NUESTROS RAMOS HABLAN DE QUE ESTAMOS CON JESÚS
Domingo
25 marzo 2018. De ramos
Marcos
11,1-10.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Jesucristo realizó
un trabajo extraordinario en Galilea: sanar a los enfermos, abrirles los ojos a
los ciegos, acoger a los excluidos, dar a conocer de manera efectiva el amor de
Dios hacia los pobres, los pecadores, los que son menos.
En el momento indicado, Jesús se
decidió a ir a Jerusalén, el centro religioso y político del país de Israel. Él
sabía que tenía que vivir ahí una confrontación con los dirigentes del pueblo
judío, una confrontación con los poderosos, siendo él un desposeído de todo
poder humano, la confrontación de dos maneras de vivir la relación con Dios, la
confrontación de dos proyectos. Los dirigentes de los judíos vivían la relación
con un Dios lejano, excluyente, autoritario. Jesús vivía y daba a vivir la
relación con un Dios Padre, todo ternura, incluyente, amoroso con los pobres,
los enfermos, los pecadores. La religión de esos dirigentes incluía el castigo
y la muerte de los que no pensaban ni actuaban como ellos, en cambio, la
religión de Jesucristo era un proyecto de vida, para todos, incluidos sus
adversarios, invitados siempre a la conversión. En esta confrontación
Jesucristo se llevaría la peor (¿o la mejor?) parte: la crucifixión.
Jesús llegó a Jerusalén por el lado de Jericó, nos dice san Marcos.
Subió con su gente entre gritos y cánticos, montado en un burrito, como un
pobre, no como un conquistador. No llevaba un ejército como lo hacían los
romanos al entrar a cualquier ciudad. Su compañía eran los pobres de Galilea. Como
Jesús les había hablado del reino de Dios, pensaban que finalmente éste sería
una realidad plena. Lo que no se esperaban es que el reinado de Dios se haría
haciéndose víctimas del poder y la resistencia humanas.
En medio de esta subida festiva a la ciudad santa, sólo Jesús sabía lo
que le esperaba: la pasión y la muerte. En el camino varias veces
les anunció a sus discípulos lo que le esperaba en Jerusalén: "Iban de camino
subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban
sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y
comenzó a decirles lo que le iba a suceder: Miren que subimos a Jerusalén, y el
Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le
condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le
escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará” (Marcos 10,32-34). Los
discípulos desde luego que siempre se resistieron a entrar en ese camino. Los evangelistas
nos hacen ver claramente esta resistencia. En ella estamos nosotros. Pero aquí
estamos porque nos consideramos parte de la causa de Jesús. Estamos de su lado
aunque no tengamos la suficiente claridad en esta obra, de ahí nuestros ramos,
nuestros cánticos.
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