IGLESIA PROHIBIDORA
Domingo
30 septiembre 2018, 26º ordinario
Marcos 9,38-48.
Carlos
Pérez B., Pbro.
He venido comentando en estos domingos pasados que nuestro
Señor les anuncia tres veces su pasión, muerte y resurrección a sus discípulos
en el camino que van siguiendo a Jerusalén. A cada uno de estos anuncios hay
resistencias de parte de los discípulos. Ante el primer anuncio, Pedro se
rebela expresamente reprendiendo al Maestro. Pero ante los otros anuncios, san
Marcos nos relata que las aspiraciones de los discípulos andan por otro lado,
por un rumbo distinto y diametralmente contrario al que Jesús conscientemente
quiere recorrer. Desde luego que no se trata sólo de los discípulos, sino que
estos pasajes en realidad son un retrato fiel de la manera de ser, las
aspiraciones, la dirección de vida de todos los seres humanos.
Ahora, después
de decirnos que los discípulos habían discutido por el camino quién de ellos
sería el más importante, salen ellos con algo más: se constituyen tanto en
propietarios como administradores del nombre de Jesús, y hasta se sienten
facultados para lanzar prohibiciones sobre su uso. ¿Qué nos parece? Generalmente los seres humanos somos
celosos de nuestro poder, de nuestra autoridad. Como en el reino animal,
marcamos nuestro territorio, como machos o hembras dominantes. No permitimos que
otros invadan mis dominios, porque me opacan, me disminuyen. Tanto en la
sociedad como desgraciadamente en la Iglesia, no aceptamos las iniciativas de
los demás, porque sentimos que eso nos hace sentir menos. Los cristianos a
veces así procedemos. Hay obispos y párrocos que no permiten que surjan
iniciativas, grupos o movimientos en su jurisdicción, o los restringen mucho,
porque sienten que se salen de su control, tal como lo hicieron los discípulos
en aquel tiempo. ¿No han sufrido algunas agrupaciones impedimentos o
prohibiciones en algunas parroquias? También se da entre nuestros laicos: el
coordinador de determinado grupo no permite que se tomen iniciativas porque le
gusta sentirse coordinador o mandamás. Estas cosas que se dan entre nosotros
hay que discernirlas a la luz del evangelio, concretamente a la luz de las
palabras de Jesús: "No se lo
prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea
capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a
nuestro favor”.
En la primera lectura, tomada del libro de
los Números, escuchamos que para alivianar a Moisés por el mucho trabajo que
tenía en administrar la justicia para su pueblo, Dios envió su espíritu sobre
70 ancianos, pero dos de ellos no estaban en ese momento en la asamblea y de
todos modos lo recibieron. A Josué se le ocurrió pedirle a Moisés que les
prohibiera profetizar. Moisés, que era un verdadero hombre de Dios, le
respondió: ‘yo quisiera que todo el pueblo fuera profeta’.
Desde Pentecostés así lo debemos vivir en la
Iglesia. Nadie tiene la exclusiva del Espíritu Santo, porque ha sido derramado
sobre todos los bautizados. Es claro que tenemos que cuidar un don tan grande.
Tanto Jesús, como su Santo Espíritu, como el Padre eterno, se dan a sí mismos a
nosotros. A nosotros nos toca discernir su acción y su presencia en todas las
personas, incluso en los no creyentes, porque las tres divinas personas no nos
tienen que pedir permiso para actuar en quienes ellos quieren.
Debemos
trabajar arduamente todos los cristianos porque nuestra Iglesia vaya siendo cada
vez más tolerante, incluyente, pluralista, activa en todos sus miembros,
dinámica, no controladora sino impulsora, que no nos estorbemos unos a otros
para realizar la obra de Dios. Y también, que nadie se quiera aprovechar en
provecho propio de lo que es de Dios, sino que trabajemos coordinadamente, en
diálogo abierto, en aceptación, en espíritu de comunión. Este mundo está siendo construido por muchos,
no sólo por los cristianos. Cualquiera que trabaje por el amor, la justicia, la
paz, está a favor de Cristo, aunque no sean cristianos.
Por otro lado, nuestro Señor lanza una
advertencia severa contra los que escandalizan (hacen tropezar) a la gente
sencilla o a los pequeños. ¿Quiénes son esos pequeños que creen? Nosotros se lo
aplicamos a los niños, a los menores de edad. Es tan grave hacer caer a los
pequeños que aquí Jesús se torna drástico: arrojar al mar a alguien. Jesucristo
es bondadoso y misericordioso con los pecadores, pero aquí no. Este mundo nos
induce a pecar, a caer; ya no nos detenemos ante la maldad, y ahí aprenden
nuestros pequeños: aprenden la violencia, el egoísmo, el materialismo, el
consumismo… estas cosas se van metiendo sutilmente a nuestro corazón. Lo que el
Papa Francisco está haciendo con los obispos encubridores de la pederastia, es
poca cosa ante esta sentencia de Jesús.
En Chihuahua lo debimos haber hecho (y
todavía está pendiente) con los casos que se nos presentaron hace algunos años.