JESÚS, OBJETO DE CRÍTICAS
Domingo
10 junio 2018, 10º ordinario
Marcos 3,20-35.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Nuestro señor Jesucristo no estuvo exento de
las críticas de los demás: sus parientes lo consideraron loco y los fariseos lo
acusaban de estar endemoniado. ¿Por qué pensaba su parentela que estaba loco?
Seguramente porque, como nos sucede a todos los grupos humanos, vemos que
alguien anda haciendo algo distinto de lo que lo hacen los demás y pensamos que
ya se le botó la canica. ¿Querrían acaso sus parientes que Jesús fuera una
persona ‘normal’ como ellos, es decir, cortado con la misma tijera, que hiciera
lo mismo que todos? Jesucristo en este momento del evangelio ya no ejerce su
oficio de artesano, ya no está con su familia, después de un tiempo de desierto
ahora anda recorriendo los diversos pueblos de Galilea, proclamando la cercanía
del reino de Dios a los pobres, a los pecadores, sanando a los enfermos, llamando
a la inclusión a los excluidos, despertando la alegría en la gente más sufriente.
Eso como que nadie en Nazaret lo hacía.
Pero lo más grave es que los escribas
venidos de Jerusalén lo acusaban de estar endemoniado. ¿Acaso veían que
Jesucristo era un malvado que se la pasaba molestando y haciéndoles daño a las
personas? Claro que no. Sólo andaba haciendo el bien a los demás, expulsando la
maldad que se había apoderado de las personas, de la sociedad. Como a los escribas
venidos de Jerusalén no les importaba eso, a ellos no les importaban las
personas pobres y los pecadores, por eso se molestaban con Jesús, porque a
ellos lo que les interesaba era la ley de Moisés que tanto estudiaban. ¿Entonces
de qué lado estaban ellos, del lado de Dios o del lado de Satanás?
A sus parientes, Jesús les hace llegar este
mensaje: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Estas palabras también son para
nosotros, que nos consideramos cristianos, que nos consideramos hermanos de
Jesús, católicos, etc. Sólo lo seremos en la medida que entremos en sintonía
con la voluntad de Dios. Y quien nos revela con más exactitud cuál es la
voluntad de Dios, es precisamente su Hijo. Porque podemos pensar que la
voluntad de Dios está suficientemente expresada en los diez mandamientos de la
ley de Moisés; o que la voluntad de Dios consiste en ser buenos católicos,
dentro de los parámetros que nosotros mismos nos hemos trazado. Pero no, la
voluntad de Dios la tenemos que ir descubriendo a la luz del Hijo de Dios, de
su Santo Espíritu, la tendremos que ir comprendiendo en el seguimiento de
Jesucristo, en la escucha continua de sus enseñanzas.
Y a los escribas venidos de Jerusalén les
hace llegar este mensaje más fuerte y contundente, y hasta de sentido común:
¿cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Ninguna empresa puede estar del lado de
sus contrincantes porque va al fracaso; ningún club deportivo, puede estarse
anotando autogoles, porque va perder; ninguna pandilla se puede estar peleando
contra sí misma porque se acaban. Etc. Una familia dividida contra sí misma, no
subsiste. La sentencia de Jesús es lapidaria: es un pecado contra el Espíritu
Santo, y el pecado contra el Espíritu Santo, no tiene perdón de Dios. Es el
único caso que Jesús menciona en este sentido. Todos los pecados se pueden
perdonar. Incluso los sicarios, los narcos, los extorsionadores, aunque nos
duela mucho a nosotros, obtendrán el perdón si se arrepienten adecuada y
oportunamente. Y esto no es propaganda política. Un asesino puede ser perdonado
por Dios. Ha habido tantos casos en este mundo, nos guste o no nos guste.
Así es que el único pecado que no tiene
perdón es el pecado contra el Espíritu Santo. ¿En qué consiste? En acusar al
Hijo de Dios de estar endemoniado, en llamar malas a las cosas buenas, en
considerar que las cosas de Dios son cosas del diablo. Esto es una distorsión profunda
que no tiene escapatoria. Si a las cosas de Dios las consideras del diablo, es
que estás atrapado en un círculo que no tiene salida. Es a la luz del Espíritu
Santo que cada uno de nosotros tiene que descubrir la voluntad de Dios, pero si
uno se cierra a esa luz, entonces está uno atrapado en su propia oscuridad,
¿qué lo puede iluminar a uno?
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