LA META DE NUESTRA HISTORIA
Domingo
18 de noviembre 2018, 33º ordinario
Marcos 13,24-32.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Jesucristo había
llegado con sus discípulos y más gente a la ciudad de Jerusalén desde Galilea.
Nosotros hemos venido caminando detrás de él sirviéndonos de las lecturas
dominicales. ¿Ha sido así? Espero que sí. Al llegar había expulsado a los
mercaderes del templo, empleados que eran de los sumos sacerdotes. A partir de
esta acción, Jesucristo recibe varias comitivas en plan de controversia: sumos
sacerdotes y ancianos del sanedrín, fariseos y herodianos, saduceos y hasta un
escriba que es maestro del pueblo pero que comparece ante Jesús en calidad de
discípulo.
Terminadas las comparecencias, Jesús está
pues en los atrios del templo con sus discípulos, uno de los cuales, admirado,
le comenta: "Maestro,
mira qué piedras y qué construcciones”. En los pueblitos de Galilea no había cosa igual. Este discípulo era
como un campesino que se quedara sorprendido de nuestra catedral. El templo de
Jerusalén era una construcción muy grande, rodeada de un muro bastante amplio.
Jesús le vaticina que de toda esa
construcción no quedará piedra sobre piedra, cosa que sucedió 40 años después
de la muerte y resurrección de Jesús, obra del imperio romano conquistador y
devastador, como sucede hoy día con las guerras y las invasiones. Y de esta
profecía viene la pregunta de los discípulos: "Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de
que todas estas cosas están para cumplirse”.
También nosotros nos hemos preguntado infinidad de veces cuándo y cómo será el
final de los tiempos, cuándo se acabará no sólo este mundo que vemos, sino
sobre todo cuándo se acabarán las guerras, la violencia, este clima de
inseguridad, la corrupción, la maldad de los hombres, cuándo llegará el reino
de Dios tan anunciado por Jesús como visualizado por medio de sus milagros, ese
reino del amor de Dios reinando finalmente en el corazón de los seres humanos,
ese reino de justicia, de paz y de verdad.
La respuesta de Jesús a la pregunta de los
discípulos, no la leemos completa en esta lectura dominical. Sería bueno que
todos nosotros repasáramos completo este capítulo 13 de san Marcos para
quedarnos con una idea integral de la enseñanza de Jesús.
Jesucristo nos habla de diversas cosas: los
engañadores religiosos del pueblo que se presentan como Mesías; habla de terremotos,
hambre, guerras, revoluciones, persecuciones de los discípulos (ha habido
ocasiones en que, al contrario, es la iglesia la que protagoniza esas
persecuciones), la invasión del imperio; y hoy escuchamos que nos habla de
señales cósmicas y de la venida del Hijo del hombre.
Al leer todo este capítulo 13, ¿con qué nos
quedamos? Si somos tremendistas o amarillistas, nos quedamos con el miedo o
pavor a que estas cosas vayan a suceder en nuestros días. Y de hecho es así
porque la sola violencia y las crisis sociales que estamos padeciendo, ya son
el cumplimiento de las profecías de Jesús. Pero los creyentes, los que nos
consideramos verdaderos discípulos de Jesús, nos quedamos en la esperanza que
Jesús quiere despertar en nosotros. Si después de todos esos acontecimientos va
a venir Jesús de nuevo, quisiéramos que hasta se adelantaran esas señales. La
verdad es que no sabemos cuándo. Lo que Jesús trata de fomentar en nosotros, en
nuestros corazones, es la forma de vida que deben llevar los suyos después de la
partida física del Maestro: creyentes abiertos de mente, de corazón, maduros en
su discernimiento ante los acontecimientos del mundo, capaces de interpretar
los signos de los tiempos, como nos lo dice con la parábola de la higuera que
echa sus brotes. Los discípulos de Jesús no debemos ser personas crédulas,
asustadizas, mucho menos cobardes sino valientes, protagonistas y activistas en
la construcción del Reino de Dios. Cuando sólo nos refugiamos en el rezo y en
la devoción, estamos traicionando a Jesús. Jesucristo quiere que seamos
activistas de los cambios que Dios quiere.