¿DIOS AMA A ESTE MUNDO PECADOR?
Domingo
11 marzo 2018. 4º de cuaresma
Juan 3,14-21.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Contemplamos a nuestro señor Jesucristo platicando con un judío muy
importante, Nicodemo. Éste era un maestro entre los judíos, un conocedor de la
Ley de Dios de la antigüedad, y además un practicante de esa ley con toda
estrechez y rigorismo. Sin embargo, a pesar de ser un hombre tan religioso,
nuestro Señor lo considera un hombre de las tinieblas y un hombre enraizado en
una religiosidad de la carne. Así tal cual. No es un hombre de la calle, del
vicio y de la violencia, no, es un hombre adentrado en la ley de Dios.
Frente a este hombre tan religioso, de las tinieblas y de la carne,
contemplamos a un hombre de la luz y del Espíritu, a Jesucristo, un galileo
marginal, un amigo de pecadores y publicanos, un hombre que comulga con los
contaminados. Pero así con todas estas cosas que lo ponen entre paréntesis, es
una persona transparente, libre de toda atadura humana, íntegro, de una pieza,
y además, una persona plenamente espiritual. Es cierto que se encarnó completamente
en la corporalidad humana, pero ni parece que toca el suelo: por su caridad, su
misericordia, su gratuidad, su entrega a los demás, su amor para con todos, su
valentía ante los poderosos. ¿No es así? Lo conocemos bien quienes estudiamos
los santos evangelios.
¿Qué platica Jesucristo con Nicodemo?
Cosas muy interesantes, muy profundas que habría que releer y releer para irnos
adentrando en ellas, en los misterios del Espíritu.
No hemos leído todo el pasaje, toda la
visita de este magistrado. Yo quisiera hacer una pequeña referencia, Biblia en
mano, de la catequesis y llamada a la conversión, punto por punto, que nos
dirige Jesucristo también a nosotros; pero, a falta de espacio, al menos me
detengo en uno de los versículos más importantes de la Biblia, un versículo que
deberíamos aprender de memoria para rumiarlo pausadamente: "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Aunque no seamos tan exteriormente religiosos como este personaje
judío, de todas maneras nos identificamos con él en lo que respecta a las
tinieblas y a la carne. Y no sólo individualmente, sino todo nuestro mundo.
Así como escuchamos en la primera
lectura que el pueblo, junto con sus dirigentes, había pecado contra Dios
cometiendo toda clase de abominaciones, así vemos el mundo de hoy. Y, para no
exagerar o mirar los males con lentes de aumento, bastaría que abriéramos algún
periódico en determinado día o un lapso mayor de tiempo: muertes, ejecuciones,
secuestros, corrupción, pecados de la jerarquía de nuestra Iglesia (la Biblia
habla de los sumos sacerdotes), guerras, egoísmo, odios, narcisismo,
materialismo, consumismo, etc.
Pero, ¿cómo ve Dios nuestro mundo, con
qué mirada? Nos sorprende Jesucristo tanto a nosotros como a Nicodemo al
hablarnos del amor de Dios. ¿Dios ama a este mundo pecador? Claro que sí.
Nosotros estaríamos dispuestos, en más de alguna ocasión, a tirarlo a la
basura, para hacernos otro mundo distinto, con otra gente, otra humanidad… o
quizá con ángeles y santos. Pero no, Dios mira a este mundo con el corazón, un
corazón tan grande que es capaz de entregar a su Hijo único con tal de salvar a
esta humanidad. ¿Recordamos la primera lectura del domingo pasado? Abraham
estuvo dispuesto a entregarle a su hijo que tanto había esperado y que tanto
quería, solo porque Dios se lo pedía, por la pura obediencia que le debía a
Dios.
Pues resulta que no es Abraham el que
entrega a su hijo hasta el precio de la muerte, sino el Padre eterno. Es cierto
que este mundo es el que le quita la vida a Jesús, pero Dios no quiere la
muerte sino la salvación. Dios no dicta sentencia de muerte contra su Hijo,
sino sentencia de vida para este mundo.
¿Queremos también nosotros la vida?
Pues unámonos al proyecto de Dios de manera activa y apasionada. Bien vale la
pena empeñar la vida por la vida del mundo.
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