EL PERDÓN DE DIOS SALVA
Domingo
17 septiembre 2017
Mateo 18,21-35.
Carlos
Pérez B., pbro.
En este mes
de la Biblia sigo insistiendo en el lugar que debe ocupar la Palabra de Dios en
nuestra vida cristiana, y no sólo como un llamado a nosotros, sino para que
entre todos vayamos haciendo un catolicismo nuevo que consista en ponerse a la
escucha de la Palabra de Dios y vivir de acuerdo a ella, y hacer de nuestro
mundo un mundo y una sociedad de acuerdo a los pensamientos de Dios. Y quién
mejor que el Hijo de Dios hecho ser humano para brindarnos a cabalidad la
voluntad de Dios, en su entera Persona.
La Biblia no
es un libro para adornar nuestras casas; la Biblia no es un devocionario o un
libro de oraciones, aunque sí las contiene; la Biblia no es un ídolo que
debamos adorar de manera externa. La Biblia contiene la voluntad de Dios que
debemos discernir con la luz del Espíritu Santo. Si nosotros como católicos no
partimos para nuestros trabajos y proyectos, ya sea personales, sociales o
pastorales, de la Palabra de Dios, entonces estaremos edificando sobre la
arena, sobre pensamientos humanos, no sobre los proyectos de Dios.
Con esta
convicción escuchamos la Palabra de hoy y la comentamos para hacerla llegar a nuestras
vidas: personalmente, comunitariamente, socialmente.
El de hoy es
un llamado directo que Jesucristo nos hace. Hoy no leemos un milagro, ni una
anécdota evangélica, el de hoy es más que una parábola. Todos nos dejamos
sorprender por esta palabra impactante de Jesús: ¿cuántas veces tengo que
perdonar a mi hermano? No es fácil, de ninguna manera, hacer vida este mandato.
Suena bonito, es de las enseñanzas que más hacen resaltar el evangelio de Jesús
como buena noticia para este mundo atrapado en el odio, el rencor, la envidia,
la venganza. Ésta hasta en el antiguo testamento la encontramos presente y a
veces como una súplica y un designio de Dios: "¡Dios de las venganzas, Yahveh, Dios de las venganzas, aparece!
¡Levántate, juez de la tierra, da su merecido a los soberbios!” (Salmo 94,1-2).
Lo de Jesús
es una novedad, sin lugar a dudas, una novedad que nos saca de quicio, que nos
tambalea. Sin embargo, no para suavizar el mandato de Jesús, no para acomodarlo
un poco a nuestra espiritualidad ligera, yo quisiera, a la luz de la persona y
del mensaje integral de Jesucristo, hacer algunas precisiones para no
malinterpretar la voluntad de Dios.
Recordemos
que en este capítulo 18 de san Mateo, Jesucristo nos está exponiendo la
dinámica de la corrección fraterna. Llamémosla la dinámica del auténtico perdón
de Dios. La voluntad de Dios es la salvación de todo ser humano, de la víctima
y del victimario, que todos somos una y otra cosa en diversos momentos. Leemos
en el versículo 14 de este mismo capítulo una frase de oro con que Jesús
concluye la parábola de la oveja perdida: "no
es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”.
Ésta es la clave para acoger todo el resto de su enseñanza. Jesús nos pide que
cuando un hermano cae en el pecado, que hablemos con él a solas, para
rescatarlo, para no dejar que se pierda en el pecado. Que, si es necesario,
llevemos varios testigos, que incluso convoquemos a toda la comunidad. Cuando
la cosa parece no tener remedio, entonces hay que tomar distancia de nuestro
hermano; para no seguirle la corriente, decimos nosotros, para que eso le ayude
a recapacitar. Si tomamos distancia de nuestro hermano que no quiere hacer
caso, no hay que cerrar la puerta, ni la de la comunidad (iglesia), ni la de
nuestro corazón. Hay que tener la paciencia de Dios. Un día a este hermano ‘le
cae el veinte’, toma conciencia de su situación, como el hijo pródigo de la
parábola, y entonces se decide a volver a Dios, a su comunidad, a sus hermanos.
Todo mundo debe encontrar la puerta abierta.
Cuando Jesús
nos pide perdonar hasta setenta veces siete, no nos está proponiendo que le
sigamos la corriente a los que hacen el mal, o promoviéndolos para que aumenten
su maldad. Esto es lo contrario del evangelio. Lo que Jesús nos está
proponiendo es que recorramos las setenta veces siete el proceso de la
corrección fraterna. ¿Por qué? Porque se
trata de salvar al hermano, y a todo nuestro mundo. Y hagámoslo por amor, no
por un sentimentalismo o romanticismo dulzón como pocas personas lo interpretan
y más pocas lo viven. Ese fatalismo no salva, al contrario, condena. Dios no
quiere condenar al pecador para que siga viviendo en su pecado.
Con estas
precisiones pongámosle nombre al que nos hace el mal: el esposo o esposa, el
vecino, el ladrón, el delincuente, el asesino de un ser querido, el político
corrupto, el eclesiástico abusador, el compañero de trabajo, etc. No les
digamos a ellos que sigan pecando, al cabo que nosotros estamos para aguantar
setenta veces siete. De ninguna manera. Digámosles más bien que se conviertan,
que Dios no los quiere dejar en su pecado. Digámoselo y hagámoselo ver suave o
enérgicamente hasta setenta veces siete. ¿Castigo para ellos? Nos interesa más
bien proteger a los más débiles y construir una sociedad fincada no en el
pecado sino en el amor de Dios. El amor de Dios salva y convierte al pecador:
qué bellos ejemplos tenemos en Saulo de Tarso, salvado por la gratuidad del
llamado de Jesús; en Simón Pedro, el que se declara pecador frente a Jesús; en
Mateo, el publicano; en Zaqueo, jefe de publicanos y rico, etc.
|