BAUTIZADOS PARA TENER EL ESPÍRITU DE DIOS
D. 13
enero 2019. El bautismo del Señor
Lucas
3,15-16 y 21-22.
Carlos
Pérez B., Pbro.
En el río Jordán, al
ver y escuchar a Juan, la gente pensaba que quizá él sería el Cristo, nos dice
san Lucas. El Cristo es el Ungido de Dios que el pueblo esperaba para su
liberación. ¿Por qué tenían esa impresión acerca de Juan? Por su calidad
profética. Con qué autoridad les hablaba, con qué coherencia de vida. Ni los
escribas, ni los fariseos, ni los sumos sacerdotes tenían esa estatura de Juan.
Jesucristo mismo, en otro momento (ver Lucas 7), reconocerá ante la gente que
Juan era más que un profeta. Juan le hablaba a la gente diciéndoles "raza de
víboras”, y la gente se le acercaba humildemente a Juan para preguntarle qué
debían hacer. Juan se dirigía a los publicanos y a los soldados ahí presentes,
y también éstos se sentían movidos a la conversión, humildemente le preguntaban
qué debían hacer. Juan se metió hasta con Herodes Antipas por todas las cosas
malas que hacía. Juan no le tenía miedo a nadie. Era un hombre del desierto y
por eso su palabra estaba llena de autoridad.
Pues con todo y eso, él mismo confiesa para
sacar a la gente de dudas: "ya viene otro más poderoso que yo, a quien
no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el
Espíritu Santo y con fuego”. Ésta es la noticia que estamos celebrando hoy.
Jesucristo, el que nació en Belén, el pobre de Nazaret, al iniciar su
ministerio, baja al Jordán para ser bautizado por Juan. El bautismo de Jesús no
fue un evento social, como lo es para infinidad de católicos que han sido
bautizados y bautizan a sus hijos sin saber para qué.
Jesucristo, como buen judío, debía haber acudido al
templo de Jerusalén, a ponerse a las órdenes de los sumos sacerdotes y de toda
la estructura legalista y cultualista del pueblo judío para iniciar formalmente
su misión encomendada por el Padre. Pero no fue así. Se dirigió al Jordán en
medio de los pecadores. Juan era de estirpe sacerdotal, pero no estaba
cumpliendo un oficio como tal. Tanto Juan como Jesús estaban actuando fuera del
huacal, pero dentro de los nuevos planes de Dios. Ahí en el Jordán se hace
presente toda la divinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Todos ahí en
medio de los pecadores. Precisamente ésta es la imagen de lo que había de ser
el ministerio de Jesús: buscar a los pecadores para conducirlos a Dios. Del
Jordán, Jesucristo se volvió al desierto siempre movido por el Espíritu Santo
que tenía en plenitud, tal como nos lo dice el evangelista más delante: "Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del
Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto” (Lucas 4,1). Luego el Espíritu lo condujo a
Galilea: "Jesús volvió a Galilea por la
fuerza del Espíritu… Vino a Nazará… y se levantó para hacer la lectura… El
Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la
Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista
a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos” (Lucas 4,14-18).
Así contemplamos
hoy a Jesús en su bautismo y a partir de su bautismo. Ahora contemplémonos a
nosotros bautizados con el Espíritu Santo y con fuego. El bautismo no es un
evento social. Quisiera que lo repitiéramos infinidad de veces para nosotros y
para todos los católicos. Es un acontecimiento muy grande en la vida de cada
uno de nosotros que nos marca profundamente para la misión a la que Dios nos
llama. Recibimos ahí el llamado de Dios, su vocación. Cada uno ha de
responderle, con todo su ser. El verdadero cristiano se ha de dejar conducir
por el Espíritu de Dios en toda su vida, en medio del mundo. El bautizado, como
Jesús, ha sido ungido para llevar la buena nueva a los pobres, para proclamar
la liberación a los cautivos, para abrirles los ojos a los ciegos, que somos
todos los seres humanos, a darle la libertad a los oprimidos.
No hemos sido
bautizados para llevar una religiosidad light o ligera, que sólo incluye
creencias mentales, ciertos sentimientos que no tienen raíces en la Palabra de
Dios, o ciertas devociones ocasionales. Para eso no necesitamos al Espíritu
Santo, para eso no necesita Dios católicos. Para lo que lo necesitamos es para
tomarnos en serio nuestra fe, para entrar en los planes de Dios, que siempre
son planes de salvación del mundo.
¿Y cómo le
hace uno para entrar en sintonía con el Espíritu Santo y dejarse conducir por
él? Es algo que cada quien tiene que trabajar. Primero es necesario estar
estudiando los santos evangelios, a diario (y a partir de los santos evangelios
el resto de la sagrada Escritura). Es necesario pedir insistentemente a Dios en
la oración este Espíritu, con ganas de recibirlo, dispuestos a pagar los
costos. El Espíritu no se pide para hacer rarezas, o para presumir. Poco a poco
se va aprendiendo a entrar en sintonía con el Espíritu. Eso quisiéramos para
todos los católicos, para todos los bautizados.