PARA QUE NO SE PIERDA NINGUNO
Domingo
10 septiembre 2017
Mateo 18,15-20.
Carlos
Pérez B., pbro.
En este mes de la Biblia quiero seguir insistiendo en este punto que es
fundamental para nuestra vida cristiana y para la salvación del mundo: la
escucha de la Palabra.
Jesucristo nos pone en plena sintonía con la voluntad del Padre eterno,
con su proyecto del reino. No se puede entender la vida cristiana de otro modo
más que escuchando la Palabra de Dios, particularmente la Palabra del Maestro,
para ponernos a la obediencia del Padre. Sólo el Padre es salvación para este
mundo, su Palabra es vida, es la alegría verdadera, la felicidad plena.
Por eso decimos con toda claridad y contundencia: el cristiano ha de
vivir escuchando, meditando cada día la Palabra de Jesucristo, dejándose formar
por esa Palabra, dejándose conducir, construyendo su propia persona, su vida
cristiana, su Iglesia, su entorno y todo su mundo de acuerdo al proyecto de
Dios que discernimos a partir de su Palabra escrita en la Biblia, en los santos
evangelios, y confrontada con la realidad, porque a través de la creación
también nos habla Dios constantemente.
Trabajemos para que nuestra Iglesia toda: jerarquía, clérigos, laicos,
católicos de nombre, todos absolutamente, nos pongamos a la escucha de la
Palabra como el punto fundamental de nuestra vida de Iglesia, de nuestra vida
cristiana.
La Biblia no es un libro para adornar nuestras casas; la Biblia no es
un ídolo que debamos adorar de manera externa. La Biblia contiene la voluntad
de Dios que debemos discernir con la luz del Espíritu Santo. Si nosotros como
católicos no partimos para nuestros trabajos y proyectos, ya sea personales,
sociales o pastorales, de la Palabra de Dios, entonces estaremos edificando
sobre la arena, sobre pensamientos humanos, no sobre los proyectos de Dios.
Con este espíritu escuchamos las lecturas de hoy. Y precisamente hoy
tenemos un ejemplo muy claro de cómo tenemos que acoger la Palabra divina. Primero
escuchamos al profeta Ezequiel, pero es Jesús el que nos da la clave para
entender con más claridad y sencillez cuál es la voluntad de Dios. Jesucristo
es la clave para entender toda la Biblia, y toda la creación que también nos
habla de Dios, y todos los acontecimientos que nos toca vivir.
El profeta del antiguo testamento nos dice: "y tú no lo amonestas (al malvado) para que se
aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti
cuentas de su vida”.
¿Y qué escuchamos como Palabra de
Jesús? En los versículos precedentes, con la parábola de la oveja perdida,
Jesucristo nos dice cuál es la voluntad de Dios: "no es voluntad de
vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”. A la luz de este
principio debemos acoger el pasaje evangélico de hoy y el del domingo próximo.
Dios no quiere que se pierda este mundo, ningún ser humano. En la Iglesia
entendemos que Dios Padre quiere salvar a toda la humanidad; por eso la
actividad pastoral es siempre una actividad salvadora. No estamos aquí para
condenar, sino para rescatar a los que se están perdiendo.
Como el Padre no
quiere que se pierda ninguno, por eso Jesucristo nos deja este recurso
excelente pero difícil que es la corrección fraterna. Lo de ‘fraterna’ no
quiere decir que sea dulzona, porque puede ser amorosa pero enérgica, tan
amorosa y enérgica como cuando Jesús le dijo ‘satanás’ a Pedro, evangelio que
escuchamos el domingo pasado, o como cuando Jesús se dirigía a escribas y
fariseos.
Estos son los pasos
de la corrección fraterna:
1º Hablar a solas
con el hermano que ha caído en pecado, ya sea que haya pecado contra mí o que
simplemente haya pecado. Se trata de una acción de rescate, no de venganza.
Para esta acción se requiere mucho discernimiento y conocimiento de la Palabra
de Jesús, porque no nos debemos acercar al hermano con una mentalidad
farisaica, sino cristiana, evangélica. El pecado es lo que aparta de los
proyectos de salvación de Dios, no tanto las cosas moralistas. Pero de
cualquier manera, el diálogo maduro y abierto, es la clave del entendimiento.
Diálogo es lo que no debe faltar nunca al interior y al exterior de la Iglesia.
Y por cierto, la corrección fraterna se da al interior de la comunidad, pero la
llamada a la conversión, ésa se da al interior y al exterior. También somos
enviados como profetas de Dios para este mundo. Si nuestra palabra, discernida
a la luz de la Palabra de Dios, tiene efecto, qué mejor, de eso se trata, de
ganar al hermano, de ganar a este mundo.
2º Pero si el
hermano o este mundo no quieren recapacitar de su pecado, entonces hay que
abrir el diálogo a más testigos. Entre varios se disciernen mejor las cosas.
3º Si tampoco a este
nivel se arreglan las cosas, entonces hay que recurrir a la comunidad y a toda
la sociedad, hay que transparentar la discusión. Hay que decir que en la
Iglesia no acabamos de establecer las comunidades de vida cristiana, y por eso
éstas no funcionan. Y en la Iglesia, muchas cosas no se manejan abiertamente,
siempre debajo del agua, como en años recientes la pederastia y los afanes de
poder, y el carrerismo eclesiástico, entre muchas otras cosas. Y en la
sociedad, pues no tenemos el tamaño de los profetas como para que nuestra
palabra tenga valor. Somos tan amantes del poder y del dinero como se da en el
mundo, sobre todo en el mundo del dinero y de la política.
4º Si a este nivel
no se quiere hacer caso, pues entonces no queda otra que considerar al hermano
como un pagano o un publicano. Es decir, hay que tomar distancia de él, como de
los malos manejos del mundo. Así debimos haber tomado distancia, en su momento,
de los funcionarios que hoy son acusados de corrupción. Se ve que no están
arrepentidos. En las relaciones al interior de nuestras familias, o ambientes
más amplios de amistades o de trabajo, como también en los grupos parroquiales,
esto quiere decir, que el paso o momento doloroso consiste en apartarnos del
hermano o compañero que no quiere hacer caso. ¿Qué se puede hacer si él o ella
no quieren? Así se lo recomiendo yo a la esposa, o esposo, a los padres, a los
hijos, a los amigos, a los compañeros en el ministerio. Apártate un poco o un
mucho de él, pero siempre en la transparencia.
5º Este paso
anterior no es un cerrar la puerta definitivamente. La puerta siempre debe
estar abierta para cuando el hermano se arrepienta. Cuando el hermano toma
conciencia de su pecado, ¿entonces? Éste es el evangelio del próximo domingo.
¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Infinidad de veces, pero no de
buenas a primeras, cosa que sería muy irresponsable, sino siguiendo cada una de
esas veces todo el proceso de la corrección fraterna, y cada vez con más
energía. Porque de lo que se trata es de salvar al hermano, no dejar que se
pierda.
|