CUARESMA PARA ENTRAR EN LOS PLANES DE DIOS
Domingo
18 febrero 2018
Marcos 1,12-15.
Carlos
Pérez B., Pbro.
El primer
domingo de cuaresma, cada año, proclamamos el pasaje evangélico que nos habla
del tiempo de desierto que vivió Jesús antes de comenzar su actividad pastoral.
Son tres los evangelistas que nos hablan de él. Mateo y Lucas nos dicen que en
esos cuarenta días Jesucristo no comió nada, y además, nos explicitan en qué
consistieron cada una de las tentaciones que le puso el diablo a Jesús.
San Marcos es muy breve para
presentarnos las cosas. Tal como lo hemos escuchado, sólo nos dice que el
Espíritu lo empujó al desierto donde permaneció 40 días, siendo tentado por
satanás. Pensamos que la brevedad de san Marcos es pretendida, es con toda
intención. Si no nos da detalles de las cosas, esto quiere decir que las cosas
quedan en mucha más amplitud. Algo así como: ‘si no te digo qué hizo Jesús en
ese tiempo, tu piensa que hubo de todo, muchas más cosas de las que yo podría
incluir aquí’. Y así pensamos que Jesucristo se fue al desierto para repensar
su humanidad, para recoger en el silencio y en la oración su condición de ser
humano, tan frágil y tan inclinado a apartarse de los planes de Dios.
No fue satanás el que lo llevó al
desierto. Satanás lo hubiera empujado a un antro de vicio, a un centro de
poder, a la política, a una religiosidad facilona, a una vida de consumo. ¿A
dónde empuja el Espíritu a las personas? Al desierto, al silencio, a la
oración, al encuentro consigo mismo, al encuentro con Dios, a la prueba, a la
renuncia de sí mismo para la misión. Jesucristo no se fue al desierto porque le naciera del
corazón. Mejor se dejó empujar por el Espíritu. Esto es una grande enseñanza
para nosotros para este tiempo de cuaresma y para toda nuestra vida cristiana.
No nos eduquemos en la conciencia de que mediante la oración y la penitencia
cuaresmal podemos llegar a ser unos súper hombres o súper mujeres. Mejor
ejercitémonos en la docilidad a los impulsos del Espíritu Santo. Nosotros no
seremos capaces de hacer grandes cosas por nosotros mismos, pero el Espíritu
Santo sí puede hacer grandes cosas si le permitimos que nos empuje como lo hizo
con Jesús.
San Marcos nos habla simplemente de
los 40 días de Jesús en el desierto. Lo de los 40 días puede ser un número
simbólico y teológico: es un tiempo prolongado de desierto. La piedad popular
ha pintado la imagen de Jesús en Nazaret ya como un adulto al amparo de sus
padres José y María, como un carpintero solterón. Marcos nos da a entender más
bien que antes de su ministerio o actividad evangelizadora, Jesús vivió un
tiempo largo de desierto, viviendo intensamente la espiritualidad. Lo de los 40
días podrían ser meses o incluso años, porque el número 40 en la Biblia es un
número de plenitud.
¿Y del desierto, a dónde se fue Jesús?
No se fue a Jerusalén, a la capital política y religiosa del pueblo de Israel.
Se fue a la periferia, a Galilea, allá con los alejados de Dios, con esa gente
que tenía fama de pecadora. Por eso ahí se encontrará con tantos enfermos y
endemoniados. Precisamente Jesucristo se va ahí donde más lo necesitan. No se
irá con los buenos, los que van al templo, los que rezan. No son los sanos los
que necesitan médico, sino los enfermos, nos dice Jesús en Marcos 2,17.
¿A qué va Jesús a Galilea? A predicar
el evangelio, o lo que es lo mismo, la buena noticia. No va a Galilea para
regañar a esa gente porque están tan alejados de Dios, porque viven como los
paganos. Podía Jesús con toda razón ir a ellos de esa manera. Pero no. Jesús es
portador de una buena noticia para ellos; Jesús encarna en su persona esa buena
noticia. A donde quiera que vaya, donde quiera que ponga su pie, será una buena
noticia de salud, de alegría, de vida, de salvación, de gracia para las
personas.
El reinado de Dios está cerca, es la
buena noticia de Jesús. El reinado de Dios se hace presente en Jesús. Es
necesario convertirse. El leccionario romano utiliza la palabra
‘arrepiéntanse’, pero propiamente la proclama de Jesús es ‘conviértanse’. ¿Qué
quiere decir convertirse? Es un cambio radical de las personas y de su entorno:
un cambio en la manera de ser, de pensar, de portarse; un cambio de manera de
vivir, un cambio de sociedad y de modelo económico, un cambio estructural de
nuestro mundo. Las personas se convierten de su mala conducta, pero también de
la buena conducta, porque no es suficiente ser buenos según el mundo, sino
entrar en los planes de Dios. Cambiar de raíz es algo que está cerca de
nosotros, al alcance de la mano si también nosotros nos dejamos empujar por el
Espíritu Santo. Para que este reino de Dios llegue plenamente a los seres humanos,
es necesario que las cosas y las personas cambien, y cambien a profundidad.
Dios quiere que este mundo sea más
bello para todos, más justo, más en paz, más en armonía, que vivamos en amor
unos con otros, que compartamos como Jesucristo mismo nos lo va a enseñar en
cada uno de sus milagros. Otro mundo es posible, dicen muchos actualmente.
Así es que la cuaresma no es sólo para
dejar de portarse mal, en el sentido que nosotros le damos a esa expresión. En
la cuaresma más bien ejercitémonos en la renuncia a nosotros mismos para ir
entrando progresivamente en los planes de Dios.
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