Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




EL AMOR ES NUESTRA RELIGIÓN

Domingo 29 octubre 2017

Mateo 22,34-40.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Continuamos contemplando a nuestro señor Jesucristo en los atrios del templo de Jerusalén. Había llegado a esta ciudad desde Galilea para vivir esta confrontación final con la clase dominante del pueblo judío, clase que representa a todos los dominadores en este mundo, sean de la sociedad o de las comunidades religiosas. La postura de Jesús vale para todos, porque lo suyo es la salvación de toda esta humanidad, prisionera de sí misma.

Ya había hablado con los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín, a quienes les había dirigido tres o cuatro parábolas, bastante fuertes y denunciadoras de su cerrazón. Luego se acercaron los fariseos y los herodianos, pasaje que proclamamos el domingo pasado. Enseguida vinieron con él los saduceos, esos que niegan la resurrección de los muertos. Esta confrontación no la escuchamos el domingo pasado, nos brincamos a esta otra escena en que de nuevo comparecen con Jesús los fariseos para hacerle otra pregunta, en plan de ponerle una prueba más.

La pregunta en verdad que es fundamental para toda religión, la judía y especialmente la cristiana: ¿cuál es el mandamiento más importante? Los judíos tienen muchos mandamientos en la ley de Moisés, es decir, en los primeros libros de la Biblia; algunos biblistas hablan de 600 o 700. Para ellos en verdad que era una interrogante dónde estaba lo principal de la ley de Dios, para no perderse entre tantos mandamientos. Uno siempre se debe de preguntar eso, para no quedarse en las cuestiones secundarias, tanto en las cosas religiosas, como en las cosas civiles o meramente humanas. En las familias, siempre se piensa cuál es el alimento principal para los niños, porque no se pueden quedar en la comida chatarra. En la escuela, se deben preguntar cuál es la enseñanza fundamental, para dejar en segundo término lo que es secundario. En el trabajo, hay que pensar en cuál es mi quehacer más importante, porque si no, le dedico mi tiempo a lo menos importante y después ya no tengo tiempo para lo principal. Etc. Así es en las cuestiones de fe.

¿Cuál es el mandamiento más importante según Jesucristo? Él responde citando a Moisés. Es una profesión de fe que los judíos recitan o recitaban todos los días, el llamado Shemá Israel: "Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6,5, así lo leemos en Marcos 12,29). Y Jesús añade el mandamiento sin el cual no se puede cumplir con el primero: "amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). Y para que quede más claro, Jesús añade: "En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

No tomemos estas palabras de Jesús en sentido romanticón, como si el evangelio fuera una telenovela o historieta de amor, o como si tal fuera nuestra vida cristiana. Lo que Jesús nos está diciendo es algo muy serio, muy grave, algo que tiene que ver con toda nuestra existencia, con el plan de salvación de Dios para este mundo, con su santo reino. No es una cuestión moral o moralista. El proyecto de Dios es crear e ir formando una humanidad que viva en el amor, sólo en eso encuentra el hombre su plena realización.

De que Dios nos ama, no tenemos duda por la multitud de bendiciones que nos brinda, pero ¿cómo podemos amarlo nosotros a él? ¿Qué podemos hacer por él para hacer palpable nuestro amor? Nosotros lo alabamos, hablamos con él en la oración, le damos culto. Pero Jesús nuestro Maestro nos hace ir a la verdad del amor: "El que me ama cumplirá mi Palabra” (Juan 14,23). Quien no conoce la Biblia, los santos evangelios, quien no estudia las palabras de Jesús con santa obediencia, ¿cómo puede decir que ama a Dios? Así se le rece mucho, no hay como ponerse con toda la vida en sintonía con su Palabra.

Es la Palabra de Dios la que nos orienta hacia el amor al prójimo, a los enemigos, a los más pobres, a los últimos, a los olvidados de este mundo. No hay mejor manera de amar a Dios que amando a las personas como Jesús las amaba. No nos quedemos en el aire pensando que amar al prójimo es un bonito sentimiento que se queda en el corazón. Cada quien puede entender y vivir a su manera el amor al prójimo, a su muy limitada y reducida manera, que podría ser quedándose en un buen saludo, en una sonrisa, en una cara amable, en una moneda dada ocasionalmente (yo le pido a la gente que no dé dinero, porque crea hábitos y vicios, sino alimento, vestido, ayuda espiritual).

Contemplemos a Jesucristo: ¿Cómo amó Jesús al prójimo? Jesús amaba a los pobres, a los enfermos, atendiéndolos, curándolos, levantándolos, evangelizándolos, haciéndoles llegar el amor y el reino de Dios, su salvación. Convocó a todo mundo a girar en torno a los pobres, a los olvidados. El amor de Jesús no es un amor dulzón, es un amor enérgico, que corrige, que endereza nuestros caminos, porque no es un amor que sigue la corriente, sino un amor que salva. Así amó a sus discípulos, lo vemos paso a paso en los santos evangelios.

Poco a poco vayamos haciendo que nuestra vida gire en torno al amor a Dios y al prójimo, a los que más lo necesitan, en sus diversos aspectos. Que el amor a Dios y al prójimo no sea un accesorio en nuestra vida cristiana, ni en la vida de los hombres, ni en la vida de la Iglesia. No es el culto o la devoción sino la caridad nuestra verdadera religión.

 
 

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