EL
MARAVILLOSO TRABAJO DE MARÍA Y JOSÉ
Domingo
31 diciembre 2017
Lucas 2,22-40.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Para continuar en este ambiente de navidad, de natividad
de Jesús, la Iglesia celebra varias fiestas en estos días: los santos
inocentes, la sagrada familia, la maternidad de María, la Epifanía del Señor,
el bautismo de Jesús. La navidad para nosotros los católicos no es solamente un
día, sino un tiempo litúrgico. Y desde luego que quisiéramos que todo el año
fuera navidad, en ambiente de alegría, de salvación, de gracia de Dios, de su amor,
de fraternidad y sororidad de todos los seres humanos.
Éste es
el último día del año 2017, que aprovechamos para darle gracias a Dios por
todas las bendiciones y favores que derramó sobre nosotros en estos 365 días.
Si sufrimos alguna penalidad, pesar o sufrimiento, también hay que agradecérselo
a Dios. Los cristianos asociamos nuestra vida a la cruz de Cristo, así sabemos
que se convierten en salvación, tanto para uno como para todo el mundo. No
perdamos de vista que el Padre eterno cumple en cada uno de nosotros y todo
nuestro mundo lo que decía Jesucristo en su sermón de la montaña: "¿Qué
vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas
esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe su Padre celestial que tienen
necesidad de todo eso” (Mateo 6,31).
El
domingo dentro de la octava de navidad contemplamos a la sagrada Familia de Jesús,
no porque en la noche buena no nos hayamos dado cuenta que ahí estaban José y
María, sino porque toda nuestra atención estaba puesta en el Niño recién nacido.
Ahora los contemplamos a los tres, y celebramos esa bella realidad en la cual
llegamos a este mundo todos los seres humanos, y a la que tenemos derecho
todos, aún aquellos que por trágicas circunstancias hayan nacido de otra
manera. Todo ser humano debe ser acogido en una familia; esto como un derecho
humano fundamental, no para ser retenido en un estrecho círculo, sino para que,
a partir de ahí, el ser humano sea proyectado hacia la transformación de esta
humanidad en una gran familia, donde todos seamos hermanos, en igualdad y
justicia, en la que todos vivamos como hijos de Dios.
No debemos
pensar que al encarnarse en este mundo el Hijo de Dios ya venía bien formado y
educado por el Padre eterno, por los ángeles del cielo, tanto que ni siquiera fuera
a necesitar unos papás humanos. No es así. El Verbo eterno se hizo un verdadero
se humano, y como tal, necesitaba unos padres; como verdadero ser humano precisó
de alimento para no morirse de hambre; de beber, de lo contrario se moriría de
sed. Como todo ser humano, el pequeño Jesús necesitaba cuidados, cariño, amor
de sus papás, de sus amigos y vecinos; necesitaba aprender todo lo que requiere
un ser humano para estar sano corporal y espiritualmente, para llegar a ser un
hombre íntegro en todos los aspectos.
Es
maravilloso contemplar y celebrar, e imaginarnos porque los evangelistas son
tan parcos en detalles, todo lo que José y María fueron haciendo en su pequeño Jesús.
Sólo Mateo y Lucas nos hablan del nacimiento de Jesús en Belén. Sólo el
evangelista san Lucas nos ofrece unos cuantos datos acerca de su infancia. Sin
embargo, cuando contemplamos a Jesús en los pueblos de Galilea evangelizando y
realizando tantísimas obras de misericordia, cuando lo contemplamos entregando
tan enteramente la vida en una cruz por una salvación que no era la propia sino
la de todo el género humano, nos podemos imaginar con toda razón el trabajo que
hicieron en él sus padres en la aldea de Nazaret. ¡Qué maravilloso trabajo!
En ese
trabajo cuidadoso y profundo, en docilidad al Espíritu Santo, como aquellos
papás galileos, queremos ver a todas nuestras familias, no sólo católicas sino
de todo el mundo. Es en verdad un trabajo de salvación. Celebrar a la familia
de Jesús, María y José, es celebrar también a cada una de nuestras familias.
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