EL AMOR A LOS ENEMIGOS ES LA BUENA NOTICIA
D. 24 febrero
2019. 7º ordinario
Lucas 6,27-38.
Carlos
Pérez B., Pbro.
El domingo pasado nos sorprendió Jesús nuestro Maestro con
sus bienaventuranzas. Declaró felices a los pobres, a los que lloran, a los que
tienen hambre, a los odiados y calumniados por causa de él mismo. Pues ahora
nos sorprende con este mandamiento. A nosotros, a fuerza de repetir los diez
mandamientos de Moisés, se nos olvida que éste también es un mandamiento de la
ley de Dios: "amen a sus enemigos…
bendigan a quienes los maldicen”.
Es preciso
reconocer que nuestro mundo no actúa así; las personas, ni siquiera las grandes
religiones predican y practican el amor a los enemigos. En el antiguo
testamento de la Biblia tenemos numerosos ejemplos en donde se ve que el pueblo
judío vivía una mentalidad distinta a la de Jesucristo. Unos pocos ejemplos les
ofrezco:
Salmo 3,8.- "¡Dios mío, sálvame! Tú hieres en la mejilla a todos
mis enemigos, los dientes de los impíos tú los rompes”.
Salmo 68,24.- "para que
puedas hundir tu pie en la sangre, y en los enemigos tenga su parte la lengua
de tus perros”.
Salmo 139,22.- "¿No
odio, Yahveh, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?
Con odio colmado los odio, son para mí enemigos”.
Miqueas 5,8.- "¡Que
tu mano se alce contra los adversarios y todos tus enemigos sean extirpados!”
Recordemos las palabras que nuestro Señor no quiso
leer en la sinagoga de Nazaret cuando le pasaron el rollo del profeta Isaías
61: "El espíritu del Señor Yahveh está
sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los
pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos
la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de
Yahveh, día de venganza de nuestro Dios”.
También encontramos un espíritu distinto, sobre
todo en los profetas: "¿Acaso me
complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor Yahveh - y no más
bien en que se convierta de su conducta y viva?” (Ezequiel 18,23).
En los noticieros de la tele vemos imágenes de cómo
algunos fanáticos de ciertas religiones son capaces de detonar una bomba o de
lanzar disparos en contra de aquellos que consideran enemigos o por lo menos
diferentes.
Pero también en nuestros ambientes cercanos lo
habremos vivido o quizá lo estamos viviendo: en la familia, en el trabajo, en
la escuela, en el vecindario, incluso hasta en el ambiente de iglesia. No
podemos perdonar a las personas que nos han hecho o que nos siguen haciendo
daño. ¿No es así? Pues este mandamiento, como lo dice el mismo Jesucristo, es
algo extraordinario, y así de extraordinarios nos quiere él a sus discípulos.
El mandamiento del amor a los enemigos, como todas
las enseñanzas de nuestro Señor y Maestro, lo tenemos que discernir a la luz de
una lectura integral de los evangelios, para no pretender entenderlo ni
practicarlo con ingenuidad o romanticismo que no es propio de los seguidores de
Jesús.
Recordemos y tengamos siempre presente que lo que a
nuestro Señor le interesa siempre es la salvación de las personas. También la
salvación de nuestros enemigos y de sus enemigos de aquel tiempo es algo que le
interesa sumamente a Jesús. En la cruz, al finalizar su vida en este mundo,
Jesucristo expresaba ante el Padre eterno: "perdónalos
porque no saben lo que hacen”. Esto vale para todas las dificultades y
conflictos que tuvo en su actividad pastoral.
Nosotros debemos estar puestos para perdonar a
nuestros adversarios como lo hizo Jesucristo pero ese perdón no significa que
no busquemos la conversión de ellos y nosotros, para salvación de todos y para
transformación de todo nuestro mundo. El perdón a los enemigos no puede
significar la perduración de la injusticia. Perdonar a los enemigos no puede
significar que la destrucción de nuestra sociedad y de nuestro mundo, por causa
de la violencia, de la corrupción, de la mentira, del despojo, etc., siga
dominando sobre la armonía, la convivencia, la felicidad de las personas, el
reino de Dios, porque a todo eso nos llama a todos los seres humanos, con
vocación profunda, el Padre de los cielos. Ni Dios lo quiere, ni nosotros lo
queremos. Debemos perdonar buscando siempre que las injusticias, los delitos,
los daños, todo eso cese definitivamente. Cuando nuestros enemigos se
arrepienten, reconocen sus culpas y están dispuestos a resarcir los daños
causados, entonces sí que el perdón se hará efectivo como reconciliación. De
todas maneras, aunque la plena reconciliación siga pendiente, en el fondo del
corazón de los creyentes deben de resonar las enseñanzas de Jesús que hemos
escuchado hoy: "amen a sus enemigos”.
En estos días se ha estado realizando la reunión de
los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo con el Papa Francisco
sobre la pederastia clerical. Nuestra sociedad, sobre todo el mundo
intelectual, los periodistas, casi están al punto, así lo sentimos en
ocasiones, de dictar sentencia de muerte contra todos los pederastas clérigos.
Las víctimas deben estar en el primer plano de nuestros corazones, la
prevención sobre todo, pero también el remedio, la reparación de los daños
hasta donde sea posible, la transparencia frente al encubrimiento, la respuesta
humilde de parte de nosotros, el arrepentimiento y disposición a aceptar las
consecuencias de nuestras acciones. Pero hay que decirlo como cristianos, el
perdón será siempre nuestro valor máximo. Y para esto hay que educar nuestro
corazón desde las profundidades del evangelio de Jesús, es la mejor salud. Sin
dejar de lado las demás cosas, ésta será nuestra mejor terapia que les podemos
ofrecer a las víctimas.
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