LA GLORIA DE UNA VIDA ENTREGADA
Domingo
25 febrero 2018. 2º de cuaresma
Marcos 9,2-10.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Durante muchos
años Abraham, nuestro padre en la fe, estuvo esperando que Dios le concediera
ese hijo que tanto le había prometido: y finalmente lo tuvo, cuando él y su
esposa Sara ya eran ancianos. Pues bien, ahora escuchamos en la primera lectura
este escalofriante pasaje del Génesis: a este hijo único, a este hijo tan
largamente esperado, Dios se lo pide a Abraham: "Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de
Moriá y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”. ¿Cuál
fue la respuesta de Abraham? La obediencia. No nos habla el Génesis de la
crisis que habría vivido Abraham en su interior al escuchar semejante petición,
pero obedece y se apresta a cumplir con el mandato de Dios. Ésta es la
verdadera fe. La fe no son meras creencias, la fe es obediencia al extremo. Felizmente
Dios no permite que el pequeño Isaac muera.
La entrega de un hijo es una
experiencia que muchas veces me ha tocado vivir de cerca en mis años de
ministerio: aquel hijo con leucemia, a sus once años; aquel accidentado, aquel
asesinado inocentemente, aquella hija víctima colateral de una ejecución,
¡cuántos! Dios no quiere la muerte de nadie, y muchas de estas muertes son
causadas por el odio de los seres humanos. Pero ante los acontecimientos dados,
los creyentes debemos entrar en el discernimiento de la voluntad de Dios. ¿Por
qué Dios permitió que las cosas se dieran así? Entrar en la obediencia de Dios
es un acto de fe que estos padres y madres han tenido que realizar para
encontrar la paz interior.
En el evangelio escuchamos una escena
más escalofriante que la del Génesis. Dios nos revela su voluntad la cual se
llevará a cabo hasta el final. Ahí sí que no habrá cambio de último momento.
Unos versículos antes, Jesucristo les había anunciado a sus discípulos, en el
camino, la suerte que le esperaba en Jerusalén: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser
reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y
resucitar a los tres días” (Marcos 8,31). Los discípulos no
aceptaron este anuncio. Pedro se puso a reprender a Jesús. Nosotros tampoco lo
entendemos ni en realidad lo aceptamos. Por eso Jesús nos invita a subir al
monte para que escuchemos al Padre eterno que nos revela su voluntad en esta
visión extraordinaria: Jesucristo transforma su apariencia: lo vemos glorioso,
blanquísimo. Contemplamos a Moisés y a Elías, que son la sagrada Escritura en
el antiguo testamento, la ley y los profetas, conversando con Jesús. Finalmente
escuchamos esa voz del cielo que nos dice: "Éste
es mi Hijo amado, escúchenlo”. Toda la visión es una revelación de Dios. El
Padre viene a ratificar el anuncio de la pasión de su Hijo. Pedro y nosotros
nos habíamos resistido a aceptarlo, como una cosa de Dios, pero el Padre nos
dice que ése es el camino de la salvación. El Padre está dispuesto a entregar a
su Hijo hasta la muerte por la salvación del mundo. El Hijo no toma el camino
de la entrega por equivocación, sino porque comprende profundamente cuál es la
voluntad del Padre.
Ahora bien, no es el Padre el que desea la muerte de su Hijo, no, el
Padre lo que quiere es la salvación de este mundo, de esta humanidad, y está
dispuesto a pagar un precio muy caro por ella. Será la resistencia de las gentes
del poder, aunado a la incomprensión de la base del pueblo, lo que conduzca a
Jesús a la muerte. Así lo vamos a celebrar esta próxima semana santa. ¿Nos
parece trágico el desenlace de una vida tan maravillosa como la del Hijo de
Dios hecho carne? Pues el Padre viene en nuestra ayuda para que miremos esa
vida totalmente entregada de Jesús como lo más glorioso del mundo.
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