QUÉ NOS HACE SER CRISTIANOS
Domingo
14 enero 2018
1
Samuel 3,3-19 y Juan 1,35-42.
Carlos
Pérez B., Pbro.
El
segundo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos ofrece cada año un pasaje
del evangelio según san Juan, antes de dejarnos con la secuencia de alguno de
los evangelios sinópticos. Hoy nos ha tocado escuchar este pasaje que a mí me
parece fascinante, el del llamado de Jesús a los primeros discípulos: Andrés y
otro discípulo, luego Simón Pedro; y más delante, Felipe y Natanael. Para
acompañar este pasaje evangélico, la Iglesia nos ofrece, en la primera lectura,
la vocación del profeta Samuel, una llamada que recibe cuando él apenas era un
adolescente.
La
vocación es una constante en toda la sagrada Escritura: Dios es el que llama,
Dios siempre nos llama, Dios llama constantemente, el creyente ha de estar
atento al llamado de Dios. No pensemos que creer es llenarnos la cabeza de
creencias, sino de estar pendientes del llamado inicial y de los llamados que
Dios nos lanza constantemente: para aprestarnos a cumplir su voluntad, como lo
recitamos en el salmo responsorial (salmo 40). Al escuchar este pasaje del antiguo
testamento podemos pensar que Dios sólo llama a algunos privilegiados, como el
profeta Samuel, llamado por Dios desde su infancia. Pero al contemplar a
nuestro señor Jesucristo, tomamos conciencia de que el llamado de Dios es para
todos; para cada quien hay un llamado especial. Con esta intención, de que cada
uno de nosotros nos veamos a nosotros mismos en este llamado de Jesús, el
evangelista nos ofrece este pasaje.
Cada
uno de los cuatro evangelios nos ofrece su propia versión del llamado a los
primeros discípulos. Hoy domingo escuchamos el llamado en el evangelio según
san Juan. El próximo domingo acogeremos ese llamado en el evangelio según san
Marcos. Estén bien atentos, tomen nota, porque ambos relatos, que difieren
entre sí, enriquecen nuestra fe, nuestra vocación cristiana. Esto nos motiva a
confrontar los cuatro relatos evangélicos: san Mateo y san Marcos son muy
similares, a la orilla del lago; san Lucas incluye el milagro de la pesca
abundante en este primer llamado; y por su parte san Juan nos ofrece una
experiencia muy especial, y en ella nos detenemos ahora. Se trata de una
lectura muy particular de cada comunidad evangélica. No son relatos que pretendan
transmitirnos hechos históricos crasos, sino experiencias de fe. Quizá san
Marcos se aproxime más a los hechos tal cual se dieron. Pero todos nos relatan
una experiencia creyente. Cada discípulo misionero de Jesucristo podrá y tendrá
que relatar su propia experiencia iluminada por estas narraciones evangélicas.
Estaban,
pues, dos discípulos con Juan el bautista cuando ven pasar a Jesús. Juan lo
señala diciéndoles: "Éste es el Cordero
de Dios”. Estas palabras son suficientes para que ellos entiendan que Juan
no es el Maestro, sino Jesús. Qué bello papel de Juan que se desprende de sí
mismo para ponerse al servicio de Jesús. Eso debemos hacer todos los que
tenemos un cierto protagonismo en la Iglesia: sacerdotes, coordinadores de
grupos, catequistas, celebradores, etc. A nosotros nos toca poner a nuestros
catequizandos o a nuestros feligreses y a nosotros mismos en el seguimiento de
Jesús. Nuestra labor ha de ser evaluada precisamente en ese punto: se están
dejando atraer por una persona llamada Jesús. O qué tanto nuestra gente sólo está
aprendiendo cosas religiosas, comportamientos, mandamientos, cumplimientos,
devociones, actos de piedad… ¿Estamos suscitando discípulos de Jesús o
solamente estamos haciendo católicos de costumbres? Decía el papa Benedicto
XVI: "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”.
Todos los católicos debemos extender esta
convicción de que sólo el encuentro personal con Cristo, y una vida de
intimidad con él es lo que nos hace ser cristianos. No vale la pena todo lo
demás si no se vive esta experiencia. Es por eso que nuestra Iglesia no tiene
la fuerza que debería tener en la transformación de nuestro mundo en un mundo
según Dios, porque son pocos los católicos que se han apasionado por
Jesucristo, que se han entregado enteramente a su causa del reino de Dios, que
lo estudian en los santos evangelios a fin de estar escuchando constantemente
sus llamadas de Maestro.