MUERE Y RESUCITA PARA DAR VIDA
Domingo
1 abril 2018. De resurrección
Juan
20,1-18.
Carlos
Pérez B., Pbro.
A nuestro señor Jesucristo le arrebataron la vida las
gentes más religiosas de aquel tiempo. Qué cosa tan contradictoria: quienes
aparentemente estaban más cerca de Dios fueron los que se hicieron para el lado
de la muerte; y esto tristemente sigue vigente hoy día: se dan tantos casos en
que fanáticos religiosos buscan dar muerte a los que son diferentes, a los que
no piensan como ellos. En cambio, Jesucristo no le quitó la vida a nadie,
porque el Hijo de Dios vino a darle la vida a este mundo de muerte.
La pasión, muerte y resurrección
de nuestro señor Jesucristo no es un dispositivo mágico de salvación. Magia y
fe son dos cosas diametralmente opuestas. Muchas veces manejamos en nuestra
Iglesia ese discurso magicista que en nuestro siglo XXI ya no checa, lo que
hacemos con él es vacunar a los no creyentes o apenas creyentes contra la fe en
Jesús.
Jesucristo entregó su vida y resucitó
porque el proyecto de Dios es la vida. Jesús resucita porque continúa dando
vida como lo había hecho en su vida mortal, en la Galilea de sus milagros.
Los evangelistas no nos hablan
con detalle de la resurrección de Jesucristo. No nos dicen a qué hora resucitó,
de qué manera se levantó del sepulcro, cómo salió de él. El hecho de la resurrección
queda en el misterio. De lo que nos hablan los santos evangelios es de las
diversas experiencias que tuvieron aquellos primeros creyentes de encontrarse
frente a frente con el Resucitado. Este encuentro con Jesucristo viviente es el
que ha transformado a tantas personas en discípulos y apóstoles de la causa de
vida de Dios.
Uno de
los varios relatos del encuentro con Jesús resucitado es el que nos ofrece el
evangelista san Juan (vean Juan 20,1-18). El primer día de la semana una
mujer fue a buscar a Jesús al sepulcro: María Magdalena. Esta mujer, modelo del
verdadero creyente, amaba a Jesús. El Maestro había entrado a su vida y la
había llenado de sentido. Ella lo amaba aún cuando pensaba que estaba en el
sepulcro. En María Magdalena se tiene que mirar cada quien como el verdadero
discípulo de Jesús, el que es testigo de su resurrección, el que se ha encontrado
personalmente con él resucitado, el que se ha dejado cautivar por él.
En un principio María no reconoce
a Jesús, porque ha vuelto a la vida plenamente transformado. Lo reconoce hasta
que el Señor le habla por su nombre. Qué impacto produce en una persona
escuchar su nombre de labios de aquella otra a la que ama y de la que se siente
amada. Yo he tenido muchas veces esa experiencia, en el encuentro con personas
que conocí en parroquias donde estuve hace años. Mientras el "cristiano” no
viva esa experiencia personal del encuentro con Jesucristo resucitado, no puede
considerarse verdaderamente cristiano. Una vez que María se ha encontrado con
Jesucristo vivo, sale a llevar la Noticia a los apóstoles, convirtiéndose al
mismo tiempo en apóstol de la resurrección. Los creyentes somos apóstoles de la
Vida. No solamente somos gente religiosa que cumple con sus deberes religiosos.
Esto no es verdadera fe en el Resucitado. La fe es apasionarse por la Vida para
este mundo.
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