LA VERDADERA OBEDIENCIA
Domingo
1 octubre 2017
Mateo 21,28-32.
Carlos
Pérez B., pbro.
En nuestra
lectura continuada del evangelio según san Mateo hemos llegado con Jesús a la
ciudad de Jerusalén, y concretamente al templo, al corazón de la religión judía.
En los primeros versículos de este capítulo 21, san Mateo nos ha platicado que
Jesucristo expulsó a los vendedores del templo, hecho que reavivó el conflicto
que ya traía con las autoridades judías desde que estaba en Galilea, enseñando
al pueblo y obrando sus milagros a favor de los pobres.
Esta escena
evangélica que contemplamos hoy me encanta, a pesar de que se trata, y
precisamente por eso, de los momentos de conflicto más álgidos en la vida de
nuestro Señor, los días culminantes de toda una vida entregada a la salvación
de esta humanidad.
En Jerusalén
se tenía que enfrentar necesariamente con quienes integraban el sanedrín, que
era el consejo supremo del pueblo judío. Así es que, unos versículos antes del
pasaje que hemos proclamado hoy, vemos en el evangelio que se le acercan los
sumos sacerdotes y los ancianos del sanedrín para interrogarlo acerca de su
autoridad para expulsar a los vendedores del templo que dependían de la
administración de los sumos sacerdotes. Estaban muy molestos con él, por eso y
por otras cosas.
Jesucristo,
ya que le interroga este supremo tribunal sobre su autoridad, les podría haber
dicho: ‘saben que yo soy el Hijo de Dios, el rey del universo, el juez de vivos
y muertos, el jefe y mandamás de todos ustedes, etc.’ Pero no. Jesús no les responde
con qué autoridad hace todas esas cosas, como atentar contra el sagrado templo
de Jerusalén. Esa autoridad la reconocemos los creyentes, no ellos. Por eso
decimos, con gusto, que Jesucristo llega a Jerusalén como un simple galileo,
entre la algarabía de los pobres que también venían con él desde Galilea.
Montado en un burrito prestado, sin armas y sin dinero. ¡Qué fantástico! Este
artesano de Nazaret, este que no era escriba, ni fariseo, ni sacerdote, se
enfrenta como un mero pobre a estas excelentísimas autoridades del pueblo
judío.
Jesús les
dirige la parábola de los dos hijos, una parábola muy fuerte de denuncia de su
religiosidad: el primer hijo le contestó a su padre que no quería ir a la viña
a trabajar, pero siempre sí fue; y el segundo, dijo que sí iba, pero no fue. La
respuesta a la pregunta de Jesús, es muy clara: el obediente no es el que dice
que sí va pero se queda en las palabras, sino el que efectivamente va.
¿Qué les
quiere decir Jesús a ellos? Que con su religiosidad tan estrecha, tan piadosa,
tan exteriorista, le están diciendo a Dios que sí, pero en los hechos, con su
falta de caridad y de justicia, con su religión excluyente, con su falta de
conversión, etc., con todo eso en realidad no acaban de entrar en la obediencia
a la voluntad de Dios. En cambio, los pecadores, los pobres, los enfermos, los
paganos extranjeros, ellos con su poca religiosidad o con sus pocos actos de
piedad le están diciendo que no a Dios, pero con su arrepentimiento, con su
conversión, con su fe en la predicación de Juan bautista, e incluso con el
entusiasmo que mostraban ante los hechos y enseñanzas de Jesús, con eso sí
estaban entrando en la obediencia a Dios.
¿Cómo se
aplica esta parábola a nuestros tiempos? Algunos nos atrevemos a decir que los
clérigos de la Iglesia, y los católicos más persignados, somos como el hijo que
dijo que sí iba pero no fue. Porque al igual que los sumos sacerdotes y los
ancianos, estamos muy dedicados al culto y a las cosas sagradas, mas sin
embargo, no hacemos conciencia de que somos pecadores, que necesitamos
convertirnos cada día, que estamos faltos de caridad, escasos de pastoral
social, de promoción de los derechos humanos, de respeto a las personas
diferentes, etc., en eso no estamos entrando en la justicia de Dios.
Por el otro
lado, muchos católicos laicos, incluso muchos que casi no son católicos
practicantes, o también personas de la sociedad civil, saben que son pecadores
y que necesitan arrepentirse, y se dedican más a la labor social que al culto y
a las devociones. Los actos religiosos son una manera de decirle sí a Dios,
pero la humildad, el arrepentimiento, la caridad y la justicia son maneras más
efectivas de obediencia a Dios.
Ahora que
estamos concluyendo el mes de la Biblia, hay que insistir en que la Palabra de
Dios revelada en su Hijo Jesucristo es la que hace nuestra vida cristiana. No
son nuestras devociones las que constituyen la base de nuestra fe, sino esa
Palabra escuchada y obedecida fielmente. Por eso, aunque nos extrañe o
escandalice a nuestros castos y religiosos oídos, debemos poner atención en la
severa denuncia y regaño que les hace Jesús a aquellas gentes tan impregnadas
de autoridad religiosa, nada menos que los sumos sacerdotes y ancianos del
sanedrín. ¿Qué les dice? Que los pecadores y las prostitutas les llevan la
delantera en el camino del reino. ¡Válganos Dios!
Si en
nuestros tiempos algún pobre de la calle se atreviera a dirigirse con palabras
parecidas al señor cura o al señor obispo, creo que sería un escándalo que
aparecería hasta en los periódicos. Pues en esa condición Jesucristo se
presenta ante los sumos sacerdotes y ancianos. ¡Cómo se atreve a hablarles así
a tan respetables personas!
Éste es el
evangelio en el que creemos, éste es el evangelio que le da forma a nuestra
vida cristiana, éste es el evangelio que transforma nuestro mundo, éste es el
Jesucristo verdadero que es salvación para todo nuestro mundo.
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