Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





UNA VERDADERA CREYENTE

Domingo 20 agosto 2017

Mateo 15,21-28.

Carlos Pérez B., pbro.

Si contemplamos esta escena de la vida apostólica de nuestro Señor en el evangelio según san Marcos, que seguramente es el relato más original, vemos que la mujer llega directamente con Jesús, y éste la recibe con la frase que leemos en ambos evangelios (sólo Mateo y Marcos nos la ofrecen). Lo que quiere decir que la comunidad cristiana de san Mateo leyó este milagro en clave de proceso del creyente, posiblemente era una práctica catecumenal entre ellos, y la prueba era parte de ese proceso.

Hay que notar de entrada que Jesús anda fuera del país de Israel, a orillas del mar Mediterráneo, al oriente de su tierra. No es el único punto de tierra de paganos que pisa Jesús; también lo vemos por la región de Cesarea de Filipos, al norte de Galilea; pero también lo vemos por la región de la Decápolis, que es al otro lado del río Jordán, es decir, al oriente de Israel. Si estamos acostumbrados a ver a Jesús por esas regiones, entonces la escena que contemplamos hoy, en la que aparece como un judío de los más estrechos, no nos confunde, todo lo contrario, sabemos que se trata de toda una pedagogía (¿catecumenal?), tanto para paganos, como para sus discípulos y para todos los que nos acercamos a los santos evangelios. En verdad que esta mujer y no se diga el mismo Jesús, aparecen como una Buena Noticia.

Esta mujer sale al encuentro de Jesús, como lo hicieron tantos enfermos, pobres y poseídos por espíritus inmundos en la región de Galilea. Viene gritando detrás de Jesús: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Imaginémonos a esta mujer en una súplica angustiosa que se topa con el silencio y la aparente indiferencia de Jesús. Ni una sola palabra le responde el Maestro. Son los discípulos los que tienen que detener a Jesús ante ella, no tanto por compasión sino por lo incómodo que resultan sus gritos delante de la demás gente. La respuesta de Jesús, no a la mujer sino a sus discípulos, es una razón que nosotros, que ya conocemos su Evangelio, su misión, su Persona, sabemos que encierra algo que Jesús no expresa en este momento. ¿No fue enviado por el Padre sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel? Claro que sí lo envió el Padre a ser salvación para todas las naciones: él es el prometido desde los tiempos de Abraham, el descendiente por el cual serían bendecidos todos los pueblos.

Es entonces que la mujer se postra delante de Jesús y le suelta la súplica: "Señor, ayúdame”. ¿Podía Jesús negarse ante esta legítima petición que sale del alma de una madre angustiada? Nosotros decimos que no, y por eso nos sorprende su respuesta y el contenido tan ofensivo de ésta: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Aunque diga perritos, en diminutivo, o perros o perrotes, es lo mismo, se trata de la consideración que tenía el pueblo judío sobre los demás pueblos de su entorno: los paganos son como perros, como cerdos. Jesucristo se presenta como un Donald Trump de la antigüedad: misógino, racista, excluyente. ¿Es cierto que así considera Jesús a esta mujer? De ninguna manera, porque este comportamiento tan extraño de nuestro Maestro lo que hace es hacer brillar la fe de una mujer pagana. De eso se trata, de hacer que resplandezca lo que los judíos no ven ni alcanzan a apreciar.

Las mujeres, en aquel mundo machista, no eran consideradas capaces de ser creyentes. Los creyentes verdaderos eran solamente los varones; y los pueblos paganos, pues mucho menos. Creyentes sólo los judíos, el pueblo elegido por Dios. Jesús viene a echar para abajo todas estas consideraciones, con una sola frase, y con el comportamiento de la mujer: "Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Esta primera parte de la frase no la incluye san Marcos). "Que se cumpla lo que deseas”.

Nosotros, desde nuestros tiempos modernos, no alcanzamos a apreciar el cambio tan radical de los esquemas sociales, raciales y religiosos de aquellos tiempos que encierran estas palabras. Ahí está la novedad del evangelio. El evangelio de Jesús es una luz que debe iluminar los tiempos de hoy: las mujeres, aunque no en igual medida y manera, siguen siendo consideradas incapaces de muchas cosas que a los varones sí se les reconocen. Por eso nos unimos a ciertos movimientos feministas que buscan desaparecer la discriminación. Los pobres, aunque se diga que no, la verdad es que son considerados ignorantes, no en el sentido de escolaridad sino en el sentido de sabiduría de la vida. Los diferentes, los extranjeros, los que no recitan el mismo credo que yo, todos son malos.

El ser creyente puede ser una nota que no sea de mucho aprecio en nuestros tiempos, sin embargo, sabemos que los creyentes no son meramente los que practican un tipo de religiosidad como la nuestra, sino aquellos que viven su vida de manera auténtica, a ras de piel y desde el fondo de su ser, desde sus angustias, desde sus necesidades más humanas, no desde sus intereses monetarios o sus comodidades; los que luchan, los que nunca se hacen para atrás, los que no se doblan, como esta mujer que es todo un evangelio, una buena noticia para nosotros a la que Jesús hace resplandecer.

 
 

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