NO SE PUEDE SER TESTIGO SIN CONOCER EL EVANGELIO
Domingo
15 abril 2018, 3º de pascua
Lucas 24,35-48.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Los santos evangelios y demás
escritos del nuevo testamento nos ofrecen diversos relatos del encuentro que
vivieron las y los discípulos con Jesucristo resucitado. ¿Recuerdan ustedes
cada uno de esos relatos? Sería bueno que los fuéramos conociendo y que los tuviéramos
constantemente presentes en nuestra vida porque este encuentro, que no es único
sino constante, es el que nos hace realmente cristianos, el que mantiene viva
nuestra fe.
El evangelista san Lucas nos cuenta
las cosas de esta manera: primero, era un grupo más numeroso de mujeres las que
fueron al sepulcro. Iban a ungir el cuerpo de Jesús con aromas, para
preservarlo un poco de la corrupción. San Juan nos presenta sólo a una mujer,
María Magdalena; san Mateo a dos, María Magdalena y la otra María; San Marcos a
tres, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé. San Lucas, en 24,10 nos
dice: Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y
María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Ellas no se encontraron
con Jesús ahí a la entrada del sepulcro, ¿por qué? Porque no podemos buscar
entre los muertos al que está vivo. Habrá que buscarlo en otras situaciones: el
camino, la inquietud, la Escritura, la fracción del pan, la reunión de la comunidad,
incluso, en una mirada retrospectiva del evangelio, los pobres.
Lucas nos ofrece una narración muy propia: dos discípulos, que antes no
habían sido nombrados en este evangelio, Cleofás y otro, caminan con Jesús
resucitado, sin reconocerlo, hacia su pueblo llamado Emaús. Caminan
desalentados. ¿Por qué? Por lo que habían vivido tres días antes: la muerte de
aquel que los había entusiasmado, que había sembrado en sus vidas, y en las
vidas de los pobres de Galilea, la ilusión de un nuevo mundo, el reino de Dios.
Estos discípulos no lo reconocen en el camino pero su corazón arde cuando les
explica las santas Escrituras. Finalmente lo reconocen al llegar a casa, al partir
el pan. Cuando lo reconocen, él desaparece. Entonces los discípulos
inmediatamente se regresan a Jerusalén, con los demás del grupo, para
comunicarles la noticia de la experiencia que acababan de tener. Ahí empieza
nuestra lectura de hoy.
Jesucristo se encuentra con todo el grupo, pero no acaban de creer en lo
que están viendo. Jesucristo entra en detalles, les muestra las manos y los
pies, es decir, las marcas de la pasión. ¿Qué significa esto? Que crucifixión y
resurrección siempre estarán unidas en la fe y en la vida de los discípulos.
Los creyentes hemos vivido, a lo largo de nuestra historia, el riesgo de
separar ambas cosas, incluso de separar el ministerio de Jesús en Galilea de su
resurrección. Y así, Cristo empieza a convertirse en una fantasía. Hablamos de
Cristo en los grupos, en las celebraciones, pero en realidad no lo hemos
estudiado en los evangelios, es decir, no es el Cristo verdadero. Por eso
podemos hablar de su señorío, pero haciendo a un lado su pobreza. Nos
engolosinamos con su triunfo sobre la muerte, y nos olvidamos de su fracaso en
la cruz. Endulzamos a Cristo resucitado, y no hacemos mención de sus conflictos
con los poderosos, incluso con la gente más religiosa de su tiempo.
Hacernos un Cristo imaginario es traicionar toda su obra. El pasaje que
hemos proclamado termina con estas palabras: ustedes son testigos de estas cosas. ¿Cómo podemos nosotros ser
testigos a tantos años de distancia de su vida terrena? Leyendo los evangelios,
estudiándolos minuciosamente, conociéndolos a profundidad, suplicando la
asistencia del Espíritu Santo para que nos abra nuestro entendimiento y nuestro
corazón. Cuando los católicos conozcamos muy bien a Jesús a partir de los
santos evangelios, entonces nuestra Iglesia será más eficaz en evangelizar a
este mundo. No en instruirlo en verdades religiosas, porque eso no cambia a
nadie, sino en hacerlo volverse a Dios que quiere transformarlo (a todo nuestro
mundo), en una humanidad nueva plasmada en el modelo del hombre nuevo que es
Jesús. Yo quisiera poner a hacer estudio de Evangelio a todos los que formamos
la Iglesia, a nuestros catequistas, a los que dan pláticas, a los que coordinan
grupos, a los dirigentes de movimientos apostólicos, equipos de liturgia,
incluso a todos los sacerdotes y obispos. ¿Cómo podemos ser testigos de
Jesucristo, cómo podemos hablar de él si no tenemos un conocimiento creciente
de los santos evangelios?
Piensen los papás y mamás en cómo
pueden evangelizar, es decir, educar cristianamente a sus hijos: llevándolos a
Misa, poniéndolos a rezar un poco a fuerza. Desde luego que esa no es nuestra
labor. Para poderles dar a conocer a Jesucristo, es necesario que los padres de
familia estudien mucho los santos evangelios. Así estarán en posibilidades de
dar testimonio de él ante sus hijos.
¿Cómo se dice testigo en griego? Mártir. Los mártires no son
precisamente los que sufren tormentos, sino los que dan testimonio de Jesús
hasta el precio de derramar su propia sangre. Mártires son los que están
plenamente convencidos de que Jesucristo es la vida para este mundo. Permítanme
insistir: mártires son los que no dejan de estudiar a Jesucristo en los santos
evangelios para dar testimonio convencido de él.
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