, pero no a la condenación. Por eso en la
Iglesia estamos en contra de la pena de muerte, incluso estamos en contra de
toda pena entendida como simple castigo. ¿Quiénes somos nosotros para castigar?
A nosotros lo que nos toca es proteger a las personas más débiles, a los
inocentes, a los niños, viejos, enfermos, a las mujeres. Estamos de acuerdo,
como un mal menor, en privar de la libertad a quienes no pueden moverse en
libertad porque le harían mucho mal a la sociedad. Incluso los podemos perdonar
de corazón, pero de ninguna manera dejarlos en libertad si son un peligro para los
demás. Pero eso de castigar se lo dejamos a Dios para el día del juicio final.
¿Lo vivimos así?
La parábola de la
semilla de mostaza nos mueve a depositar nuestra esperanza de un mundo mejor,
es decir, de la realización del reino, completamente en Dios. En medio de las
grandezas de este mundo, la fe, la vida cristiana, la Iglesia (los cristianos
de abajo), el evangelio de Jesús, etc., son cosas pequeñas, pero llenas de la
grandeza de Dios, llenas del proyecto de salvación para esta humanidad.
Jesucristo se hizo pequeño, como un granito de mostaza, pero qué grandeza de
Dios encerraba en su persona.
Con la parábola de
la levadura, Jesucristo nos está invitando a echarle ganas a eso del reino de
Dios, a crear una sociedad más justa y armónica, digna de seres humanos. No
porque el reino vaya a ser obra de nosotros, de ninguna manera, sino porque en
la gracia y tarea del reino se nos ha invitado a ser colaboradores. Cada
cristiano, toda la Iglesia, tenemos que contagiar a todo el mundo, a toda la
masa, a toda la sociedad, con la buena noticia de Jesús. Seamos trabajadores de
la paz, de la justicia, de los derechos humanos, de la conversión, de la
fraternidad. Seamos con Jesús camino de salvación para todos.
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