LA MUJER NO ES MENOR DE EDAD
Domingo
1 julio 2018, 13º ordinario
Marcos
5,21-43.
Carlos
Pérez B., Pbro.
En nuestra lectura
continuada del evangelio según san Marcos, seguimos viendo a nuestro señor
Jesucristo recorrer los pueblos de Galilea e incluso poblados y despoblados de
tierras paganas. Había salido precisamente para anunciar la buena noticia de la
cercanía del reino de Dios. No es una persona que pone un despacho y ahí tienen
que acudir todos. Él no está estacionado en un lugar de culto o de administración
religiosa. No. Él sale hacia la gente, se topa con sus vidas, con sus
problemas, sus afanes. Él camina en medio del pueblo. Sólo ahí se puede
encontrar con sus sufrimientos.
El evangelio ha entreverado dos historias y
dos milagros. Es que hay puntos comunes en ambos. Se trata de dos mujeres, una
tenía 12 años enferma, la otra tenía 12 años de edad. Ambas padecen el problema
de la marca de impureza que los judíos imponían a las personas, una porque
padecía flujo de sangre y la otra porque comenzaba su períodos de impureza.
Dice el libro del Levítico: "La mujer que
tiene flujo, el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá en su impureza por
espacio de siete días. Y quien la toque será impuro hasta la tarde. Todo
aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará impuro; y todo
aquello sobre lo que se siente quedará impuro” (15,19-20). Ambas, pues, padecen la exclusión de
la vida de la comunidad.
Jesucristo no tenía permitido tocar a las personas
impuras a riesgo de volverse él mismo impuro. Así le sucedió con el leproso del
capítulo 1. Si la mujer con flujo de sangre toca sus vestidos, los vuelve
impuros, según leímos en el Levítico. Si Jesús toma la mano de esta muchachita,
él mismo se vuelve impuro. Así será toda su vida y su persona: entre los
pecadores, entre los excluidos, hasta el final, sería crucificado en medio de
dos malhechores.
Jesucristo,
entre muchas otras cosas que viene a cambiar, está también esta mentalidad y
cultura extremadamente machista de los judíos, su manera de considerar a las
mujeres. Los judíos, en vez de maravillarse por ellas, por su papel en la
procreación, destello de la obra creadora de Dios, las despreciaban y las
rebajaban. Jesús hará todo lo contrario, las elevará en su dignidad. Con qué
cariño trata a aquella mujer que se curó de su flujo de sangre. Tocada por
Jesús, ella ya no será un ser humano de segunda. El mundo judío de aquel tiempo
no lo vivió así, pero para ella todo había cambiado, había sido transformada
profundamente por esa gratuidad del Hijo de Dios. Esa manera de obrar es la
constante en el ministerio de Jesús.
Más adelante
vemos a Jairo, jefe de la sinagoga. Con todo y ser jefe de la sinagoga judía,
suplica humildemente el milagro para su hija. Reconoce que Dios obra en Jesús.
Y por su parte, Jesucristo accede a acudir a la casa de este jefe de la
sinagoga. Cuántas veces se había proclamado la Palabra de Dios revelada en la
antigüedad en esa sinagoga, y ahora por primera vez se vuelve efectivamente
salvadora.
¿Qué le
sucedía a esta chiquilla de 12 años? A primera vista vemos dos cosas: por un
lado empezaba su pubertad, comenzaba sus períodos de impureza legal, como lo
dijimos de aquella otra mujer. Y por otro lado, ésta, ya jovencita, continuaba
siendo tratada como niña. Quizá para muchos esto último no sea problema sino un
privilegio, no así para el evangelio de Jesucristo, que no quiere gente
dependiente sino libre, responsable, entera.
Jesucristo le
da un justo trato a quien ha salido de la niñez. Les repaso a detalle la
narración de san Marcos: "Entra y les dice: ¿Por qué alborotan y
lloran? La niña no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de él. Pero él
después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la
madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de
la niña, le dice: Talitá kum, que quiere decir: Muchacha,
a ti te digo, levántate. La muchacha se levantó al instante y se puso a
andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y
les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella
de comer”. La traducción del leccionario romano no es fiel a la redacción
de san Marcos. Este pasaje por cuatro veces menciona la palabra ‘niña’. Pero
cuando Jesús la toma de la mano, le dice ‘muchacha’. Al oír se llamada así, ésta
se levanta y ya no será mencionada como niña. ¿Qué nos dice esto? Que además de
su impureza que comienza, además es tratada como menor de edad. Los judíos de
aquel tiempo, una cultura distinta a la nuestra, consideraban que la infancia
concluía a los 12 años. Recordemos lo que nos dice san Lucas 2,42 de Jesús a su
12 años.
En las parroquias rurales de manera especial, pero
también en las ciudades, uno se encuentra con que las mujeres siempre son
tratadas como menores de edad: de hijas son niñas, y son menor categoría que
los hijos; de casadas siguen siendo niñas, porque así las trata su marido, como
menores; y de madres, sus hijos son los que mandan sobre ellas. La mano de
Jesús levanta a todas las mujeres, las convierte en seres humanos de primera,
en personas libres y no dependientes.
En la sociedad
los ciudadanos son tratados como menores de edad, a pesar de que tanto hablamos
de democracia (poder del pueblo), de derechos y de libertades. ¿Cuándo nos
consultan sobre las reformas energética, fiscal, constitucional, etc., sobre
las leyes que queremos, sobre los sueldos de los altos funcionarios, sobre el
matrimonio igualitario, sobre el derecho a nacer de los que aún no nacen?
Lo mismo
sucede en nuestra Iglesia: los laicos son los eternamente menores de edad.