EL EVANGELIO DE JESÚS ES PALABRA DE VIDA ETERNA
Domingo 26 agosto 2018, 21º ordinario
Juan 6,55.60-69.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Nos ha
tocado proclamar hoy la conclusión del discurso de Jesús sobre el Pan de vida.
Recordemos que empezó con la señal de los panes: Jesucristo le dio de comer a
toda una multitud con tan sólo cinco panes de cebada y dos pescados que traía
un muchachito pobre. Esta señal, repitiendo la palabra, es señal de más cosas:
de la gratuidad de Dios que le da de comer a todas sus criaturas desde hace
millones de años. Y los recursos de este planeta siempre han sido abundantes y
hasta sobra. Es señal de que la gracia de Dios nos convoca a ser también
nosotros gratuitos e igualitarios. Si las cosas no son de nosotros, ¿quién
tiene derecho a acaparar lo que es de Dios? Es señal de fraternidad. ¡Qué bello
momento vivieron aquellas gentes en torno a Jesús! Es señal de que Dios realiza sus grandes obras a partir de lo pequeño, a partir de los pobres. Es una señal vivencial del
reino de Dios, el cual Jesucristo lo predica no sólo con palabras sino con
señales palpables. Pero sobre todo, esta señal es señal de ese alimento
superior a todo, el que Dios quiere brindarle a toda la humanidad: la vida plena,
la salvación, el amor, su compasión hechos persona: Jesucristo nuestro señor.
A pesar de que esta señal es
señal de la gracia de Dios, no se entiende que las gentes opongan resistencias
a los ofrecimientos de Dios. Estas resistencias y oposiciones las fuimos
recorriendo en estos domingos. Primero los discípulos tuvieron miedo cuando lo
vieron caminar sobre el agua (v.19). Enseguida, Jesús les hace ver a las gentes
que lo andan siguiendo no porque haya entendido las señales, sino porque
comieron pan hasta llenarse (v. 26). A pesar de que lo tienen ante sus ojos, no
creen (v. 36). Los judíos se preguntaban: ‘¿no es éste el hijo de José… cómo
dice que ha bajado del cielo?’ (v. 42). Más adelante se extrañan: ‘¿cómo puede
éste darnos a comer su carne?’ (v. 52). Y finalmente lo que hemos escuchado
hoy: ‘Es duro
este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?... Desde entonces muchos de sus
discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él’ (v.60.66). Jesús mismo
cuestiona a sus discípulos para provocar una decisión radical en ellos:
¿También ustedes quieren irse?’
No tomemos con
ingenuidad o con superficialidad este pasaje. La resistencia de aquellas gentes
no consiste tanto en su repugnancia o rechazo a comerse canivalescamente a un
ser humano. No se trata de la religiosa resistencia de los judíos a alimentarse
de la sangre que es la vitalidad de un ser vivo. No es eso. De lo que se trata
es de la aceptación radical o del rechazo de toda la propuesta que Dios nos
hace en su Hijo. Dios nos ofrece la vida verdadera, pero por la vía de Jesús.
La vida sí la queremos todos los seres humanos, no como la ofrece Jesucristo.
Dios nos ofrece todo gratuitamente, pero no aceptamos la gratuidad que nos
compromete. Dios nos ofrece la buena nueva de la salvación de toda la
humanidad, pero no aceptamos el evangelio que se encarna en este pobre de
Nazaret, cuyo padre y madre conocemos. Todos queremos el amor, pero el amor a
uno mismo, no a los demás como lo vivió Jesús. Todos queremos que se nos
perdone, cualquier deuda, las ofensas, las faltas que cometemos, pero no
queremos entrar en la dinámica del perdón de Dios que nos compromete también a
nosotros. Todos creemos en Jesucristo, mientras se trate de un mero nombre, o
mientras se trate de aquel que nos puede hacer el milagro de sacarnos de un
apuro o una desgracia; lo que no queremos aceptar es el camino de Jesús como
camino de salvación para nosotros y para todos, el camino de la entrega de uno mismo (como un pan que es comido), el camino de la cruz.
Mientras que los
judíos reaccionaron escandalizados y muchos de sus discípulos ya no querían
andar con él porque su propuesta era inaceptable, la contrapartida es san Pedro
y los doce. ¿También ustedes quieren
irse?, les pregunta Jesús. Simón Pedro responde en nombre de los doce (¿y
de nosotros también?): ¿dónde quién vamos
a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Detengámonos en
esta profesión de fe de los doce. No podemos decir que Jesucristo tenga
palabras de vida eterna (y que él mismo sea una Palabra de Vida en persona) si
no estamos leyendo con toda devoción, cariño y obediencia los santos
evangelios. Reconozcamos que esa ha sido una grave falta pastoral de nuestra
Iglesia, el no haber educado ni estar educando a nuestros católicos en la
escucha de la Palabra y la Persona de Jesucristo. Procedemos como si las
prácticas religiosas, ceremonias, devociones fueran la base de nuestra fe. No.
Nuestra fe es docilidad a la Palabra del Maestro.