LA VIDA EUCARÍSTICA QUE DA VIDA
Domingo
19 agosto 2018, 20º ordinario
Juan 6,51-58.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Recordemos
que esta enseñanza de Jesús que acabamos de escuchar comenzó con la señal de
los panes: Jesucristo le dio de comer a toda una multitud con tan sólo cinco
panes de cebada y dos pescados que traía un muchachito pobre. En san Juan se le
llama ‘señal’ a cada milagro porque indica o señala una realidad más grande.
Jesucristo nos muestra en este discurso del capítulo 6, la realidad o misterio
indicado por la señal de los panes. Le estamos dedicando cinco domingos al
discurso o enseñanza del Pan de vida. Ya el domingo antepasado nos exigía que
no nos afanáramos por el pan que no permanece sino por el que sí permanece, y
es el alimento que nos quiere dar el Hijo de Dios. Porque Dios no le quiere dar
meramente pan a los seres humanos como si fuéramos animalitos de engorda. Dios
le da de comer a todas sus criaturas, y lo viene haciendo por millones de años.
Pero para los seres humanos Dios tiene un alimento mucho más consistente, más
profundo, más vivificador: su mismo Hijo Jesucristo que es gracia, salvación,
vida para todos.
Del
lugar donde se realizó la señal milagrosa, en la orilla del lago de Galilea,
Jesús se regresó a Cafarnaúm a pie, caminando sobre el agua. En Cafarnaúm, en
su sinagoga, se encontró de nuevo con la gente, con los judíos con quienes
sostiene este diálogo cuestionante, sacudidor.
San
Juan nos va narrando este encuentro de Jesús con los judíos como un encuentro
conflictivo ‘in crescendo’. Primero habían preguntado de Jesús ‘¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?’,
lo escuchamos el domingo pasado. Y ahora dicen: ‘¿cómo puede éste darnos a comer su carne?’ El evangelista pretende
que veamos que las enseñanzas y la persona de Jesús provocan reacciones en sus
oyentes, es decir, que nadie puede quedar indiferente ante Jesús. El próximo
domingo la reacción subirá aún más de tono. Con él no hay discusiones
académicas, teóricas, sino vitales. Lo que leemos en el evangelio es sólo una
señal de algo más grande, y esa es la polémica de nuestro mundo con Jesús,
incluso de la iglesia con Jesús. En nosotros, sus discípulos, hay resistencias
para aceptar las cosas tal como nos las propone Jesucristo. Y es natural que
las tengamos, porque ése es el camino de la verdadera fe.
Al
decir Jesús "el pan que yo les voy a dar
es mi carne, para que el mundo tenga vida”, se está refiriendo a toda su
persona y toda su obra. ‘Comer’ es la insistencia de Jesús, porque el que se
alimenta, vive; el que no se alimenta, muere. La totalidad de Jesucristo es un
alimento para nuestro mundo, para toda la humanidad, no sólo para los
católicos. Jesús se ha hecho un buen pan para ser vida para todos. Si este
mundo se alimentara de Jesús, este mundo se transformaría, como cualquier
persona enferma o anémica se transforma cuando se alimenta adecuada y
suficientemente. También nosotros, como los judíos, debemos de preguntarnos
¿cómo podemos alimentarnos de Jesús? Si la Iglesia se reduce a la celebración
de la Misa y a la exposición del Santísimo Sacramento, también nosotros estamos
entrando en conflicto con Jesús. Porque Jesús no quiere ser una ceremonia o un
objeto de culto para este mundo. Cuando dice categóricamente que su carne es
verdadera comida, nosotros tenemos que retomar las bodas de Caná, el hijo del
funcionario real, el paralítico de Betesda, la señal de los panes, el ciego de
nacimiento, la resurrección de Lázaro. ¿Entendemos? Toda la vida de Jesús es
vida para este mundo.
La
Misa es ciertamente un momento privilegiado para alimentarnos de Jesús. Vivamos
la Misa como una comunión de vida con Jesús y con la comunidad, no como una
ceremonia externa. En la escucha de la Palabra, en la consagración, en el acto
de comulgar, en el estar juntos con la comunidad como familia de Dios, en el
salir de ella a anunciar con todo nuestro ser la buena noticia de Jesús, la
buena noticia del amor de Dios por los pobres. Comer a Cristo es entrar en comunión de vida, de proyecto, de
dinámica, de estilo con Jesús. ‘El que me
coma, vivirá por mí, así como yo vivo por el Padre’, nos dice Jesús, para
que veamos que se trata de hacerse de la vida de otro para comunicar esa vida a
los demás, no la propia sino la de ese Otro. Más allá de la celebración
litúrgica, Jesucristo quiere ser nuestro alimento, y alimento para toda la humanidad
como cuando recorría los poblados y los campos de Galilea. Afuera del templo Jesucristo
quiere ser alimento para todos, cuando los cristianos lo llevamos a los alejados, a los pobres, a los pecadores, a los que no comparten nuestra misma religiosidad.
Asistir
a Misa es en realidad algo muy fácil, porque el templo me queda cerca, porque
hay varios horarios; pero lo que sí cuesta trabajo es comprometerse con Jesús.
Si hubiera católicos que no vienen a Misa porque saben que es un compromiso de
vida, entonces sí se comprendería su inasistencia, porque entrar en comunión
con Jesucristo es dejarlo entrar en uno, renunciar a mis propios proyectos,
ideas, inclinaciones, pretensiones, aspiraciones, gustos, para dejar que los
proyectos de Jesús sean los míos. Si me alimento de Cristo, es para que él obre
en mí, que él vea con estos ojos, que él piense con esta mente, que él escuche
con estos oídos, que él viva en mí para que así mi yo sirva a los proyectos de
salvación de Dios. Hay que agradecerle que haya escogido este sacramento para
que lo que hacemos físicamente, comernos esa hostia consagrada, nos sirva para
sensiblemente tomar conciencia de que es Cristo el que se hace alimento para
nosotros. Y si me alimento de Cristo, yo también he de hacerme un buen pan para
los demás. No es la religiosidad o las prácticas piadosas lo que hacen al
cristiano, la vida del cristiano es compartirse para ser vida para los demás.
Y
yo no dejo de insistir en que hagamos de nuestra lectura de los santos
evangelios un alimento cotidiano. Leamos cinco minutos diarios el Evangelio de
Jesús, con este espíritu, de que nos alimentamos de su Palabra, de su Persona.
Cuando me pongo a leer, a estudiar el Evangelio, Jesucristo está pasando a
formar parte de mí. Sus pensamientos, sus enseñanzas, sus preferencias, sus
prioridades, sus proyectos, hasta sus conflictos, pasan a formar parte
entrañable de mi ser. No se puede ser cristiano si Jesucristo no está pasando a
habitar en uno.