EL NARCISISMO ES LO QUE NOS PIERDE
Domingo
18 marzo 2018. 5º de cuaresma
Juan 12,20-33.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Jesucristo acababa
de subir a Jerusalén nos dice el evangelista (vv. 12-19). Antes, en Betania,
había realizado una señal muy grande e impactante: la resurrección de Lázaro
(cap. 11 de este evangelio). Esta señal provocó el entusiasmo y la admiración
de mucha gente que se ha estado viniendo detrás de Jesús. Los fariseos,
obviamente, se preocupan cada más por este impacto que causa Jesús en la gente,
porque eso significa que ellos se están quedando sin esas personas. Incluso
hasta unos griegos, es decir no judíos, pero simpatizantes de la religión
judía, quieren ver a Jesús. El evangelista nos da a entender que no solamente
lo quieren ver, sino que lo quieren conocer. ¿Tenemos nosotros ese deseo
profundo de conocer a Jesús? La inmensa mayoría de nuestros católicos no viven
este deseo. Todo católico debe tenerlo en su corazón: conocer a Jesús,
conocerlo cada día más de cerca, conocerlo a profundidad, entrar en el misterio
de su Persona y de su Obra. Nuestro trabajo pastoral no ha estado dirigido a
eso, a dar a conocer a Jesús, sino simplemente hacerlos católicos, bautizarles
y dejarlos así como están. Pero en realidad una persona que no conoce a Jesús
no es ni católica ni cristiana. Para llegar a serlo, hay que empezar como estos
griegos, hay que acercarse a los santos evangelios y empezar a leerlos día a
día.
Al llegar a Jerusalén, Jesucristo ha
comprendido que le ha llegado la hora de su entrega de la vida. Él habla de
glorificación, y para que lo entendamos, nos ofrece la parábola del grano de
trigo. Una semilla sólo puede producir fruto si se sacrifica a sí misma.
Cualquier semilla que se siembra, se hincha con la humedad, de ahí brota la
raíz y luego el tallito hasta formarse la planta, luego sale la espiga, o la
vaina, o la mazorca, etc., y cada una se llena de granos, y así sigue la vida
produciendo frutos. Si una semilla no se siembra, no da frutos.
Así entiende y explica Jesucristo su
propia entrega de la vida: él vino a este mundo a gastar su vida completamente
por la salvación de la humanidad. No vino para sufrir por sufrir, o que lo
mataran nomás porque lo mataran. No veamos las cosas así. El sufrimiento y la
muerte, por sí solos, son estériles, como tantas cosas en este mundo.
Jesucristo vino a entregar la vida día tras día hasta terminar en la cruz. Su
vida está llena de frutos de gracia y de salvación. Él vino a darse a los
demás, completamente. No retuvo su vida para sí mismo, como es muchas veces la
costumbre de los seres humanos en general: vivir para sí mismos, complacerse a
sí mismos, atenderse a sí mismos, cada quien a sí mismo. ¿Cuál es el resultado
de esto último? La perdición. Con el egoísmo este mundo no se salva. La
salvación se consigue con la entrega de uno mismo a los demás. Jesús es el
modelo, la fuerza, y la gracia de esta entrega.
Jesucristo nos convoca a entregarnos
de la misma manera que él, lo dice con estas palabras: "El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en
este mundo, se asegura para la vida eterna”. Así es que esta próxima semana
santa la debemos vivir en esta clave: Jesucristo no es el único que viene a
entregarse por completo, sino que los que quieran ser verdaderos discípulos
suyos han de estar dispuestos a entregarse junto con él para la obra de la
salvación de este mundo, gratuitamente, sin esperar nada a cambio de los demás,
sino sólo la vida eterna que nos viene del Padre.
Jesucristo habla de la hora de su
glorificación. El Padre de los cielos ratifica esa glorificación. Nosotros
podemos pensar que se refiere a su resurrección y a su ascensión a los cielos.
Pero la verdad es que se refiere al momento de su crucifixión. A eso se refiere
con las palabras de los versículos 32 y 33: "Cuando
yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando
de qué manera habría de morir”.
Nosotros entendemos, desde la mirada
de Dios Padre, que entregar la vida por completo y sin medida, es algo
glorioso. Lo vergonzoso es apropiarse de la vida de uno mismo. No puede ser
gloriosa la vida de los egoístas, los que no están dispuestos a dar, ni a darse
a sí mismos, sus recursos, ni servir a los demás, ni dar su tiempo, ni poner a
disposición de los demás lo que uno es. Y en estos tiempos hay mucha gente así,
y en esta corriente nos está metiendo nuestra sociedad moderna a todos.
Pero también se da lo contrario, muchas
gentes están dispuestas a servir a los demás a través de los ministerios de la
Iglesia, y también en los movimientos de la sociedad. ¿Conocen ustedes personas
que han entregado su vida por salvar a alguien? Ejemplos abundan, gracias a
Dios, en la sociedad y en la Iglesia.
No les pregunto que si conocen
personas que están dispuestas a servirse a sí mismas y a servirse de los demás,
porque luego levantamos ampolla. Pero sabemos que en la sociedad abundan, en la
política y también en nuestra Iglesia. Sólo piensen en que Jesús no aprueba esa
manera de vivir la vida.
¿Conocen ustedes personas que sirven
gratuitamente a los demás? Pensemos en ejemplos concretos, están cerca de
nosotros.
Otras veces les he comentado cuán
fecundo es un granito de maíz. Ahora me he traído esta mazorca para que veamos
cuán fructífera es la vida de Jesús, cuán fructífera debe ser la vida de toda
persona, de todo ser humano, no sólo de los cristianos.
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