INVITADOS
A LA FIESTA DE DIOS
Domingo
15 octubre 2017
Mateo 22,1-14.
Carlos
Pérez B., pbro.
Recordemos
que Jesucristo está hablando con los sumos sacerdotes y los ancianos del
sanedrín. Se han acercado a él para reclamarle por qué o con qué autoridad ha
expulsado a sus vendedores de ahí del templo. Jesucristo les está respondiendo
con tres o cuatro parábolas: la de los dos hijos, la de los viñadores
homicidas, y ésta del banquete de bodas, que no parece ser una parábola sino
dos que el evangelista san Mateo ha fusionado. Al encontrar sólo la primera
parte de esta parábola en Lucas 14, eso nos dice que efectivamente la segunda
parte es otra parábola.
El reino de
los cielos es semejante a una fiesta de bodas. Jesucristo no dice que el reino
de los cielos se parezca a un velorio, a una jornada de trabajo esclavizante, a
una tarde de aburrimiento. El proyecto divino de salvación de esta humanidad es
en realidad la convocatoria a una fiesta. La alegría es lo propio de la
salvación, algo que destaca mucho Jesús en sus enseñanzas y en su vida, sobre
todo en sus encuentros con el pueblo. Hay veces que los artistas nos pintan al
reino celestial con caras muy mustias, como si el reino de los cielos se
pareciera a un templo en el que las autoridades eclesiásticas nos quieren tener
muy calladitos.
Al parecer, a
nuestro señor Jesucristo le gustaban las fiestas, porque nos habla en los santos
evangelios en varias ocasiones de ellas. Por lo menos en San Mateo encontramos
esta comparación en los capítulos 9, 22 y 25.
Dios ha
enviado a sus criados a llamar a sus invitados; esos fueron los profetas, y lo
hemos escuchado en la primera lectura: Isaías 25. Pero el pueblo, principalmente
sus dirigentes, maltrataron a esas personas tan iluminadas por Dios, y a
algunas hasta las mataron. Es la historia de la salvación la que describe
magistralmente Jesucristo para estas gentes. ¿Quiénes son estos asesinos de los
que habla Jesús? Precisamente las gentes que tenía frente a sí: los sumos
sacerdotes y los ancianos del sanedrín. Ellos no entendieron que Dios estaba
convocando a su pueblo, especialmente a los pobres y a los pequeños, a los pecadores
y a toda la humanidad al banquete de la salvación, todo en torno a su Hijo.
Ellos entendieron y vivieron la religión de manera muy distinta.
¿Cómo vivió
Jesús su relación (religión) con Dios Padre? ¿Cómo se la enseñó al pueblo pobre
y pecador? Ciertamente no la vivió como una mera pachanga, de esas que nosotros
conocemos, en las que abunda el licor y las drogas, así como el exhibicionismo
y el egoísmo; en las que, al calor del consumo, hasta terminamos peleados.
No es así. La
fiesta de Jesús es esa en la que abunda la alegría, la salud (de la buena), la
salvación, el amor, la fraternidad, la preferencia por los más pequeños, la
sinceridad, la transparencia, la diversidad, la apertura al otro, etc. (no
estoy inventando, estoy pensando en las páginas de los santos evangelios). Tenemos que preguntarnos si nuestra vida cristiana y nuestra vida de Iglesia se desenvuelve en la alegría. La verdad es que hay muchas cosas que cambiar: en nuestra vida personal, en nuestra vida de familia, en nuestra vida de iglesia (grupos parroquiales y ministerios), y en la vida de nuestra Iglesia, en su liturgia (que debería ser una auténtica fiesta popular, no de caché, pero en la actualidad es tanta la gente que se aburre, especialmente los niños, nuestro principal indicador).
|