LLAMADOS Y ENVIADOS DE JESÚS
Domingo
15 julio 2018, 15º ordinario
Marcos
6,7-13.
Carlos
Pérez B., Pbro.
En
el versículo anterior a este pasaje, nos dice el evangelista que Jesucristo recorría
los pueblos del contorno enseñando. Su
enseñanza incluía instrucciones verbales y también milagros, ambas cosas iban
siempre juntas en Jesús. Ahora nos dice el evangelista que llamó a los doce
para enviarlos a realizar su misma labor evangelizadora. Debemos detenernos en
ese primer verbo: ‘llamar’. No es simplemente hablarle a unas personas que
están cerca o lejos. En el caso de Jesús, especialmente en este momento, hay
que tomar este llamado con toda la fuerza y riqueza que encierra: se trata de
una verdadera vocación o llamado. Lo hizo Jesús desde el principio, cuando
caminando por la ribera del mar de Galilea se los encontró por primera vez. Los
llamó para hacerlos pescadores de hombres (1,17.20). Y ese llamado no es
solamente fundante o constituyente de sus discípulos, sino que será constante,
porque la vida del discípulo consistirá en estar siempre pendiente del llamado
de Jesús, cotidianamente pendiente. No nos llama Jesús para dejarnos a merced
de lo que se nos ocurra posteriormente. El Maestro siempre está convocando a
los que ha llamado desde el principio. Dice el profeta Isaías: "Mañana tras mañana despierta mi oído, para
escuchar como los discípulos” (50,4). Así contemplamos a Jesús llamando a
los suyos continuamente: cuando instituye a los doce: "llamó a los que quiso” (3,13); para enseñar a todos sobre lo que
hace impuro al hombre: "Llamó a la gente”
(7,14); para darle de comer a la gente en tierra de paganos: "Llamó a sus discípulos” (8,1); para
exponerles a todos las condiciones para su seguimiento: "Llamó a sus discípulos y a la gente” (8,34); para anunciar su
pasión a los suyos: "Jesús se sentó,
llamó a los doce y les dijo” (9,35 y 10,42); para que todos vean lo que él
ha visto en la viuda pobre a las puertas del templo: "Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo” (12,43).
Nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe es o
debe ser, toda entera, una respuesta al llamado permanente de Jesús. No somos
católicos o cristianos por iniciativa propia, no porque nos bautizaron de
pequeños, o porque no hay de otra, por costumbre o porque todos son católicos;
no porque nos guste más esta religión. Es el llamado de Jesús el que nos hace
ser cristianos y discípulos suyos.
Todos los católicos hemos de tomar conciencia de lo
que es un discípulo. Un discípulo es el que aprende de un maestro, como en las
escuelas, como en los talleres o en la obra. El maestro enseña, el discípulo
aprende y pone en práctica. No se puede uno considerar verdadero discípulo si
no escucha la palabra del Maestro, en los santos evangelios. Por eso insisto, y
ustedes deben insistir con todas las personas de su entorno, que debemos
ponernos a estudiar cotidianamente los santos evangelios. Repito: sólo el que
aprende es verdadero discípulo, sólo el que escucha cada día a su Maestro para
ser como él.
Y Jesús nos llama no tanto para que le brindemos
pleitesía al maestro, sino para enviarnos a las multitudes que tanto le mueven
a la compasión. Insisto: no se trata de llevar un distintivo que nos
identifique como católicos. Si nos llama es para enviarnos, de dos en dos en
esa primera ocasión, o de otras maneras como lo dice al final del evangelio. La
palabra ‘apóstol’ significa ‘enviado’ en griego. Es lo mismo que misionero. Los
obispos de nuestro continente nos han insistido en que eso somos los católicos:
discípulos misioneros de Jesucristo.
La preocupación de Jesús es la gente. Lo va a decir
el evangelista más enseguida, cuando regresen los discípulos y la gente no los
deje estar solos. Jesús se encontrará con la multitud y sentirá compasión de
ellos. Porque trae a las personas en el corazón, porque no es un funcionario de
la religión como los escribas, fariseos y sacerdotes de aquel tiempo, o también
de nuestro tiempo; porque él es un buen pastor, es un buen Maestro, es un
Salvador de esta pobre humanidad; por eso envía a sus discípulos a predicar el
evangelio, la buena nueva del Reino de la salud, como él lo hacía desde que
apareció en Galilea; les da poder sobre los espíritus inmundos, como él lo
tenía y ejercía, para liberar a las personas de los males que se incrustan en
su interior; para curar a los enfermos. Sabemos que su curación se extiende
desde lo corporal hasta lo espiritual, porque la salud de Jesús es integral.
Les
pide que no tomen nada para el camino. ¿Qué quiere decir esto? Que vayamos con
total disponibilidad, sin pretextos, sin excusas, con toda gratuidad. Y sobre
todo, con pobreza. La humildad, la pobreza del discípulo misionero, y de la
iglesia discípula y misionera, es condición para tener la eficacia de Jesús.
¿Cómo vino él al mundo? En un pesebre, fue un artesano de su pueblo como lo
escuchamos el domingo pasado, fue un predicador de la calle, de los caminos,
fue un pobre que nos enriqueció (y nos sigue enriqueciendo) con su pobreza.
¿Cómo puede nuestro mundo sentirse llamado a convertirse de su materialismo, de
su egoísmo si no es a partir de la pobreza de Jesús y de sus enviados?
Los
enviados de Jesús no van en plan proselitista: a hacer que los paganos abracen
el judaísmo, o que se hagan cristianos, o se adhieran a la iglesia católica.
Ellos van a sanar corporal y espiritualmente a las personas. Este punto, que ya
no comento más ampliamente por falta de espacio, es algo que incide claramente
en la identidad de nuestra Iglesia. ¿Para qué somos Iglesia, para qué nos envió
Jesús? La verdad es que hemos convertido a nuestra Iglesia en una agrupación
cultualista, piadosista, en una instancia de poder, en una colectividad
nominal, cuando nuestra misión es la salud y la salvación de esta pobre
humanidad.