¿CUÁNTO DAS TÚ POR DIOS Y POR LOS DEMÁS?
Domingo
11 de noviembre 2018, 32º ordinario
Marcos 12,38-44.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Recordemos el camino que hemos venido recorriendo detrás de Jesús desde
Galilea: la falta de entendimiento de sus discípulos sobre su mesianismo, sobre
su camino de abajamiento por la salvación de esta humanidad. En ellos nos hemos
mirado a nosotros mismos. Jesucristo llegó a Jericó, ya muy cerca de la ciudad
de Jerusalén, y sanó a un ciego. Este ciego, a diferencia de sus discípulos sí
abrió los ojos y se convirtió en un verdadero discípulo de Jesús.
Y ahora, en el
pasaje de hoy, ¿qué nos encontramos? Que Jesucristo efectivamente sí tiene los
ojos abiertos y sabe mirar lo que los demás no alcanzan. Con esa mirada que
llega hasta el interior de las personas ve a una viuda pobre, pero también a
los que están en el otro bando. Él ha observado cómo son los escribas y demás
líderes religiosos del pueblo, y por eso nos ofrece una crítica profunda y
constructiva, porque no quiere de ninguna manera que los suyos lleguen a copiar
esas costumbres superficiales y vanidosas, ni los cristianos en lo individual,
ni la iglesia en su conjunto. Hay que decir con contundencia: Jesús no quiere
una Iglesia así. ¡Cuántas cosas tenemos que rectificar el día de hoy!
En los atrios
del templo de Jerusalén, Jesucristo estuvo recibiendo varias comitivas que
comparecían para reclamarle la expulsión de los mercaderes, así como también para
interrogarlo sobre sus enseñanzas. No hemos proclamado en esta secuencia de san
Marcos que hacemos los domingos, todos esos encuentros de Jesús con los
notables, sólo nos detuvimos en la pregunta que le hizo un escriba que era
maestro entre los judíos pero que ante Jesús se sitúa como un discípulo. ¿Recuerdan?
La pregunta era sobre el mandamiento más importante de la ley de Dios. Luego
sigue un pasaje que tampoco proclamamos en la secuencia dominical: el contraste
del pueblo con sus líderes en relación con Jesús. San Marcos nos ofrece una bella
imagen de sintonía y de comunión con el Maestro: la gente le escuchaba con
agrado. ¿Nos colocamos nosotros ahí? Si estudiamos cada día los santos
evangelios, sí; si no lo hacemos, no estamos ahí.
En este ambiente
de concordia con el pueblo, Jesús les dice: ¡cuídense
de los escribas! ¿En qué sentido? En dos. Por un lado cuídense de ellos,
pero también, cuídense de ser como ellos. ¿Cómo son los escribas, qué gustos,
qué afanes tienen? Repito: Jesucristo era observador y contemplativo de las
personas, crítico de los líderes religiosos del pueblo. Los conocía bien. No es
un criticón barato, un recortón como lo somos nosotros, que sólo buscamos
defectos en los demás para posicionarnos a nosotros mismos, para creernos
mejores que los demás. Desde luego que esa no era la manía de Jesús. A él le
interesaba trabajar a las personas, hacerlas profundas en su fe, en su vida, en
su espiritualidad. Su crítica es absolutamente constructiva.
Les releo lo que
decía Jesús de ellos: "Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir
reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los
primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas
haciendo ostentación de largos rezos”. A nuestra gente más pobre y sencilla quizá esto no
les resulte una tentación, están acostumbrados a ocupar los últimos lugares en
todos los ambientes. Pero no está demás lanzarles esta advertencia, no sea que
algún día, estando arriba, se les ofrezca. A muchos de nosotros, que no somos
precisamente importantes en nuestra sociedad, ni mucho menos líderes
religiosos, sí cabe que tengamos presentes estas advertencias de nuestro Señor.
La religión no es para eso, nos dice categóricamente nuestro Maestro. Pero sí
podemos ayudarles a nuestros jerarcas eclesiásticos, estarles recordando
continuamente el Evangelio de Jesús, su vida, su camino de abajamiento que es
camino de salvación para todos. Lo que Jesús denuncia cómo nos llega a los
clérigos, y más entre más arriba estemos. Porque nos encanta lucirnos con
amplios ropajes, sobre todo en liturgia, aunque también en las reuniones y en la calle. Nos gusta que nos vean como clérigos, no como servidores del pueblo. Habría que
decirlo y escribirlo con letras muy grandes: Jesús no quiere una Iglesia así.
Como
Jesús es también muy observador y contemplativo de las personas, especialmente
de los pobres, por eso lo vemos sentado frente a los cofres de las ofrendas.
Una imagen muy bella que nos ofrece el evangelio. Porque Jesús no llegó para
presidir algún oficio solemne en el templo, no llegó como un sumo sacerdote de
ellos. Llegó como un simple galileo. Se pudo sentar tranquilamente frente a los
cofres sin llamar la atención porque no era nadie ahí en el templo. ¿Qué vio
Jesús estando ahí? No sólo vio a una viuda. Antes estaba viendo cómo los ricos
echaban mucho dinero. La viuda echó muy poco, dos moneditas de muy poco valor.
Sin embargo, ella depositó mucho más que todos.
Jesucristo
nos enseña a contemplar a las personas.
No es recorte, es abrirnos a la riqueza o la miseria espiritual de cada una de
ellas. Tenemos que pedirle a Jesús que nos abra los ojos, que nos dé una mirada
de discípulos ante los pobres, ante la sociedad, que nos comparta su propia mirada,
la profundidad de su mirada, para alcanzar a ver lo que sólo él ve; para mirar
su buena noticia en él y en los pobres que con su vida sencilla nos la
proclaman. Con matemáticas ordinarias, tenemos que decir que los ricos echaron
mucho más. Con la mirada de Jesús alcanzamos a ver la vida de cada quien.
Algunos echan de lo que les sobra. Ella ha echado todo lo que tenía para vivir.
Esto se
da en la vida, lo sabemos bien. No nos invita Jesús a echar mucho dinero en el
templo. Si algún sacerdote o ministro no católico aprovecha esta oportunidad,
haría muy mal. Jesucristo nos invita a dar de lo que necesitamos para vivir,
más aún a darnos a nosotros mismos. ¿Cómo quién? Como la viuda y tantos pobres,
como el pobre por excelencia, que no teniendo más que dar por la salvación de
esta humanidad entrega su propia vida.