VIVAN SIEMPRE ALEGRES
Domingo 17 diciembre 2017
Juan 1,6-8.19-28.
Carlos Pérez B., pbro.
En el tercer domingo de adviento la Iglesia nos convoca de manera especial a la alegría. ¿Cuál es la motivación principal para esta convocatoria? La inminente llegada de Jesucristo. Él ha venido ya a nuestro mundo, nos ha dejado su santo evangelio, su Palabra llena de vida, su gracia, su salvación, su fortaleza para nuestro caminar por la vida y por la historia. Siempre vivimos en la esperanza de su venida definitiva, en la plenitud de su obra, del reino por el que dio la vida en una cruz. Sólo los verdaderos cristianos desean vivamente encontrarse con él, en las muchas formas que tenemos de vivir ese encuentro. Jesús es la meta de nuestro caminar, pero también es compañero de camino.
En la primera lectura hemos escuchado las palabras que leyó Jesús en la sinagoga de su pueblo Nazaret, al inicio de su ministerio. Qué bellamente está expresada su obra y su praxis en este texto profético: la evangelización de los pobres, la liberación de los oprimidos. El profeta, con esa actitud de esperanza enraizada en el corazón, nos dice: "Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios”.
En el cántico responsorial, escuchamos a la virgen María, cuyas fiestas hemos celebrado en días pasados, que nos contagia su alegría en su cántico proclamado por el soplo del Espíritu Santo en su visita a Isabel: "mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador”. También ella contempla en la esperanza que la suerte de los pobres y de los oprimidos va a cambiar con la venida de Jesús.
Y san Pablo se une a este coro de los jubilosos diciéndonos imperativamente: "Vivan siempre alegres”. Ésta es la vida cristiana. O tu vida es una alegría permanente o no eres cristiano.
¿Se puede, en este mundo tan convulsionado por tantos problemas, vivir en la alegría? Es difícil, ciertamente. Pero, ¿qué puede sentir una persona, una comunidad, toda una Iglesia que camina hacia el encuentro con Jesús? ¿Acaso podemos celebrar su glorioso nacimiento de otra manera que no sea en la alegría? Nos alegra incluso que haya nacido en la extrema pobreza, en el desamparo, como una víctima más de las disposiciones de los humanamente poderosos. Nos alegra que haya llegado a este mundo despojado de poder, frágil y enteramente dependiente de unos padres como todo niño. ¡Qué derroche de sabiduría de Dios que ha dispuesto así las cosas!
El que se apasiona por Jesucristo no sabe de otra cosa más que de él y de su obra, como Juan el Bautista. Juan bautista, como los niños pequeños, no sabe dar razón de quién es él sino haciendo referencia a Jesús. Pregúntenle a un pequeñito quién es él, y les dirá: ‘soy de mi mamá’. El cristiano, de la misma manera, tendrá que decir: yo no soy el Cristo, ni Elías, ni el profeta; no importa quién soy yo, porque sólo soy testigo de Jesucristo y de su obra. Ésa es mi identidad, ése es el sentido más profundo de mi vida. El testigo no busca llamar la atención sobre su misma persona, sino que busca dirigir la atención de todos hacia aquel que viene a testimoniar. Mientras que otros aprovechan la navidad para atraer a las gentes sobre sus productos, el testigo o verdadero creyente pone a Jesús en el centro de todo, de manera exclusiva. Habría que preguntarnos si el santoclós, los reyes magos, el arbolito de navidad, las posadas, los regalos, las cenas y compras navideñas, etc., están al servicio de la centralidad de Jesús. Y también revisemos si todos nuestros grupos y ministerios, incluso personalidades eclesiásticas están igualmente orientados al protagonismo exclusivo de Jesús. |