NECESITAMOS PASTORES COMPASIVOS
Domingo
22 julio 2018, 16º ordinario
Marcos
6,30-34.
Carlos
Pérez B., Pbro.
El domingo pasado escuchamos en este capítulo 6 de san
Marcos que Jesús envió a los doce a los diversos pueblos de Galilea dándoles
poder sobre los espíritus inmundos; y ellos fueron y predicaron la conversión,
expulsaban espíritus inmundos y curaban
a los enfermos ungiéndolos con aceite.
Ahora los
vemos regresar con Jesús y platicarle todo lo que habían hecho y enseñado. Es
importante para Jesús recoger las experiencias misioneras de los suyos. Algo
que nosotros debemos hacer en la oración, en la celebración eucarística, pero
también al interior de nuestros grupos. En la medida que recojamos nuestras
experiencias apostólicas en esa medida iremos creciendo como discípulos
misioneros.
Entonces Jesús
les hace una invitación que a todos nos debe parecer excelente y que por lo
general practicamos: vámonos a un lugar solitario para descansar un poco. Esta
semana nuestros jóvenes de la pastoral juvenil han tenido una experiencia
deportiva y también de recreación en alberca. Nosotros debemos procurar este
momento sagrado. Primero debemos fatigarnos en los quehaceres de la Iglesia
para tener derecho a descansar un poco. Lo decimos de nuestros trabajos del hogar
y los de fuera de casa. Es necesario descansar cuando hemos trabajado mucho.
Incluso nos damos nuestras vacaciones. Cada día en la sociedad se defiende más
este derecho. Es algo que Dios estableció, como por ejemplo el descanso del
sábado, que para los cristianos es el domingo.
Este propósito
de Jesús no se cumplió en un primer momento porque la gente los vio qué rumbo
tomaron en la barca y los siguió por tierra, de modo que al desembarcar Jesús,
se topó nuevamente con la multitud. ¿Qué hizo Jesús? No tuvo que cambiar sus
planes, porque para todo hay tiempo, simplemente dejó para después se retiro de
oración, que conseguirá después del milagro de los panes. Por lo pronto acogió
y atendió a la gente. Bellamente nos dice el evangelista que Jesús se puso a
enseñarles muchas cosas. Les enseñó tantas cosas que hasta se le hizo tarde.
¿Qué les enseñó? Esto es algo que el evangelista deja en el silencio, en el
misterio. Nos imaginamos qué tantas cosas les enseñó porque conocemos el resto
del evangelio.
En la antigüedad,
Dios estaba muy enojado por la manera como sus dirigentes conducían al pueblo.
Eran malos pastores, no se compadecían del rebaño, de las personas. En el
contexto de ese repudio a los malos pastores, lo escuchamos en la primera
lectura tomada del profeta Jeremías, Dios manifiesta su promesa de un renuevo
del tronco de Jesé, ¿quién es? No es el rey David, es Jesús. Jesucristo tenía
una mirada y un corazón muy compasivos. La compasión es la que mueve a Jesús
para darse al pueblo. En esta ocasión la compasión y la gratuidad de Jesús se
hacen manifiestas en su enseñanza y en el milagro de los panes.
Todos los
cristianos, especialmente los obispos, los sacerdotes, los coordinadores de
grupos debemos mirarnos a nosotros mismos en Jesucristo. ¿Con qué mirada vemos
nosotros a la gente, a la gente de nuestras colonias, de nuestros grupos, a los
jóvenes, a los niños? ¿Con qué mirada y atención nos detenemos ante los
enfermos, los ignorantes (en sentido positivo), las familias desintegradas, las
personas desintegradas, etc.? No somos Iglesia para encerrarnos en el culto, en
el rezo, en la devoción. La misión de cada cristiano y de toda la Iglesia es
salir al encuentro de las multitudes. Debemos ser salvación para nuestro mundo.
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