DIOS ES GRATUIDAD
Domingo
24 septiembre 2017
Mateo 20,1-16.
Carlos
Pérez B., pbro.
Esta parábola
nos explica los comportamientos de Jesús:
¿Por qué Dios
muestra en él sus preferencias por los pobres y por los últimos?
¿Por qué Jesucristo
ha salido a buscar a los pecadores y a los paganos?
Los escribas
y fariseos se molestaban con Jesús porque comía con publicanos y pecadores.
Unos
versículos antes del pasaje que hemos escuchado, Pedro le había preguntado a Jesús,
a propósito del rico que no quiso dejar sus riquezas para seguirlo, qué
recibirían los habían dejado todo. Jesús le responde que se sentarán en doce
tronos y que recibirán el ciento por uno y la vida eterna. Pero termina
diciendo que muchos primeros serán últimos y viceversa. Esta frase es
conclusión del precedente o es la introducción a la parábola de los obreros
contratados, y de nueva cuenta su conclusión.
¿Qué nos
está diciendo Jesús en esta parábola? Yo siempre les pregunto si les parece
bien o mal que el propietario de la viña les haya pagado igual a quienes
trabajaron todo el día que a quienes sólo trabajaron una hora.
En nuestro
mundo no se hace así. Nuestro mundo es muy diferenciado y diferenciador. Aún
cuando las personas trabajen el mismo tiempo, a unos les paga más, mucho más,
como a los que están arriba en la escala económica: los que tienen estudios, los
que saben hacer negocios, los políticos, etc.
En cambio, a
los que están abajo en la escalera económica, les paga mucho menos: a los
indígenas, a los campesinos, a los que no tienen estudios. Y como que a todos
nos parece bien esta sociedad y esta economía global. Y, en consecuencia,
pensamos que así tienen que ser las cosas espirituales. Los que llegamos
primero a la Iglesia, los que estamos más cerca, en comparación con los que no
conocen a Cristo, los no bautizados, los alejados.
Pero Dios no
es como nosotros, nos dice el profeta Isaías en la primera lectura: "Mis pensamientos no son sus pensamientos,
ni sus caminos son mis caminos… cuanto aventajan los cielos a la tierra, así
aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a los de ustedes”.
Y así lo ratifica Jesús en su parábola. Se lo había dicho él a Pedro en el cap. 16: "tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres". No sólo nos dice que Dios es muy
diferente a nosotros, sino que es muy superior a nosotros. La justicia de Dios
no es como la justicia de los hombres. Dios no paga ni reparte como lo hacemos
nosotros. Dios es gratuidad. Y lo vemos palpablemente en esta maravillosa
creación. Dios nos ha brindado este planeta tan lleno de vida y de recursos de
manera gratuita, para todos y para todas las generaciones. Si las cosas no son
igualitarias en nuestros tiempos, no es cosa de Dios, es cosa de nosotros, que
no sabemos dar a cada quien lo que le toca. Esta gratuidad fue anunciada desde antiguo,
como lo leemos unos versículos antes, en la primera lectura, tomada del profeta
Isaías: "¡Todos los sedientos, vayan por agua, y los que no tienen plata, vengan,
compren y coman, sin plata, y sin pagar, vino y leche!” (Isaías 55,1)
La Iglesia,
la enviada de Jesús, es la encargada de hacerle ver a nuestro mundo que Dios es
así, y que esa es su santa voluntad. No tanto con palabras o con mandatos o
prohibiciones, sino con nuestra misma vida, con nuestra manera de vivir, de
organizarnos, de ser iglesia. Desgraciadamente, nuestra Iglesia reproduce en su
interior las desigualdades que vive en su entorno, desde que nos asimilamos al
imperio. Jesucristo nos va a decir más delante, en el capítulo 23 de este
evangelio, que todos somos hermanos, que todos somos iguales. Nos falta mucho
para ser una Iglesia así, como nos quiere Jesús.
En el reino
eterno del Padre, las cosas no podrán ser de otra manera. Ahí sé que, en vez de
molestarnos porque los paganos, los que entraron al final a la Iglesia, o que
posiblemente ni entraron a la Iglesia pero que fueron invitados desde un
principio por Dios, se sentarán en el reino de la misma manera que nosotros.
Nadie se atreverá a reclamar el ‘¿por qué?’
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