DEJARNOS CONDUCIR POR LA PALABRA DEL MAESTRO
Domingo
3 septiembre 2017
Mateo 16,21-27.
Carlos
Pérez B., pbro.
En este mes
de la Biblia permítanme seguir insistiendo, como cada año, como cada rato, en
este punto que es fundamental para nuestra vida cristiana y para la salvación
del mundo: Jesucristo, su palabra, sus enseñanzas, sus milagros, su muerte y
resurrección, su entorno de personas, etc., todo ello nos pone frente a, y en
sintonía con la voluntad del Padre eterno, con su proyecto del reino, la
humanidad nueva como Dios mismo, desde la creación, así la ha planeado.
No se puede
entender la vida cristiana de otro modo más que escuchando la Palabra de Dios,
particularmente la Palabra del Maestro, para ponernos a la obediencia del
Padre. Sólo el Padre es salvación para este mundo, sólo el Padre es vida, vida
eterna, amor que vivifica.
Por eso
decimos con toda claridad y contundencia: el cristiano ha de vivir escuchando,
meditando cada día la Palabra de Jesucristo, dejándose formar por esa Palabra,
dejándose conducir, construyendo su propia persona, su vida cristiana, su
Iglesia, su entorno y todo su mundo de acuerdo al proyecto de Dios que discernimos
a partir de su Palabra escrita en la Biblia, en los santos evangelios, y
confrontada con la realidad, porque a través de la creación también nos habla
Dios constantemente.
Trabajemos
para que nuestra Iglesia toda: jerarquía, clérigos, laicos, católicos de
nombre, todos absolutamente, nos pongamos a la escucha de la Palabra como el
punto fundamental de nuestra vida de Iglesia, de nuestra vida cristiana.
La Biblia no
es un libro para adornar nuestras casas; la Biblia no es un ídolo que debamos
adorar de manera externa. La Biblia contiene la voluntad de Dios que debemos
discernir con la luz del Espíritu Santo. Si nosotros como católicos no partimos
para nuestros trabajos y proyectos, ya sea personales, sociales o pastorales,
de la Palabra de Dios, entonces estaremos edificando sobre la arena, sobre
pensamientos humanos, no sobre los proyectos de Dios.
Esto es
precisamente lo que escuchamos en las lecturas de hoy: o seguimos nuestros
propios pensamientos, o nos ponemos en sintonía con los pensamientos de Dios.
Jeremías
confiesa con humildad y con aceptación, aunque también en principio con cierta
rebeldía: "Me sedujiste, Señor, y me dejé
seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste… Por anunciar la palabra del
Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día”. En esta docilidad y obediencia a la Palabra
del Señor debemos educarnos todos.
De san Pablo
escuchamos: "No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen
que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan
distinguir cuál es la voluntad de Dios…” Ésta es precisamente la
reclamación o regaño que le hace nuestro señor Jesucristo a Simón Pedro y que
acabamos de escuchar en el evangelio.
El domingo
pasado, Jesucristo nos hacía esta pregunta: "¿Quién
soy yo?”. Una pregunta, decíamos, que todos, cada uno ha de responder de
manera muy personal. Simón Pedro lo hizo, pero sin entender a profundidad el
mesianismo de Jesús, es decir, su misión y la manera como la tenía que llevar a
cabo Jesús. Cuando Jesucristo les revela a sus discípulos la suerte que le
espera en Jerusalén, el rechazo, el fracaso humano, entonces Simón Pedro, y de
seguro con la sintonía de sus compañeros, se pone a reprender a Jesús, a
oponerse a ese final de la vida tan maravillosa del Hijo de Dios, un final
indigno para cualquier ser humano, pero la meta inevitable para cumplir con el
proyecto de Dios; algo que hay que discernir a profundidad, porque la
superficialidad nos hace caer en ingenuidades que no son la voluntad de Dios.
Jesucristo,
por su parte, se vuelve para reprender a Simón Pedro diciéndole: "ponte detrás de mí, Satanás… tu modo de
pensar no es el de Dios sino el de los hombres”. Es importante que nos
fijemos que tanto la traducción del leccionario romano como la de algunas de
nuestras biblias, no es muy afortunada, porque Jesucristo no le dice a Pedro
que se aparte o se quite, sino que, como discípulo, se coloque detrás del
Maestro. El discípulo ha de caminar siempre, siempre, detrás del Maestro, nunca
debe hacer su propio camino ni mucho menos marcarle el camino al Maestro. Ésa
es nuestra vida cristiana, dejarnos conducir por la Palabra del Maestro, tanto
en la conformación de nuestra vida personal, como comunitaria, como de Iglesia.
Si el cristiano o la Iglesia en su conjunto no se dejan conducir por la Palabra
del Maestro, entonces estaremos haciendo una obra humana, no la Obra de Dios.
Es preciso
aceptar que nuestra Iglesia, y cada uno de los cristianos, muchas veces hemos
tomado el camino del poder humano, del prestigio, del honor, de los recursos
materiales, y no el camino de la renuncia a sí mismo, del despojo, de la
humildad y la pobreza, que es el camino de Jesús, el camino de la salvación de
nuestro mundo. ¿Lo entendemos y lo aceptamos así?
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