UN PUEBLO FORMADO EN LA ESCUCHA DE LA PALABRA
D. 27
enero 2019. 3º ordinario
Lucas
1,1-4 y 4,14-21.
Carlos
Pérez B., Pbro.
42 de los 52 domingos de este ciclo
dominical C, estamos y vamos a estar leyendo el evangelio según san Lucas. Ya
lo leímos en adviento y navidad, pero ahora comenzamos con una lectura que será
continuada por los domingos del tiempo ordinario. El evangelio de hoy son dos
pasajes: el comienzo del evangelio y el comienzo del ministerio o actividad
misionera de Jesús. ¿Recuerdan ustedes cómo empieza cada uno de los cuatro
evangelios? En la medida que los vayamos estudiando diariamente, los vamos a ir
conociendo mejor. Cada evangelista sigue su propio plan de presentación de la
persona de Jesús y su obra.
El sábado Jesucristo acude a la sinagoga de Nazaret, su pueblo de
crianza. Los judíos acostumbraban reunirse en las sinagogas los sábados para
que los escribas les leyeran pasajes de la Sagrada Escritura y se los
explicaran. Jesucristo era de las pocas personas que sabían leer y escribir en
aquellos tiempos y lugares. Hemos escuchado en la primera lectura un pasaje muy
bonito del libro de Nehemías donde se palpa que el pueblo tenía ese amor por la
Palabra de Dios. Escuchaba con mucha atención y cariño la Palabra al grado de
conmoverse hasta el llanto. En el salmo responsorial también hemos recitado
nuestra fe en la Palabra y el lugar tan central que ocupa o debe ocupar en
nuestra vida.
Creemos en un Dios que habla, no en un dios mudo, como los dioses de
los paganos. Es lamentable que nuestra Iglesia católica haya descuidado por
tanto tiempo, por siglos, el lugar de la Palabra en nuestra espiritualidad y
toda nuestra vida. Hemos generado otro tipo de espiritualidades o
religiosidades, más devocionistas, cultualistas, en detrimento de nuestra
auténtica espiritualidad que se genera a partir de la escucha de la Palabra,
especialmente de la Palabra de nuestro Maestro, con un corazón obediente. Los
obispos, reunidos en el concilio Vaticano II, hace más de 50 años, han querido
colocar a toda la Iglesia en la escucha de la Palabra, pero la verdad es que
pasan los años y nuestros católicos no se vuelven escuchas atentos y asiduos de
la Palabra. Prefieren, la inmensa mayoría, esa religiosidad light o ligera que
tanto nos distingue. Y, claro, que la responsabilidad es de nosotros, los
clérigos, que no nos ponemos las pilas y no nos plantamos con firmeza a
promover la lectura de la Biblia, particularmente de los santos evangelios
entre nuestros feligreses, no en una minoría sino en todo aquel que quiera ser
católico.
Nuestro Señor Jesucristo ya se encontró un pueblo formado en esa
escucha de la Palabra. Las reuniones de las sinagogas le sirvieron mucho para
ponerse a enseñar a la gente, aunque también lo hacía al pie del monte, a la
orilla del lago, por las casas, etc. En la sinagoga de Nazaret a Jesucristo le
dieron el rollo del profeta Isaías. Como lo conocía bien, lo desenrolló y
encontró el pasaje del capítulo 61 (en aquel tiempo no estaba numerado en
capítulos) que habla claramente de su misión o de su mesianismo. Lo releo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación
a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y
proclamar el año de gracia del Señor”.
Qué bien y con qué claridad se presenta Jesús a sí mismo frente a su
gente, pero también frente a nosotros y frente a todo el mundo. Él no vino a
servir como funcionario del templo. Nunca lo hizo. Él no vino para
introducirnos en una religiosidad de tipo devocional o cultual. Él vino para
evangelizar a los pobres, para liberar a los oprimidos. Así como suena. A
nosotros no nos corresponde desencarnar esta misión, porque los santos
evangelios son sumamente claros y precisos en cuanto a la obra que él realmente
desempeñó en Galilea hasta terminar en Jerusalén, crucificado. Una obra que
desde luego continúa en nosotros, sus seguidores, que eso debe ser toda nuestra
Iglesia. ¿En qué consistió su obra? En hacer presente y patente la llegada del
reino de Dios, ese proyecto de una humanidad nueva, sanando a los enfermos,
dando de comer a las multitudes, incluyendo a los excluidos, llamando a los
pecadores, purificando a los contaminados, haciendo libres a los esclavos de
otros, de sí mismos y del pecado, haciendo una familia con todos ellos. Y sus
enseñanzas nos conducen a una religiosidad que no se queda en el culto o en la
devoción sino que se materializa en la liberación de pobres y oprimidos,
liberación que resulta ser para todo nuestro mundo.
En consecuencia, todo cristiano ha de trabajar, desde su fe en Jesucristo,
por la transformación de toda nuestra sociedad y todo nuestro mundo, desde su
limitado lugar. El cristiano ha de ser un activista de los derechos humanos, de
la democracia verdadera, de un orden más justo para los más humildes y
desprotegidos, de una mejor distribución de la riqueza, etc. Todo esto desde la
obediencia a la Palabra de Dios y a sus proyectos.
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