Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?

Domingo 16 de diciembre 2018, 3º de adviento

Lucas 3,10-18.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

¿Cómo estamos viviendo este tiempo de Adviento? ¿Cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús? ¿Dónde hemos puesto nuestra mente y nuestro corazón? Mucha gente está alistando sus regalos, la cena, los adornos, las bebidas... pero ¿ya están preparando su corazón, su espíritu, su entorno para el nacimiento del Salvador? En esto último está lo realmente importante.

La Iglesia nos ofrece hoy principalmente dos llamados, dos invitaciones: primero, un llamado a la alegría, a la esperanza alegre. Escuchamos en la primera lectura del libro del profeta Sofonías: "Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén”. En el cántico responsorial recitamos: "Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes”. Y en la segunda lectura, en la carta a los Filipenses nos dice San Pablo, y con estas palabras se le da nombre a este tercer domingo de adviento: "Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!”. Así es que este es el tono que adquiere el adviento cuando ya estamos muy cerca de la navidad. En realidad la alegría es el tono de toda nuestra vida cristiana. Muchas veces insistimos en que, por encima de los trabajos, las penalidades y sufrimientos que trae consigo esta vida de los seres humanos, a unas personas más que a otras, pero a todos, por encima de eso el cristiano ha de vivir en la alegría de Jesucristo. Quien no vive alegre, desde el fondo de su corazón, debe poner en duda su fe. Nuestra fe y nuestra esperanza están puestas en Dios que nos ha de cumplir todas sus promesas reveladas y realizadas en su Hijo Jesús.

El segundo llamado que nos hace hoy la Iglesia con la palabra de Dios es a la conversión. Para ello, la Iglesia nuevamente nos ofrece la figura de Juan Bautista para ayudarnos a vivir este adviento. Ya nos lo había presentado el domingo pasado, con ese llamado que nos hacían los profetas Baruc e Isaías: corrijan sus vidas y su sociedad así como se rectifica el terreno disparejo para que transite un pueblo pobre que ha sido recién liberado. En el río Jordán la gente le preguntaba ¿qué debemos hacer? Le preguntaban esto porque versículos antes nos dice san Lucas que Juan les dirigió unas palabras muy fuertes que los conmovieron a todos: al pueblo, a los publicanos, a los soldados. Para empezar, Juan les decía a todos: "raza de víboras”. ¿Qué nos parece? Y les decía más: "¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues, frutos dignos de conversión, y no anden diciendo en su interior: Tenemos por padre a Abraham; porque les digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Y ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”.

Cualquier otro predicador que se atreviera a dirigirse así a la multitud, se arriesgaría a que lo agarraran a pedradas, o en el menos malo de los casos, que la gente se diera media vuelta y lo dejara hablando solo. Pero como Juan era un profeta entero que tenía una coherencia de vida tremenda, como era un pobre del desierto, como no era un hablador sino que vivía intensamente su espiritualidad y la gente lo notaba, por eso humildemente se le acercaban a preguntarle lo que debían hacer.

Para cada quien Juan tiene una exigencia, lo acabamos de escuchar: "el que tenga dos túnicas, que dé una al que no tienen ninguna; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. A los publicanos les pedía que no fueran corruptos, que no cobraran de más. A los soldados, que no extorsionaran a la gente con falsas acusaciones. Fijémonos bien: no les pedía que rezaran más, que se persignaran, que le rindieran culto y le ofrecieran sus dones a Dios. Nada de cosas religiosas sino actos de verdadera caridad.

¿Y a nosotros? ¿A nuestra sociedad qué nos pediría Juan? Hay muchas cosas qué corregir entre nosotros si queremos la visita de nuestro Salvador, si queremos que la llegada de su reino sea una cabal realidad. ¡Qué bonita navidad sería si…!

Si los corruptos dejáramos de ser corruptos, si los sicarios dejaran de matar, si dejáramos de hacernos trampas unos a otros, si nos olvidáramos de mentir, si compartiéramos no sólo nuestros bienes materiales con los que menos tienen, sino también nuestras cualidades, nuestro tiempo, nuestros bienes espirituales. Y qué mejor que esta navidad no fuera cosa de un día sino una realidad bella y permanente entre los seres humanos. Digamos como dicen en el deporte: ¡sí se puede!, claro que sí se puede… con la gracia de Dios.

 

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