¿QUÉ LE
PERTENECE A DIOS?
Domingo
22 octubre 2017
Mateo 22,15-21.
Carlos
Pérez B., pbro.
Seguimos contemplando a nuestro señor Jesucristo en los atrios del
templo de Jerusalén. Había llegado aquí desde Galilea, el lugar de sus milagros
y de sus enseñanzas, del entusiasmo del pueblo que percibía en él que Dios
estaba con ellos. En cambio, en Jerusalén Jesucristo encontró la principal y
más fuerte oposición a su obra. Ahí le quitarían la vida con la finalidad de
deshacerse de él y de toda su obra.
Después de dirigirles varias parábolas a los sumos sacerdotes y
ancianos del sanedrín, ahora va a estar recibiendo a distintos grupos que le
plantean varias cuestiones para ponerlo a prueba, para ponerle trampas. Para hacerle
una pregunta tramposa se presentan los fariseos junto con los herodianos, dos
grupos completamente antagónicos, pero por esta ocasión unidos por esta causa: "¿Es
lícito pagar el impuesto al César?”, le preguntan. Antes lo llenan de adulaciones,
como si a Jesús le gustaran esa clase de honores baratos. El Papa Francisco
decía hace unos meses que era alérgico a los aduladores. A nosotros, ¿nos gusta
que nos adulen? (Contestemos sinceramente). Son mejores las críticas
constructivas, porque nos hacen crecer. Jesucristo les quita la máscara
diciéndoles en su cara que cómo son hipócritas. Lo que le dicen a Jesús estos
fariseos y herodianos, nosotros mismos lo decimos pero con franqueza, y además
con admiración y con cariño:
"Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino
de Dios con franqueza, que no te importa por nadie, porque no miras la
condición de las personas”. Jesucristo siempre dijo la verdad, no se detuvo
ni ante la muchedumbre ni ante las autoridades romanas o judías. No se dejó
llevar por ese falso respeto humano que tanto permea en nuestra sociedad y
nuestra Iglesia. Todos los cristianos debemos ser como Jesús, fieles a la
verdad, valientes para decirla y testimoniarla.
La trampa que le plantean consiste en colocar a Jesucristo entre la
espada y la pared: si dice que sí, entonces se pone en mal con el pueblo judío
que no estaba de acuerdo en pagar impuestos a un poder extranjero. Y si dice
Jesús que no, entonces se pone en mal con los herodianos ahí presentes, y lo
pueden acusar de sedición o de incitar a la desobediencia civil. Pero Jesús es
más listo de lo que ellos se imaginan. Es listo para zafarse de la trampa, pero
para nosotros es sabio, con sabiduría profunda que es preciso discernir.
La respuesta de Jesucristo se ha hecho famosa en nuestro argot social y
religioso: "Den al césar lo que es del césar
y a Dios lo que es de Dios”. Con esto los deja callados y sin armas para
seguir insistiendo.
Pero nosotros nos quedamos con su enseñanza profunda, y debemos
acogerla y discernirla. En ambientes sociales y religiosos, y también
políticos, se quiere hacer decir a Jesús cosas que estaban muy lejos de su
mente, y de la mentalidad de aquellos tiempos. Jesucristo no nos está dando una
norma para regular las relaciones entre la Iglesia y el estado, o definiendo
los campos de acción de los creyentes en el seno de la sociedad. Esto es
estirar las palabras de Jesús demasiado.
Para iluminar la acción de los creyentes en el seno de este mundo,
tenemos que leer los cuatro evangelios, contemplar a Jesucristo en medio de
aquella sociedad religiosa, y al mismo tiempo dominada por un poder extranjero.
Cómo vivió Jesús, ésa es la respuesta y la luz para nosotros.
La respuesta de Jesucristo es una respuesta abierta para que el
creyente dé su propia respuesta. Ahí está la sabiduría de Jesús nuestro
Maestro. Al decir, dale al césar lo que es de él. Jesucristo no te está
diciendo qué; eso lo tienes que decidir tú, desde tu corazón, desde tu fe. Hay
quienes le reconocen al césar o al poder temporal o civil, todo, como en los
regímenes absolutistas y totalitarios: Las personas le pertenecen al césar, los derechos humanos,
los valores, la justicia, la paz, el mundo, la naturaleza, el matrimonio, la
familia, la sexualidad, el amor, y muchos etcéteras. ¿Es así? ¿Ésa es nuestra
respuesta? Claro que los creyentes decimos que no. Todo eso le pertenece a
Dios. Dios es el autor y el dueño de todas las cosas. Ésa es la enseñanza de
Jesús, y es nuestra profesión de fe: darle a Dios lo que le pertenece. Nosotros
nos entregamos enteramente a él.
Ni siquiera pensamos que nuestros impuestos les pertenecen a los
gobernantes en turno. Nuestros impuestos le pertenecen al pueblo. Que ellos se
adueñen de nuestros impuestos, eso se llama corrupción, y es uno de los
problemas más grandes que padecemos.
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