¿CUÁL ES NUESTRO TESORO?
Domingo
17º ordinario. 30 julio 2017
1 Reyes 3,5-13; Mateo 13,44-52.
Carlos
Pérez B., pbro.
Les recuerdo: en este capítulo 13, la
comunidad de san Mateo ha reunido 8 parábolas de Jesús. ¿Las recordamos? Hoy
repasamos las cuatro restantes: el tesoro, la perla, la red y el dueño de casa.
La primera lectura, tomada del primer libro
de los reyes, nos sirve para escudriñar nuestro corazón. ¿Qué anhelos, deseos,
aspiraciones encontramos en él? Pensemos
en eso pero démonos un tiempo más amplio en casa, en un momento de silencio y
soledad, para que honestamente veamos lo que hay en nuestro corazón. ¿Deseamos
tener otro auto, dinero, una casa más amplia, mejor ropa, algún celular más
reciente, una laptop, etc.? Si estos u otros deseos parecidos tienen un lugar
secundario en nuestro corazón, yo digo que está bien desear estas cosas. Hay quienes se desviven por el poder humano, por el honor, por la riqueza, y en eso se les va la vida.
Es
posible que nuestros deseos sean darles una buena carrera a nuestros hijos, que
cambie aquel que no anda en buenos pasos, que haya reconciliación en la
familia, o todavía mejor, que reine la paz en nuestro mundo, que se le haga
justicia a los que claman por ella, que esta economía y esta sociedad tan
injusta cambie, etc. Estos deseos son todavía mejores. Jesucristo nos descubre
el verdadero anhelo de los seres humanos, lo que en verdad puede colmar y
satisfacer plenamente nuestras aspiraciones de realización, de felicidad, de
salvación.
La primera lectura nos pone este ejemplo.
Dios le ofreció a Salomón esto: "pídeme
lo que quieras, y yo te lo daré”. ¿Qué le pediríamos nosotros si Dios nos ofreciera lo mismo? Salomón,
lo acabamos de escuchar, le respondió a Dios: "te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a
tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Dios por eso se alegró,
porque no le pidió riquezas, ni una larga vida, ni la muerte de sus enemigos.
El salmista dice: "Amo, Señor, tus mandamientos más que el oro purísimo”.
Esa sabiduría de Dios, ese discernimiento
divino, es el que derrocha Jesús para la gente sencilla. Él nos hace ver que el
reino de Dios, frase con la que empiezan muchas de sus parábolas, es semejante
a un tesoro o a una perla preciosa. ¿Qué hace el que los encuentra? Vende todo
para quedarse con ello. Así es la auténtica vida cristiana. En primer lugar, el
cristiano, con profundidad, vive desde el Espíritu de Dios. Es el Espíritu el
que nos da el discernimiento de las cosas: ¿cuáles son las que en verdad tienen
valor, y cuáles son las que atraen pero no valen tanto? En segundo, sabe
escoger en su corazón y decidirse con radicalidad: no le importa dejar de lado,
es decir, renunciar a las cosas que valen menos por quedarse con aquellas que
tienen un verdadero valor.
Nuestro corazón está puesto en Dios, en su
Hijo, en su Santo Espíritu; en su salvación para todo este mundo, en su reino
de amor y de justicia. El cristiano aprecia las cosas del Espíritu y minimiza
las cosas materiales.
Convendría, como hacemos siempre, poner
algunos ejemplos para no quedarnos en el aire:
Asistir a Misa los domingos, implica muchas
veces levantarse unos minutos más temprano a pesar de que los domingos se
hicieron para descansar. Por la Misa a veces se tiene que dejar alguna
diversión o entretenimiento. Hay quienes no asisten a Misa porque no pueden
renunciar a esas cosas.
Estudiar los santos evangelios no creo que
implique tener que renunciar al descanso o a la tele, porque con unos minutos
puede uno leer toda una página. Pero de todos modos lo incluyo aquí porque
escuchar la Palabra de Jesús es un tesoro invaluable para el verdadero
creyente. No lo hace uno porque sea fácil, sino porque es valioso, como
encontrarse un tesoro.
Para prestar un servicio en la Iglesia o en
la sociedad sí se requiere dar más tiempo. Por ejemplo, para ser catequista de
niños, jóvenes, o de pláticas pre sacramentales, hay que renunciar a una mañana
dominical cada mes, más la tarde del sábado, más la reunión que se presenta.
Otros grupos andan por el mismo estilo como los del comedor popular, los de
movilidad humana, etc. ¿Por qué lo hace un servidor parroquial? Porque pone su
corazón en el tesoro que es Jesucristo.
Nosotros somos cristianos, no por costumbre,
no porque todo mundo lo es, no porque nuestros padres nos bautizaron, no por
miedo a la condenación. Nosotros somos cristianos por amor a Jesucristo, él es
ese tesoro o esa perla que nos roba el corazón y estamos dispuestos a dejar
todo con tal de quedarnos con ese tesoro.
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