Después
de llamar a unos pescadores en su seguimiento, Jesucristo se va el sábado a la
sinagoga de Cafarnaúm. Así como los católicos nos reunimos cada domingo para la
celebración eucarística, los judíos se reunían cada sábado en la sinagoga para
que se les leyera algún pasaje de la sagrada Escritura: de la ley de Moisés o
de los profetas. La gente de aquel tiempo no sabía leer y escribir. Los
escribas les leían la Biblia en hebreo pero al pueblo se la comentaban en
arameo, que era la lengua de ellos. Nuestro señor Jesucristo sí sabía leer y
escribir, además de que conocía muy bien la Palabra de Dios, o mejor dicho, conocía
personalmente al Autor de esa Palabra, su Padre eterno; conocía muy bien cuál
era la voluntad de Dios, que era lo que revelaba esa Palabra.
El
sábado se puso a enseñar Jesús a la gente ahí reunida. No nos dice en esta
ocasión san Marcos si Jesucristo les leyó algún pasaje de la Biblia para
comentarlo, solamente nos dice que se puso a enseñar. ¿Qué les enseñó? San
Marcos nos deja con el misterio para que nosotros pensemos en todo lo que
Jesucristo nos puede enseñar, tanto con sus palabras, como con su presencia,
como con su fuerza de gracia para sanar y purificar a las personas y a todo
nuestro mundo. Antes de realizar el milagro, nos dice el evangelista que ya la
gente se quedaba sorprendida de su enseñanza, que ésta no era como la de sus
escribas. Jesucristo enseñaba con autoridad. ¿Qué es esto? De nuevo nos deja
san Marcos con el misterio. Nosotros podemos pensar que Jesucristo tenía la
autoridad de Dios, porque era su Hijo, pero esto no lo sabían aquellas gentes
de Galilea. Algo notaron ellos. Sin que el evangelista lo diga en este pasaje,
nosotros nos imaginamos que la enseñanza de Jesús tenía la autoridad de su
fuerza sanadora y salvadora, que a Jesús lo movía la compasión por aquellas
gentes marginadas, que tenía la autoridad de su coherencia de vida, etc. Ya
leyendo todo el evangelio podemos decir muchas más cosas sobre su autoridad.
Había
pues ahí un hombre que tenía un espíritu impuro. No están en una cantina, o en
una reunión de publicanos. ¿Por qué precisamente se encuentra Jesús y se
enfrenta al espíritu impuro en la sinagoga, en ese lugar donde se escucha la
Palabra de Dios? Nosotros nos preguntamos tratando de entender bien a Jesús y
su evangelio: ¿esa Palabra que ahí se proclamaba estaba acaso contaminada,
viciada, o era la religión de los judíos? ¿O era el pueblo el contaminado, o la
enseñanza de los escribas? Más delante, al final del ministerio de Jesús, san
Marcos nos va a platicar que al llegar al templo de Jerusalén también lo
purificó, no solamente expulsando a sus mercaderes, sino también profetizando
su destrucción, porque era estéril, como la higuera que previamente había
secado. Esta escena final nos puede ayudar a comprender un poco la purificación
de la sinagoga.
Éste
es el primer milagro que aparece en el evangelio según san Marcos. Debemos
interpretar que este milagro representa y sintetiza toda la obra de Jesucristo:
expulsar al espíritu de la impureza que tenía este pueblo y con el que lo
habían marcado sus líderes religiosos: éste es un pueblo impuro, pecador,
pobre, poseído por el espíritu de la impureza, y el Hijo de Dios viene
precisamente con ese pueblo, a purificarlo, y en esa gente, decimos nosotros, a
purificar a todo el mundo, incluyendo a sus líderes. La obra de la
purificación, de la sanación será el ministerio de Jesús para un pueblo y una
religión obsesionada con los rituales de la pureza. Así nos encontraremos con
el leproso, con el paralítico, con la mujer de flujo de sangre, la hija de
Jairo, el hombre de los sepulcros, la mujer sirofenicia, etc.
El
espíritu impuro, por boca de este hombre, le pregunta a Jesús que por qué se
mete con ellos, que si ha venido a destruirlos. Ante Jesús, cuántas personas y
cosas podrían decirle lo mismo: los señores del dinero (ahora reunidos en
Davos, Suiza), las gentes del poder, de las armas, del vicio, del narcotráfico,
de la guerra, etc. Jesús viene, es cierto, a destruir todo aquello que destruye
a las personas. No viene a destruir a las personas sino a los poderes que las
destruyen. Viene a sanar, a purificar el espíritu de los seres humanos. Con
razón san Marcos presenta a Jesús como la Buena Noticia para el pueblo. Y así
acogemos nosotros también esta novedosa enseñanza para nuestro mundo: uno que
no vive para sí mismo a costa de destruir a los demás, sino alguien que será
destruido para la salvarlos a todos.