Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
CUARESMA CAMINO DE CRECIMIENTO

Autor: Padre Cipriano Sánchez
La Cuaresma que se nos puede presentar simplemente como camino de
penitencia, como un camino de dolor, como un camino negativo,
realmente es todo lo contrario. Es un camino sumamente positivo, o
por lo menos así deberíamos entenderlo nosotros, como un camino de
crecimiento espiritual. Un camino en el cual, cada uno de nosotros va
a ir encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo.
Encontrarnos con Cristo en el interior, en lo más profundo de
nosotros, es lo que acaba dando sentido a todas las cosas: las buenas
que hacemos, las malas que hacemos, las buenas que dejamos de hacer y
también las malas que dejamos de hacer.

En el fondo, el camino que Dios quiere para nosotros, es un camino de
búsqueda de Él, a través de todas las cosas. Esto es lo que el
Evangelio nos viene a decir cuando nos habla de las obras de
misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da de beber al
sediento, en el fondo no simplemente hace algo bueno o se comporta
bien con los demás, sino va mucho más allá. Está hablándonos de una
búsqueda interior que nosotros tenemos que hacer para encontrarnos a
Cristo; una búsqueda que tenemos que tenemos que ir realizando todos
los días, para que no se nos escape Cristo en ninguno de los momentos
de nuestra existencia.

¿Cómo buscamos a Cristo?¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para
ver a Cristo? ¿Hasta que punto nos atrevemos a ir descubriendo, en
todo lo que nos pasa, a Cristo? La experiencia cotidiana nos viene a
decir que no es así, que muchas veces preferimos cerrar nuestros ojos
a Cristo y no encontrarnos con Él.

¿Por qué nos puede costar reconocer a Cristo?¿Qué es lo que han hecho
de malo los que no vieron a Cristo en los pobres? ¿Realmente dónde
está el mal? Cuando dice Jesús "Estuvieron hambrientos y no les
disteis de comer; estuvieron sedientos y no les disteis de beber,
¿qué es lo que han hecho de malo? Lo que han hecho de malo, es el no
haber sido capaces de reconocer a Cristo; el no haber abierto los
ojos para ver a Cristo en sus hermanos. Ahí está el mal.
Lo que nos viene a decir el Evangelio, el problema fundamental es que
nosotros tengamos la valentía, la disponibilidad, la exigencia
personal para reconocer a Cristo. No simplemente para hacer el bien,
que eso lo podemos hacer todos, sino para reconocer a Dios. Saber
poner a Cristo en todas las situaciones, en todos los momentos de
nuestra vida.

Esto que nos podría parecer algo muy sencillo, sin embargo es un
camino duro y exigente. Un camino en el cual podemos encontrarnos
tentaciones. ¿Cuál es la principal tentación? La principal tentación
en este camino, del cual nos habla el Evangelio de hoy, es
precisamente la tentación de no aceptar, con nuestra libertad, que
Cristo puede estar ahí, o sea la tentación del uso de la libertad.

Creo que si hay algo a lo cual nosotros estamos profundamente
arraigados, es a nuestra libertad y es lo que buscamos defender en
todo momento y conservar por encima de todo. Cristo dice: "¡Cuidado!,
no sea que tu libertad vaya a impedirte reconocerme". ¿Cuántas veces
el ayudar a alguien significa tener que dejar de ser uno mismo?
¿Cuántas veces el ayudar a alguien significa tener que renunciar a
nosotros mismos? "Tuve hambre y no me diste de comer". Y tengo que
ser yo quien te dé de comer de lo mío, es decir, tengo que renunciar.
Tengo que ser capaz de detenerme, de acercarme a ti, de descubrir que
tienes hambre y de darte de lo mío.

A veces podríamos pensar que Cristo sólo se refiere al hambre
material, pero cuántas veces se acerca a nosotros corazones
hambrientos espiritualmente y nosotros preferimos seguir nuestro
camino; preferimos no comprometer nuestra vida, pues es más fácil,
así no me meto en complicaciones, así me ahorro muchos problemas.

¿Cuántas veces podrían nuestros hermanos, los hombres, haber pasado a
nuestro lado, haber tocado nuestra puerta y haber encontrado nuestro
corazón, libremente, conscientemente cerrado? diciendo: "yo no me voy
a comprometer con los demás, yo no me voy a meter en problemas".
Cuidado, porque esta cerrazón del corazón, puede hacer que alguien
muera de hambre; puede ser que alguien muera de sed. No podemos
solucionar todos los problemas del mundo; no podemos arreglar todas
las dificultades del mundo, pero la pregunta es: ¿cada vez que
alguien llega y toca a tu corazón, le abres la puerta? ¿te
comprometes cada vez que tocan tu corazón? Este es un camino de
Cuaresma, porque es un camino de encuentro con Cristo, con ese Cristo
que viene una y otra vez a nuestra alma, que llega una y otra a
nuestra existencia.

Todos nosotros somos de una o de otra forma, miembros comprometidos
en la Iglesia, miembros que buscan la superación en la vida
cristiana, que buscan ser mejores en los sacramentos, ser mejores en
las virtudes, encontrarnos más con nuestro Señor. ¿Por qué no
empezamos a buscarlos cuando Él llega a nuestra puerta? Cuidad con la
principal de las tentaciones, que es tener el corazón cerrado.

A veces nos podría preocupar muchas tentaciones: lo mal que está el
mundo de hoy, lo tremendamente horrible que está la sociedad que nos
rodea. ¿Y la situación interior? ¿Y la situación de mi corazón
cerrado a Cristo? ¿Y la situación de mi corazón que me hace ciego a
Cristo, cómo la resuelvo? Las situaciones de la sociedad se pueden
ignorar cerrando los ojos, no preocupándome de nada, metiéndome en un
mundo más o menos sano. Pero la del corazón, la tentación que te
impide reconocer a Cristo en tu corazón, ¿cómo la solucionas? Este es
el peor de los problemas, porque de ésta es la que a la hora de la
hora te van a preguntar: ¿Qué hiciste? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me
abriste si estabas en casa?¿Por qué si yo te estaba buscando a ti, tu
no me quisiste abrir la puerta? ¿Por qué si yo quería llegar a tu
vida, preferiste quedarte dentro y no salir? ?¿Por qué si yo quería
reunirme contigo, solucionar tus problemas, ayudarte a reconocerme,
tú preferiste seguir viviendo con los ojos cerrados.
Esto es algo muy fuerte y la Cuaresma tiene que ayudarnos a
preguntarnos y a planteárnos la apertura real del corazón y ver
porqué nuestro corazón cerrado por nuestra libertad no quiere
reconocer a Cristo en los demás. Atrevámonos a ver quiénes somos,
cómo estamos viviendo nuestra existencia. Abramos nuestro corazón de
par en par. No permitamos que nuestro corazón acabe siendo el
sediento y hambriento por cerrado en si mismo. Podemos acabar siendo
nosotros, auténticos hambrientos y sedientos, y estar Cristo tocando
a nuestras puertas y sin embargo cerramos el corazón.

Hagamos de nuestro camino de cuaresmal, un camino hacia Dios abriendo
nuestro corazón. Yo estoy seguro, de que siempre que abramos nuestro
corazón vamos a encontrarnos con nuestro Señor, con Cristo que nos
dice por dónde tenemos que ir. Así, nuestra alma va a
decir: "efectivamente, yo se que tu eres el Señor, te he reconocido y
por eso abro mi vida. Te he reconocido y por eso me doy completamente
y soy capaz de superar cualquier dificultad. Te he reconocido".
Abramos el corazón, reconozcamos a Cristo, no permitamos que nuestra
vida se encierre en sí misma. Tres condiciones para que podamos
verdaderamente tener al Señor en nuestra existencia. De otra forma,
quién sabe qué imagen tengamos de Dios y no se trata de hacer a Dios
a nuestra imagen, sino hacernos a imagen de Dios.

Que el reclamo a la santidad, que es la Cuaresma, sea un reclamo a un
corazón tan abierto, tan generoso y tan disponible que no tenga miedo
de reconocer a Cristo en todas cada una de la situaciones por las que
atraviesa; en todas y cada una de las exigencias, que Cristo, venga a
pedir a nuestra vida cotidiana. No se trata simplemente de esperar
hasta el día del Juicio Final para que nos digan: "tu a la derecha y
tu a la izquierda"; es en el camino cotidiano, donde tenemos que
empezar a abrir los ojos y a reconocer a Cristo.
 
 
 

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