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LA CARTA DEL PAPA Y
NUESTRA IGLESIA DIOCESANA
Lunes 20 de agosto de 2018
Carlos Pérez B., Pbro.
El Papa
Francisco nos ha dirigido hoy una carta a todo el pueblo de Dios para salir al
frente de los escándalos que recién han salido a la luz sobre casos de abuso
sexual en la diócesis de Pensilvania, en Estados Unidos. Se habla de 1000 casos
a lo largo de 70 años por parte de 300 sacerdotes. ¿Qué dice el Papa?
Manifiesta dolor y vergüenza:
"El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por
eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección
de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad”.
Admite que en
esos casos ha habido silenciamiento, encubrimiento, y esto es una incoherencia
con lo que predicamos:
"Pero su grito fue más fuerte que
todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron
resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad…
Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no
supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo
la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas.
Hemos descuidado y abandonado a los pequeños.”.
Por ello nos
invita a la conversión y a la reforma de nuestra Iglesia:
"Conjuntamente con esos
esfuerzos, es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en
la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación
exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma
dirección que el Señor mira… Es imposible imaginar una conversión del accionar
eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de
Dios”.
Y finalmente nos
invita a la oración y a la penitencia:
"La penitencia y la oración nos
ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento
ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz
de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el
dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y
sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones
judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a
comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena
voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de
abuso sexual, de poder y de conciencia”.
Nuestra Iglesia diocesana.-
¿Estamos
nosotros en sintonía con este sentir del Papa y de gran parte de la Iglesia y
la sociedad?
Parece que no.
Parece que ya se nos olvidó (o queremos fingir amnesia) lo que también nosotros
vivimos en años poco recientes. Vivimos un problema no de hace 70 años en el
que o en los que no se ha hecho justicia, casos en los que no dimos la cara
como correspondía a discípulos de Cristo.
Debemos de
tomarnos muy en serio los tiempos que estamos viviendo. En Chile toda una
conferencia episcopal (más de 30 obispos) se vieron obligados por sí mismos a
presentarle en bloque su renuncia al Papa, para que él dispusiera de las
medidas necesarias porque la problemática era demasiado grande y se había
silenciado y tratado de distorsionar la verdad por bastantes años. Como se
acostumbra, se había engañado al mismo Papa con informes que sólo provenían de
la jerarquía, no de las víctimas. El problema mayúsculo reventó y el Papa tuvo
que rectificar ante todo mundo los procederes equivocados que a veces toma
nuestra Iglesia.
¿Cuántos años
faltarán para que nosotros asumamos la verdad con toda transparencia? A mí no
me queda duda, como a muchos otros tampoco, de que hubo cosas muy turbias en el
manejo de esta problemática que se presentó entre nosotros. Fuimos bastantes
personas las que exigimos que se transparentara todo por bien de la salud de
nuestra iglesia diocesana. Pero ¿qué sucedió? Vinieron golpes desde quienes
ejercían la autoridad. A mí me llamaron del tribunal eclesiástico, un 30 de
julio de 2003 para hacerme saber de una demanda que presentaba el p. Moriel en
contra mía. Luego, a la semana siguiente me llamó el obispo, con la presencia
del vicario judicial y del secretario canciller, para amenazarme con aplicarme
la pena canónica de ‘entredicho’ (con la que me vería privado de participar en
cualquier sacramento) por denunciar la falta de transparencia con que se estaba
manejando toda esta problemática. Pero la imagen más dolorosa fue aquella que
apareció en los periódicos días antes: el joven, la víctima, que denunciaba a
un clérigo por abuso sexual era el que estaba detrás de las rejas. Y ¿cómo se
le detuvo? Con todo un escenario teatral montado en el obispado, en el que
agentes judiciales se vistieron o se presentaron como sacerdotes, con cámaras
ocultas, para sobornar a la víctima, que compareció solitaria, sin acompañante
ni abogado. ¿No era lo mejor haber atendido pausadamente su denuncia? El hecho
de que se hayan lanzado tantos golpes desde la autoridad es indicio clarísimo
de que estaba encubriendo algo muy grave, y se hacía meramente para cuidar
nuestra imagen de iglesia, o al menos la imagen de la jerarquía.
Ahora que ha
aparecido la imagen de nuestro obispo emérito en el Notidiócesis, me siento
lastimado, profundamente lastimado, porque nuestra iglesia diocesana no está en
sintonía con todo este sentir del Papa y de gran parte de nuestra Iglesia
universal. Él merece ser tratado con todo respeto y caridad tomando en cuenta
su edad y su estado de salud. También el padre Maciel lo merecía, a sus noventa
años, pero el Papa Benedicto XVI mandó recluirlo a una vida de retiro y
privacidad, y que se retiraran de su congregación todos los retratos con los
que se le rendía culto.
Lea
la carta del Papa haciendo click aquí:
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/letters/2018/documents/papa-francesco_20180820_lettera-popolo-didio.html