PASIÓN POR JESUCRISTO O NADA.
Domingo
14 de octubre 2018, 28º ordinario
Marcos 10,17-30.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Jesucristo va
caminando hacia Jerusalén, hacia su pascua que es el corolario de toda su vida
entregada por la salvación de esta humanidad. Desde el principio de este
evangelio nos ha llamado en su seguimiento. Ésta es la insistencia a cada paso:
seguir a Jesús. Todo el evangelio lo hemos de leer en esa clave, se trata de
seguir al Maestro, de ser discípulos siempre, seguidores suyos, de colaborar en
su obra salvadora. Es el acento del pasaje que hemos proclamado hoy. La
pregunta de este hombre se refiere a la vida eterna. Él entendió perfectamente
que Jesucristo era el portador de la vida eterna, que él era el Maestro que le
podía hablar con seguridad sobre este asunto que es de primera importancia para
todo ser humano. Para la gente más religiosa desde luego que lo es. Para los
menos creyentes, por lo menos su preocupación es conseguir para sí mismos y
para todo el género humano una vida más llevadera, una vida más feliz, el
bienestar, la salud, la realización personal. Todos buscamos una vida mejor.
Este hombre era un buen judío, cumplía los
mandamientos de la ley de Moisés desde muy joven. Si de ‘hacer’ se trataba, él
hacía lo que había que hacer. ¿Era suficiente? Desde luego que no. La ley
revelada a Moisés era sólo un período de transición entre lo pasajero y lo
definitivo. Incluso hoy día podríamos pensar que la salida de nuestros
problemas sociales tan acuciantes es una determinada ideología o sistema
político-económico. Hasta la fecha sólo nos hemos topado con ilusiones vanas, quimeras.
La respuesta de Jesús brota del amor por las
personas. Así lo miró Jesús, como nos mira a nosotros, como mira a todos los
seres humanos, como mira especialmente a los pecadores, como miraba a las
muchedumbres. Incluso nos atrevemos a decir que así miraba Jesús a las
autoridades judías y romanas, y por eso les hablaba con la dureza que hacía
falta.
Jesucristo no le responde lo que tiene que
‘hacer’, sino lo que debe ‘ser’: un seguidor del Hijo de Dios. No importan las
cosas que se poseen y en las cuales echamos raíces; la persona de Jesús vale
más que todo eso. El mismo Jesús nos lo ha explicado con las parábolas del
tesoro y la perla. Encontrarse a Jesús es encontrar al mayor tesoro, la piedra
más preciosa. Este hombre prefirió dar marcha atrás y quedarse con sus cosas,
que obtener la vida eterna. En la primera lectura escuchamos que se necesita
sabiduría de la buena para saber distinguir entre lo que de veras vale la pena,
y lo que está en segundo término. A los seres humanos nos falta discernimiento
para priorizar nuestras preferencias, para dedicar nuestra vida a lo que de
veras tiene valor. Hay quienes se dedican de lleno a hacer dinero, al trabajo,
a las diversiones, y ahí se les va la vida. ¡Qué desperdicio de vida!, decimos
nosotros.
Los discípulos habían dejado las redes, la
barca, el despacho de los impuestos, para seguir a Jesús. Los cristianos que
vinieron después de ellos, igualmente. Pablo dejó atrás la religiosidad en la
que había puesto todos sus afanes. Pero cuando se encontró con Jesús, todo eso
lo consideró una basura con tal de quedarse con Cristo (vean Filipenses 3,8).
Él habla de la sublimidad del conocimiento de Cristo.
¿Y los católicos de hoy día? No puede ser
que estemos tan conformes, me refiero a la jerarquía de nuestra Iglesia, con
esta religiosidad tan light o ligera en la que seguimos manteniendo a los
fieles laicos… incluso a los sacerdotes. Pareciera que Jesucristo es sólo un
accesorio en nuestras vidas. Hace falta apasionarnos por él.