EL PADRE DE USTEDES
ES SÓLO EL PADRE CELESTIAL
Domingo
5 noviembre 2017
Mateo 23,1-12.
Carlos
Pérez B., pbro.
En estos domingos finales del tiempo
litúrgico, seguimos contemplando a nuestro señor Jesucristo en los atrios del
templo de Jerusalén. Venimos también nosotros con él desde Galilea, donde
fuimos testigos de sus milagros y escuchas de sus enseñanzas. Ha venido a esta
ciudad y a su templo sagrado para vivir el enfrentamiento final con la clase
dirigente del pueblo judío. No es una confrontación meramente personal, es la
confrontación de dos proyectos, dos maneras de vivir la fe, dos maneras de
vivir la relación con Dios y con los demás, incluso dos proyectos de sociedad o
comunidad humana, dos maneras de entender los propósitos de Dios.
Recordemos que después de expulsar a
los vendedores del templo se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos
del sanedrín para reclamarle esta acción. Jesucristo les dirigió tres o cuatro
parábolas para hacerles ver el grave error en el que estaban, porque se habían
apropiado de la viña de Dios, de su pueblo y de su obra. Luego comparecieron
ante Jesús los fariseos, los herodianos, los saduceos, y finalmente un fariseo maestro
de la ley; todos para ponerle diversas trampas a fin de hacerlo caer en alguna
y poder acusarlo y condenarlo.
Ahora Jesús toma la palabra frente a
sus discípulos y a la multitud y denuncia públicamente esta actitud en que se
han encerrado los dirigentes del pueblo. Estas fuertes palabras no van
dirigidas solamente contra aquellos judíos soberbios. Nosotros las escuchamos y
nos ponemos el saco en la medida que nos quede, tanto a nivel personal como
eclesial. De veras que Jesús nos está proponiendo el modelo de Iglesia que él
quiere que seamos.
Hemos escuchado sólo el comienzo del
capítulo 23, pero todo el capítulo es una diatriba contra los escribas y
fariseos, y conviene que lo lean ustedes completo porque el próximo domingo
vamos a adentrarnos en el capítulo 25 durante tres domingos. Precisamente por
estas palabras, entre otras cosas, Jesucristo sería condenado a morir en una
cruz.
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos”.- Desde la antigüedad Moisés había
sido el gran legislador del pueblo judío. Por Moisés Dios les había dado su ley
como el camino por el que debían transitar para seguir siendo el pueblo de
Dios. Moisés era el gran maestro. El pueblo tenía que cumplir con esa ley bajo
pena de muerte en muchos de sus preceptos. Los escribas y los fariseos eran los
que les transmitían y les interpretaban la ley de Moisés.
Jesucristo no cumplía al pie de la
letra la ley de Moisés: no respetaba el sábado como ellos lo enseñaban, aunque
sí vivía el sábado como un día para dar vida y salud; no respetaba las leyes de
la pureza porque tocaba y se dejaba tocar por los leprosos, por las mujeres con
flujo de sangre, por las mujeres de la mala vida, por los endemoniados;
frecuentaba incluso a los paganos; comía con publicanos y pecadores.
Pero más allá de la interpretación y
vivencia de la ley de Moisés, lo que denuncia Jesús es la religiosidad aparente
de los escribas y fariseos. Ustedes dirán si se refiere sólo a ellos o también
a nuestros católicos laicos y clérigos: "dicen
una cosa y hacen otra”. Parece que es propio de las religiones el
aparentar. Por fuera somos unos y por dentro somos otros; nos presentamos en
público como muy piadosos pero en nuestra vida privada somos todo lo contrario;
no hay coherencia entre nuestro discurso y nuestra verdadera manera de ser. ‘Caras
vemos, corazones no sabemos’, dice sabiamente el vulgo.
"Todo lo hacen para que los vea la gente” (igual que nosotros). Les gusta ocupar los
primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las reuniones
eclesiásticas y en las celebraciones (no precisamente dice el evangelio eso,
pero a eso se refiere); les gusta que los saluden en las plazas y que la gente
los llame ‘maestros’, ‘padres’ y ‘jefes’. ¿Acaso nosotros no hacemos las cosas
con ese mismo afán? Nuestra manera de orar, nuestras ceremonias, nuestras
vestiduras litúrgicas y clericales, nuestra escalera social y eclesiástica,
etc. En esta Iglesia del siglo XXI todavía no hemos podido erradicar la
‘titulomanía’, como le llama un exegeta comentando este pasaje. Ni siquiera
estamos en el ambiente de repensar seriamente nuestra manera de ser Iglesia.
Nos encanta firmar con los títulos de ‘licenciado’, ‘doctor’, ‘excelentísimo’,
‘padre’. Muchas veces uno ha dicho que, sin caer en fariseísmos, que si esto de
no llamarle ‘padre’ a ninguno, fuera un precepto canónico, nos lo tomaríamos
más al pie de la letra; pero como lo dijo Jesús, pues nos damos el lujo de no
hacerle caso.
Permítanme recalcar que no se trata de
tomar las cosas de manera literalista, sino de repensar nuestra manera de ser
Iglesia, de una manera integral a la luz de las enseñanzas de nuestro Maestro.
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