NECESITAMOS ABRIR LOS OJOS
Domingo
28 de octubre 2018, 30º ordinario
Marcos 10,46-52.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Para
comprender y apreciar con más fuerza este milagro de Jesús, recordemos el
camino que hemos venido recorriendo detrás de él:
Jesucristo
nos hizo una pregunta fundamental: ¿quién soy yo para la gente y para ustedes
personalmente? Entender su mesianismo es fundamental para ser auténticamente
cristianos. Nadie puede ser cristiano a su manera. No. Hay que entrar en el
misterio de Jesús. Después del segundo milagro de los panes, Jesús nos pidió
categóricamente: "abran los ojos”.
Una persona de ojos cerrados no puede ser discípulo suyo. Y en ese mismo lugar,
nos reclama: "¿Aún no entienden?” (Marcos 8,15.21). Y por eso, nos
platica san Marcos que Jesús le abrió los ojos a un ciego, el de Betsaida. No
sólo nos pide que abramos los ojos, él nos abre los ojos. Hoy nuevamente nos
topamos con otro ciego, el de Jericó, Bartimeo. En medio de estos dos ciegos,
¿qué encontramos en este evangelio? Primero la pregunta sobre la identidad o
mesianismo de Jesús. ¿Sabemos quién es Jesús, cómo quiere él realizar su
misión? Él mismo nos anuncia tres veces su pasión, su muerte, su resurrección.
Nosotros, junto con los discípulos de aquel tiempo nos resistimos a entrar en
ese camino del Mesías, un camino de abajamiento, de entrega de sí mismo, de
rechazo por parte de las autoridades judías. Frente a este camino, los
discípulos prefieren el rumbo contrario: pretenden ser el más importante,
buscan un puesto en la gloria. Y nosotros con ellos.
Después de estos tres
anuncios, Jesucristo llega a Jericó, en la ribera del Jordán, sólo falta subir
el monte Sión para llegar a Jerusalén. Ahí se encuentra a este hombre ciego. Un
limosnero tirado a un lado del camino. No tenía los ojos abiertos pero sí los
oídos. Percibe el paso de Jesús y empieza a clamar: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Este ciego apela a lo
más hondo del corazón de Jesús, a su compasión. La gente lo reprendía para que
se callara. ¿Por qué? ¿Acaso los pobres, los enfermos, los marginados no tienen
derecho a clamar ante Dios, ante la sociedad, ante las autoridades que se les
atienda? Claro que sí, por eso este ciego no se deja amedrentar por esas
personas que lo quieren silenciar. ¡Qué bella imagen! Son tantos en nuestro
mundo que cada día con más fuerza se hacen escuchar y se hacen atender:
indígenas, campesinos, mujeres, migrantes, niños.
Los notables de aquel tiempo no se acercaban a los
ciegos ni en general a los enfermos para hacer algo por ellos. Jesús sí. Con
prontitud se acerca al Maestro quien le pregunta qué quiere. Jesucristo no
quiere suponer lo que este ciego desea. Podría ser una limosna, puesto que no
sólo era ciego, era limosnero. ¿Qué deseas? Gracias a esta pregunta el ciego
puede exclamar: "Rabbuní, que vea”.
Esta súplica debe estar en los labios y en el corazón de todo aquel que
pretenda ser discípulo de este Maestro (Rabbuní en arameo). No pide limosna,
pide la vista, lo que a los discípulos y a nosotros nos hace falta, abrir los
ojos para ser realmente discípulos de Jesucristo.
Jesús lo despide pero este ciego sanado no se va,
se pone a seguir a Jesús por el camino. Antes tenía los ojos cerrados y estaba
a un lado del camino, al margen. Estar en el camino es una cuestión fundamental
en este evangelio. Recordemos que fue en el camino que Jesús nos preguntó quién
soy yo para ustedes. En el camino le habíamos de responder.
Ahora que ha abierto los ojos se coloca en el
camino de Jesús para seguirlo con entusiasmo. ¿No es ésta la imagen del
verdadero discípulo que quiere Jesús? ¿No es ésta la imagen de la verdadera
Iglesia que quiere Jesús? Una Iglesia de mirada abierta y profunda, una Iglesia
en camino, una Iglesia que no sigue sus propios pasos sino los pasos del
Maestro.